Kagarlitsky, Allende, Lenin (revolución y contrarrevolución)

Respuesta a Martin

Martín Argo considera (Prensa Obrera N° 831) un "vergonzoso (y doble) traspié" mi referencia a Boris Kagarlitsky en el artículo "La dictadura del proletariado y la prehistoria bárbara de la humanidad" (Prensa Obrera N° 830). Sería, en primer lugar, una "falta de respeto" al autor del planteo de que "es moralmente preferible morir como Allende que triunfar como Lenin". Segundo, sería propio de "un rasante demagogo pequeño-burgués" pretender indagar sobre "qué pensarían al respecto los muertos por la represión pinochetista".


Forma y…


Más allá de las (des)calificaciones ampulosas, la crítica es, en su forma, muy superficial. Martín Argo no desmiente los dichos de Kagarlitsky, pero sostiene que no debe ser criticado para "respetar" así su condición de víctima de la represión (stalinista en este caso). Algo que él mismo no considera cuando procede a criticar, en algo que para mí es una novedad, al ex militante montonero Dante Gullo (víctima de la dictadura argentina) por entorpecer mis funciones docentes en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Además, el mismo Argo se refiere a las "limitaciones políticas de Kagarlitsky" (aunque no las explicite). De modo que la alusión al "vergonzoso traspié" por criticar a un "sobreviviente" de la carnicería staliniana es, en principio, nada más que un exabrupto.


Pero esto es todavía formal, porque aun los exabruptos gratuitos deben ser explicados. Lo que importa es que, según Martín, el mentado Kagarlitsky no sólo "se bancó en carne propia el régimen staliniano (sino) que sabe de lo que habla". Impugna, en cambio, "la pretensión (de mi parte) de juzgar con ligereza (?) terremotos histórico-sociales que lejos está de haber jamás experimentado". Algo completamente incongruente porque si de "experimentar" se trata, Argo debiera reprochar a su defendido por hablar de lo que sucedió en una parte del planeta que es extraña a su propia "experiencia" (lo que no es nuestro caso). Entonces, la función que cumplen estas idas y vueltas argumentales sin consistencia es encubrir la cuestión central del planteo de Kagarlitsky a favor del gobierno de Allende, que es políticamente criminal. Este es el punto.


…contenido


Oponer Allende, es decir, su decisión y la del PC de nombrar comandante en jefe del Ejército a Pinochet, su empeño en negar armas y organización a los trabajadores insurgentes que planteaban combatir al fascismo, su proyecto de gobierno cívico-militar para quebrar la movilización de los obreros y campesinos, su respeto a la "democracia" y sus instituciones cuando se convertían en el parapeto de la contrarrevolución armada; oponer todo esto a la voluntad de Lenin y Trotsky de quebrar a los contrarrevolucionarios en el caso de la Revolución Rusa y presentarlo como "victoria moral" es políticamente hablando, francamente una canallada. Porque la pretensión de ahorrarse la "revolución" para respetar la "moral" los llevó al terreno de la más "inmoral" contrarrevolución. Con todo respeto por Kagarlitsky y por el compañero, y hasta por la "moral".


Como dice el artículo que provocó esta polémica: el triunfo de la "moralidad" allendista y staliniana se puede contar en miles de cadáveres, en el retroceso de la revolución continental (y mundial) y en el hecho de que se haya llevado al proletariado chileno a una regresión de décadas. Claro que no podemos interrogar a los muertos por el pinochetismo (Argos cree haber descubierto la pólvora), pero la reivindicación de la "superioridad humana" de Allende, que entregó las masas a la contrarrevolución, es suficientemente clara como para detenerse en zonceras. Allende actuó como lo hizo por la presión de los agentes de la burocracia rusa, es decir los que mataron a Bujarin – entre otros, por supuesto. Con lo que se concluye que Allende y stalinismo no son antagónicos sino del mismo palo.


Kagarlitsky tiene razón cuando dice que la "degeneración de una revolución inspira aversión y desmoraliza al pueblo trabajador". Pero es una verdad a medias y una mentira completa si no se agrega que pretender evitar la "degeneración", dando paso o privilegiando el aplastamiento directo de la revolución por la contrarrevolución genocida, es colocarse en el campo del enemigo. El significado de toda esta polémica sobre la dictadura del proletariado es, precisamente, aprender a distinguir entre el campo de la revolución y la contrarrevolución impuesta por las leyes del propio desarrollo capitalista.


Algo más


Que nos permita Martín Argo decir, entonces, con todo respeto, que reivindicar la "superioridad moral" de las variantes "a la chilena" nos resulta más bien repugnante, como lo son todas las vacunas de la "moral" y la "democracia" con las cuales se pretende evitar la dictadura del proletariado. Dictadura que, con sus actos de fuerza, es indisociable de la "prehistoria bárbara de la humanidad" y, al mismo tiempo, una condición ineludible para liberarnos de ella. ¿Qué pensaría Martín de un cirujano que renunciara a operar por la posibilidad de tener que traumatizar un cuerpo, manchar sus guantes blancos con sangre y arriesgarse incluso a un desenlace imprevisto por circunstancias ajenas a su propia voluntad?


En un plano más general, si esta misma discusión es posible es por la voluntad y el empeño en hacer victoriosa la revolución de los Lenin y los Trotsky, y haber logrado mantenerla en pie contra enemigos infinitamente poderosos. Sin esto la cuestión de la vigencia de la revolución y la dictadura del proletariado sería materia muerta para nuestra generación. Pero ni Lenin ni Trotsky se propusieron probar que esa misma voluntad y empeño para defender el pod er de los trabajadores podría superar las leyes más generales de la lucha de clases y sus contradictorias vicisitudes (que llevaron al retroceso y degeneración del proceso a partir de las derrotas de la revolución mundial, del aislamiento de la URSS, de la involución del partido bolchevique, la burocratización del poder, etcétera). No existen "garantías" previas para el triunfo irreversible, ya no en el terreno de la revolución sino en cualquier plano de la acción humana. Lo que no tiene remedio es la pusilanimidad y la política contrarrevolucionaria, aun disfrazada impúdicamente de "moral" y "atributos humanos". Aquellos de los que carece cuando desarma y entrega la causa de la revolución social de nuestro tiempo.


…y la yapa


Dice Martín Argo que "una de las funciones de los regímenes de fuerza contrarrevolucionarios (más allá de la eliminación física) es desalentar la radicalización política de los explotados… llevarlos a arrepentirse de haber desafiado el poder de la clase capitalista". Muy bien. Porque, además, hay mucha literatura, buena y de la otra, sobre la identificación de la víctima con el victimario. Sin entrar en honduras psicológicas, es menester reconocer que la política recomendada por Kagarlitsky para imitar la política contrarrevolucionaria de Allende es la misma que pregona… el stalinismo que Martín Argo dice que lo victimizó.


Como se ve, hay que cuidarse de los improperios gratuitos y recordar que en materia de tropezones no conviene tirar la primera piedra. En homenaje a nuestro crítico que, no obstante, celebra la brillantez del conjunto del artículo que critica, reproducimos en un recuadro una cita de Trotsky sobre la dictadura del proletariado y la moral, que seguramente sabrá apreciar.