La Argentina ¿a salvo?

Cuando estalló el rebrote del mal de la vaca loca en Europa, los funcionarios y empresarios argentinos salieron a anunciar, eufóricos, un “boom de exportaciones”. Pero, lejos de esto, el derrumbe del consumo europeo de carne acabó planteando, simplemente, cómo salvar la cuota exportadora y, además, la caída de precios. Ahora, los cañones oficiales se baten en tal retirada, que están jurando y perjurando que la producción local de carne está libre del mal. Pero hay sospechas fundadas de lo contrario. En el sur de Brasil, apareció días pasados un brote de “scrapie” o tembladera ovina. “Un total de 305 ovejas fueron sacrificadas en el Estado de Paraná, fronterizo con la Argentina, luego de que se encontraran tres animales con la enfermedad” (Clarín, 20/12). Pero la preocupación de fondo responde a otra cuestión, ya que la producción agropecuaria argentina se ha transformado en “puntal” de la política de uso intensivo de agroquímicos y de progresiva retirada de la ganadería extensiva. Los “feedlots” (alimentaderos artificiales de ganado) ya suman 500 en todo el país y representan a más del 10% de los animales que van al matadero. “No es que sospechen (en el Senasa) de la utilización de harinas animales en la terminación de esos vacunos, pero es un sector que necesita de un ordenamiento” (Clarín, 20/1). Debe añadirse a ello que en Europa la industria de harinas animales continúa produciendo y stockeando su producción, que podría ser rematada en el mercado mundial y constituir una fuente de alimentación vacuna de costo ínfimo…


La Argentina, en definitiva, no está “libre” de la vaca loca, por la simple razón de que está totalmente metida en el proceso de “racionalización” capitalista de la producción agraria y de la producción animal.