La bancarrota capitalista sacude a América Latina: por una alternativa obrera y socialista.

Por la fusión de la izquierda revolucionaria con el movimiento obrero

Manifiesto programático votado en la reunión de Sao Paulo, convocada por el Partido Obrero, como parte de la campaña internacional votada por la Coordinadora por la Refundación de la Cuarta Internacional, 14-15 de septiembre de 2012, con la presencia de delegaciones del Partido Obrero (PO) de Argentina; del Partido de Trabajadores (PT) de Uruguay; de Tribuna Classista de cinco estados de Brasil; personalidades y militantes de Brasil, Paraguay y Chile.


 


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Las crisis económicas y políticas, y las convulsiones sociales que atraviesan el escenario mundial son manifestaciones inequívocas de una bancarrota del sistema social capitalista. Pasadas dos décadas de la caída de la Unión Soviética, de la restauración capitalista y de la integración masiva de China al mercado mundial, la amenaza de disolución de la Unión Europea y la crisis norteamericana han dejado planteado el destino del régimen capitalista a escala mundial, incluido el destino de la transición capitalista en los ex estados obreros. Todas las clases sociales enfrentan una crisis de poder; han caído 26 gobiernos en los últimos dos años y medio -incluyendo el derrumbe de regímenes políticos enteros- y se dieron revoluciones o semi-revoluciones en el norte de Africa (en especial enTúnez y Egipto). La crisis política en Grecia se ha manifestado en la caída de tres gobiernos al hilo y ha dejado planteada la reivindicación política de un “gobierno de izquierda”, en oposición a la coalición tripartita de los partidos capitalistas. La tendencia a la disolución del capitalismo, que es la esencia de toda crisis que pone en conflicto extremo el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción prevalecientes, envuelve en Grecia al conjunto de las relaciones políticas.


Las masas trabajadoras han comenzado a irrumpir en este escenario político mundial, de un modo definitivo. El período de euforia capitalista -por demás breve- que siguió a la disolución de los ex Estados obreros está concluido desde hace tiempo. El desarrollo de la crisis en numerosos países, las luchas y las rebeliones populares han puesto fin a la especulación de que la crisis mundial en curso se reduciría a un episodio económico de características financieras limitadas. El escenario mundial está dominado por las crisis de régimen político y los virajes de las masas.


La amenaza de disolución de la Unión Europea – o su alternativa, la conversión de Europa en un Protectorado encargado de reordenar en forma brutal el conjunto del cuadro social de ese continente -, y por otro lado  el desarrollo de la revolución en varios países árabes y la amenaza de mayores guerras en toda esa región; van conformando una situación histórica excepcional. La política revolucionaria debe consistir en orientar este viraje hacia la lucha por el derrocamiento de la burguesía y por el poder de la clase obrera.


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El desbarajuste de la Unión Europea vuelve a refutar la utopía de una unificación pacífica del capital financiero (ultraimperialismo), y deja al descubierto su carácter reaccionario, pues implica un sometimiento mayor de las naciones más débiles, el vaciamiento de las instituciones formales de la democracia burguesa y la tendencia a suprimir la autonomía nacional por el régimen del Protectorado. Los Estados Unidos de Europa no constituyen una superación histórica de las fronteras nacionales sino una “utopía reaccionaria” (Lenin). La bancarrota capitalista plantea, en Europa, un principio de disolución de los regímenes políticos que emergieron de la Segunda Guerra Mundial. Esto se manifiesta en la aparición de “gobiernos técnicos” -impuestos por la Comisión Europea y por el FMI- y  la tendencia a la disolución de regímenes estatales, como es el caso de las autonomías del Estado español – o incluso en el reclamo independista en Escocia (que se suman a las provocadas por las guerras del imperialismo en los Balcanes). Asistimos, además, a cambios cada vez más acentuados en la disposición política de las masas, y rápidos desplazamientos hacia la izquierda. Se destaca la velocidad que ha adquirido este giro político en España y también las manifestaciones que empiezan a producirse en Italia y Francia. Estados Unidos -el corazón del capitalismo mundial-, sofocado por el peso de una deuda pública de 140% del PIB, por una deuda externa inconmensurable y por el derrumbe financiero de los estados de la federación, se enfrenta a un retroceso social histórico.


El aspecto sistémico de la crisis capitalista se manifiesta sobre todo en el ingreso de China al circuito de la bancarrota mundial, donde las rebeliones populares y obreras crecen como hongos y en calidad. La crisis sistémica del capitalismo mundial (abarca a todos los países y actividades económicas) tiene lugar en condiciones históricas concretas: uno, avanzada declinación (agotamiento de su capacidad de desarrollo de las fuerzas productivas, incluida la amenaza a la sobrevivencia del sistema planetario); dos, un subconsciente colectivo de los explotados, determinado por la experiencia de construcción de grandes organizaciones de clase, incluidas especialmente numerosas revoluciones, algunas derrotadas y numerosas triunfantes, que demuestran la viabilidad concreta de derrocar al capitalismo e iniciar la transición hacia un régimen social históricamente superior.


Los Estados Unidos de Europa, bajo la forma inevitable de un Protectorado, atizarían la lucha interimperialista con Estados Unidos y Japón, y arrastrarían a Rusia y a China a una nueva guerra mundial, sin espacio para naciones ‘neutrales’. En oposición a esta “utopía reaccionaria”,  planteamos la lucha contra los planes de ajuste de la Comisión Europea-FMI y la defensa de las conquistas sociales obtenidas por los trabajadores; y la ruptura nacional  con la Unión Europea, para construir los Estados Socialistas de Europa, incluida Rusia, o sea la unidad política del proletariado de Europa.


La inauguración de un nuevo período de revoluciones y de guerras civiles en el Medio Oriente, modifica en forma definitiva las condiciones para la victoria nacional palestina y la formación de una República Palestina laica, única y socialista. La vieja dependencia de los movimientos nacionales palestinos de las burguesías y clanes feudo-capitalistas de la región, puede ser definitivamente sustituida por la unidad política de los obreros y campesinos del Medio Oriente. 


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El desarrollo de la conciencia de clase del proletariado, que ha involucionado por más de dos décadas, gana un enorme impulso como consecuencia de la bancarrota capitalista. A la izquierda revolucionaria y a las masas se les plantea la tarea de preparar, a través de un nuevo período de transición, el gobierno de los trabajadores.


América Latina no ha quedado al margen de la crisis mundial, como se puso de manifiesto en las recesiones de 2008/9; sus gobiernos (México, Brasil, Perú) tuvieron que ser rescatados por la Reserva Federal, o por el Banco de China (en el caso de Argentina). La crisis ha acentuado el régimen de mono producción y el retroceso relativo de una industrialización dependiente del capital internacional – tanto financiera como tecnológica. Ha producido una “apertura” unilateral mayor al mercado mundial -minerales y cereales- y un retroceso relativo, por lo tanto, del mercado interior. Las burguesías nacionales han literalmente despilfarrado las posibilidades que les ofrecía la crisis mundial para desenvolver las fuerzas productivas internas, por la simple razón de que para ello habrían debido nacionalizar la banca y el comercio exterior. La crisis mundial ha hecho retroceder al Mercosur; la política monetaria ha quedado condicionada por la acción de la Reserva Federal.   En los últimos meses, el desarrollo de la crisis en China amenaza la cotización de los productos de exportación; para los importadores, ha creado una crisis alimentaria fenomenal y una seguidilla de levantamientos populares.


Los altos precios de las commodities han sido usados para encapsular la miseria social, con planes de asistencia, y para una acumulación parasitaria de reservas internacionales, funcionales a la especulación internacional. La asistencia social es presentada como un método de redistribución de ingresos, cuando, en realidad, consolida un ejército de desocupados crónico, sin perspectivas, que presiona, simultáneamente, a una baja de los salarios reales y provoca, por otro lado, una mayor diferenciación social en el seno de las masas populares. Los gobiernos nacionalistas se han valido de estos planes asistenciales para oponer las masas sin trabajo a la clase obrera. El obrero de la industria es presentado por el nacionalismo como “una aristocracia”; de este modo, justifica la ‘redistribución de ingresos’ del obrero industrial hacia la masa sin empleo, mediante impuestos al consumo y la confiscación de los ahorros jubilatorios. Esta “nivelación hacia abajo” ha sido largamente promovida por el Banco Mundial, las Ong y los capitalistas de la filantropía. Es también un método de ‘control social’ de los Estados y sus agencias sobre las masas más golpeadas por el derrumbe capitalista.


En lugar de una acumulación de recursos productivos, las naciones latinoamericanas han experimentado la mayor salida de capitales de la historia. Venezuela -cuya actividad productiva fundamental, el petróleo, se encuentra formalmente nacionalizada-, registra una crisis de costos y de endeudamiento sin antecedentes de PDVSA, que depende cada vez más de los acuerdos de participación con los monopolios internacionales en la Cuenca del Orinoco. Luego de doce años de experiencia bolivariana, la estructura de clases de Venezuela no ha cambiado, ni tampoco su economía rentista. Las nacionalizaciones de empresas no han provocado un desarrollo de fuerzas productivas, sino un retroceso


Los gobiernos bolivarianos -Alba- se jactan de haber procedido a una integración sin antecedentes en la historia regional. Confunden apariencias con realidades; y el palabrerío, con la sustancia. Nada lo muestra mejor que el retroceso persistente del Mercosur (ha caído el intercambio), empantanado en una ¡disputa comercial!, en plena crisis mundial, pero precisamente debido a esta crisis mundial. El propósito principal de esta asociación -negociar, como bloque, una integración beneficiosa  al mercado mundial- ha concluido en un fracaso (apenas ha firmado un acuerdo de libre comercio ¡con Israel!). Brasil y la Argentina han incorporado a Venezuela a la asociación, pero se trata de un acuerdo vacío de contenido. La mentada integración energética que postula este acuerdo está refutada por el fracaso escandaloso del acuerdo Brasil-Venezuela para construir una refinería binacional en Pernambuco. Eso sí, Hugo Chávez deberá abrir la economía venezolana al régimen sionista. Los dos principales proyectos de integración -el gasoducto continental y el Banco del Sur- han sido archivados; ni siquiera tomó vuelo la sustitución del dólar por las monedas locales en los intercambios transfronterizos. El “socialismo del siglo XXI” se condiciona a sí mismo al unirse a una integración capitalista que no apunta a la independencia de América Latina, ni mucho menos a superar el capitalismo. Rousseff y Kirchner han sido incapaces de impedir el golpe contra Lugo, como tampoco la Unasur frente al derrocamiento del hondureño Zelaya. ¡Brasil y la Argentina someten a Paraguay a una explotación semi-colonial!, en primer lugar por el saqueo energético a la nación guaraní y también por el monopolio comercial que ejercen sobre la exportación de soja paraguaya, en beneficio de monopolios cerealeros internacionales y nacionales con sede en San Pablo y en Rosario. Rousseff y Kirchner no pudieron hacer más de lo que hicieron contra el golpe a Lugo, o sea nada, porque protegen en sus países los mismos intereses del capital latifundiario sojero.


La renta de la energía eléctrica de Itaipú y Yaciretá, que se asimila a la del petróleo o el carbón, determinada por lo tanto por el mercado mundial, es apropiada por Argentina y Brasil, en detrimento de Paraguay. (La retribución de esa energía se establece a través de un régimen de “costo + beneficio”, y no toma en cuenta, por lo tanto, la elevada renta de la hidroelectricidad). El intento de Lugo por elevar la cuota de esa renta para Paraguay fue rechazado sin contemplaciones por sus vecinos ‘integracionistas’. Esta experiencia demuestra lo infundado del planteo de Frente Guazú, que apunta a la integración latinoamericana como la vía para el desarrollo de las fuerzas productivas nacionales. Esa salida solamente es posible por medio de la recuperación de la soberanía energética; la nacionalización de la tierra; y la estatización del comercio exterior.


En el marco de esta relación regional de Paraguay, la instalación en el país de la minera canadiense Río Tinto, que consumiría el excedente de energía que produce el país, desviaría la renta energética hacia el monopolio minero. Río Tinto reelaboraría la materia prima importada para producir aluminio, con la única finalidad de acaparar la renta de la electricidad. Los intereses de la oligarquía paraguaya, por otra parte -que incluye a los hacendados “brasiguayos”-, están profundamente entrelazados con los negocios montados en el país por el agronegocio brasileño y por los grandes pulpos agrícolas imperialistas.  Paraguay es uno de los países del mundo con mayor concentración fundiaria: 2% de la población posee el 85% de las tierras, incluidas 8 millones de hectáreas usurpadas durante la dictadura de Stroessner, correspondientes a 20% del territorio. La integración latinoamericana que propicia particularmente Brasil sirve a los intereses de las grandes constructoras de obras de infraestructura, ligadas a las inversiones de capitales mineros internacionales, y en estrecha relación con el capital de maquinaria pesada de Estados Unidos (Caterpillar).  


Los socialistas revolucionarios denunciamos las limitaciones insalvables de la integración capitalista de América Latina y los objetivos explotadores de los monopolios internacionales que se asocian al reclamo de integración, y planteamos la confiscación de los latifundios, la nacionalización de la banca y el comercio exterior, y el establecimiento de una Federación Socialista.


La presencia militar norteamericana en la región no se ha debilitado. Sigue presente en Colombia y Panamá; se manifiesta en los ejercicios militares conjuntos y en los contratos de producción militar con los gobiernos de la región. En función de dar operatividad a la IV Flota, negocia bases militares en el Chaco argentino y paraguayo.  El apoyo de Estados Unidos a la ocupación militar británica en Malvinas es funcional a esta estrategia.


La manifestación más grosera de la pretensión emancipadora del latinoamericanismo pequeño burgués criollo lo constituye la ocupación militar de Haití, por un lado, y, por el otro,  el rechazo de la reivindicación de la independencia nacional de Puerto Rico y su integración a una Federación Socialista de América Latina y el Caribe.


El inicio de negociaciones de paz entre el gobierno de Colombia y las Farc puede verse como un reconocimiento del carácter beligerante de la guerrilla, por parte del Estado y las fuerzas armadas de Colombia, y un paso hacia la llamada “salida humanitaria” al largo conflicto. Pero el objetivo estratégico de esa negociación es elaborar una salida capitalista a la gran expropiación de campesinos que ha tenido lugar en Colombia; incorporar millones de hectáreas al mercado sojero internacional; desarrollar la penetración del capital financiero en el petróleo colombiano; resolver la integración de los para militares al régimen político; y por sobre todas las cosas consagrar la colaboración del chavismo y del castrismo con el orden capitalista-terrateniente del Caribe. Por eso son apoyadas por todo el ‘establishment’ internacional, que busca también, por este rumbo, asimilar al chavismo y reforzar el marco internacional para una restauración plena del régimen de propiedad privada en Cuba. Este nuevo recuso a una ‘negociación de paz’, que compromete a la guerrilla a sostener el régimen político vigente, constituye una nueva demostración de que la violencia o el militarismo no constituyes por si mismos un programa de emancipación  Denunciamos los límites insuperables de las negociaciones de paz, como instrumento o vía para acabar con la miseria de la s masas caribeñas y el sometimiento nacional de sus países, y llamamos a aprovechar la ‘pacificación’ que podría resultar de estas negociaciones, para reforzar la organización obrera y popular, avanzar en las reivindicaciones, desarrollar la lucha de masas y, en definitiva, una alternativa obrera y socialista. 


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Los gobiernos nacionalistas pequeñoburgueses -civiles o militares- se arrogan la representatividad histórica de los intereses populares. Buscan fundar su legitimidad política como oposición a la “derecha” (que utiliza también para disimular la presencia en su seno de una poderosa – y dominante – “derecha endógena). Procuran con esto, por sobre todo, desviar al movimiento de masas de su tendencia a la acción independiente.


Argentina -afectada por una seria crisis fiscal, que afecta la capacidad de arbitraje del kirchnerismo- asiste a un principio de ruptura de la clase obrera con el gobierno y un principio de ascenso de la izquierda.  Las medidas intervencionistas parciales han conducido a un dislocamiento económico, que agravó la fuga de capitales y provocó una recesión que afecta a sectores fundamentales de la clase obrera. La burocracia sindical enfrenta esta crisis, desacreditada y cuestionada por un nuevo activismo sindical que busca recuperar los sindicatos para una política independiente.


En la región, el gobierno de Brasil se ha puesto a la avanzada de la tentativa de descargar la crisis sobre las espaldas de los trabajadores. Al anunciado nuevo ciclo de privatizaciones de puertos, de rutas y de aeropuertos -con generosos subsidios al gran capital- se agrega un completo programa antiobrero que apunta a la destrucción de la legislación laboral. La estrategia es proceder a una gigantesca confiscación de recursos para subsidiar a las empresas privadas y para mitigar la caída incontenible de la tasa de ganancia. La reacción de las masas comienza a transformar un escenario político boqueado durante casi una década por el gobierno de colaboración clasista y el sometimiento de los sindicatos a través de las burocracias de la CUT y el MST. Ante las huelgas nacionales, recientemente, de al menos 35 categorías de empleado públicos,  Dilma Rousseff apeló a todos los recursos legales e ilegales para enfrentar a los huelguistas. Criminalización de las luchas, no pago de los días parados, aumento de la violencia contra los pobres, decretos inconstitucionales contra el derecho de huelga, han revelado a los ojos de las masas el carácter profundamente anti-obrero y antipopular del gobierno brasileño.


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La movilización cada vez más vasta y radicalizada de la juventud, como lo demuestra Chile,  es un factor fundamental de la situación política latinoamericana. La rebelión contra el ajuste sobre la educación tiene características internacionales, como lo atestiguan las luchas que recorren desde Chile hasta Canadá, pasando por Colombia o Europa. Son el resultado de la privatización de la enseñanza y de la enorme carga financiera asumida por las familias para costear los estudios. La bancarrota financiera ha puesto en crisis este sistema, incluso en los países ricos. En los más pobres lleva a la ruina a los municipios, que han recibido la responsabilidad de la educación primaria. La crisis mundial ha reforzado la asfixia presupuestaria en la educación pública y capacidad económica de la educación privada.  O sea que asistiremos de más en más a una insurgencia de carácter internacional. En América Latina, las grandes movilizaciones de los estudiantes chilenos han puesto en jaque al conjunto del régimen político.  


La retomada en 2012 de la protesta de los estudiantes chilenos se convirtió en el eje nacional de movilización que arrastra a los oprimidos del país, poniendo en jaque al gobierno de Piñera. Chile es el ejemplo más extremo de la destrucción de la educación pública que establecieron los planes del Banco Mundial -impuestos a sangre y fuego por Pinochet. En Argentina,  la juventud revolucionaria ocupa un papel dirigente en las mayores universidades, resistiendo a los ataques del gobierno Kirchner para poner al servicio del Estado a las organizaciones forjadas a través de la lucha estudiantil. El juicio a los responsables por el crimen del joven militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra, asesinado por una patota de la burocracia sindical, ha convertido el reclamo de justicia en una auténtica causa nacional de la juventud. En Brasil, la huelga universitaria contó con la participación masiva de los estudiantes por fuera de las estructuras regimentadas por el gobierno. En México, el regreso del PRI al poder -muy lejos de representar una recomposición de la autoridad de un Estado que se encuentra en proceso de desintegración crónica- fue precedido por la emergencia de un gran movimiento de la juventud, el Yosoy132. El gobierno de Peña Nieto, rabiosamente proimperialista y con una amplia agenda antipopular, debe enfrentar a una juventud “indignada” que ocupa las calles.


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Bajo un aparente inmovilismo politico-institucional, en Cuba se está desarrollando un terremoto económico y social. En nombre de la “actualización del modelo económico cubano” se ha abierto la vía a concesiones crecientes al capital externo y a diversas vías de acumulación interna de capital (compra-venta de casas y propiedades inmobiliarias, de vehìculos, etc.), que da un potencial económico a los giros de dinero desde Miami. La dependencia cada vez mayor del turismo desarrolla en forma peculiar la llamada ‘enfermedad holandesa”, pues encarece en términos internacionales la producción interna, en primer lugar la agricultura. La importación de alimentos para el consumo del turismo bloqea la puesta en valor del agro cubano, lo que amenaza con producir un ejército crónico de desocupados con la población cesanteada por las empresas del estado, en una suerte de ‘ajuste socialista’. El doble tipo de cambio y la circulación del dólar en el sector turìstico (principal fuente de divisas del paìs, y de renta para una parte sustancial de la población) aceleran los mecanismos de acumulación internos. La diferenciación social crece aceleradamente y atiza la codicia de la burocracia a convertirse en una clase propietaria..


La crisis capitalista mundial acelera, por un lado, la tendencia a la restauración capitalista, mientras la convierte, por otro lado, en más catastrófica. Se observan en la Isla fuertes tendencias a la deliberación política. La falta de libertades y derechos políticos obstaculiza la capacidad de los trabajadores para enfrentar la crisis a favor de sus propios intereses. La libertad sindical y política es una reivindicación fundamental para luchar por una salida socialista.  . El destino de la  Revolución Cubana está en manos (y bajo responsabilidad) de los trabajadores de toda América Latina, en primer lugar.


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La izquierda revolucionaria y el socialismo nos encontramos, en América Latina, frente a un desafío histórico. La bancarrota capitalista y el agotamiento de las nuevas experiencias nacionalistas constituyen el terreno histórico potencial para una recuperación de fuerzas del movimiento revolucionario. Nuestra tarea pasa, en primer lugar, por discutir la caracterización del momento histórico presente y por desarrollar, al mismo tiempo, un frente único continental de la izquierda revolucionaria. No debemos olvidar, ni por un momento, que las masas siguen -o se encuentran- atrapadas por las experiencias o movimientos nacionalistas, que solamente podrán superar por medio de su propia experiencia; esto, siempre que la izquierda revolucionaria intervenga en esa experiencia. Esto pone de manifiesto el carácter liquidacionista de la auto-proclamación y del propagandismo testimonial. El impasse más agudo de la izquierda se manifiesta en Venezuela, donde una parte importante del movimiento obrero vota a la oposición escuálida, como una falsa vía de escape a la estatización de los sindicatos por parte del chavismo. Los nacionalistas son muy conscientes del impacto demoledor de la crisis mundial en sus bases políticas. Por eso se presentan frente a ella como contrarios al ‘ajuste’ y hasta anticapitalistas, mientras “ajustan” (‘a mi manera’) y pactan con el gran capital, en especial, con el minero o con las grandes contratistas. Recurren, frente a la crisis, a expropiaciones aisladas y a un intervencionismo “sui géneris”, que la burguesía espera que sean episódicas. Se valen de estas acciones para encubrir, desde el punto de vista ideológico, una implacable regimentación del movimiento obrero y de las organizaciones sociales, que deberían apoyar -dicen- el “proyecto nacional”. No se trata de oponer al “discurso” nacionalista el “discurso” socialista, con la ilusión de inclinar hacia la izquierda al bonapartismo en el gobierno, sino de denunciar las limitaciones de la política nacionalista y la hipocresía de su “discurso”, para organizar a los sectores obreros más avanzados y, finalmente, a las masas, para disputar al nacionalismo el poder político. En este cuadro, el desarrollo de las reivindicaciones obreras y populares, atizado por la crisis mundial y por el naufragio del intervencionismo económico nacionalista, constituye una herramienta decisiva para movilizar y para organizar a las masas influenciadas por la experiencia nacionalista.


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El golpe contra el presidente Lugo deja enseñanzas crueles, porque fue derrocado por sus propios aliados políticos. La izquierda paraguaya siguió, en este aspecto, la experiencia brasileña, aunque en forma muchísimo más degradada: Lugo tomó como modelo el gobierno Lula, pero careció de los recursos políticos del PT, que se coaligó con la derecha y con el PMDB, y recurrió al soborno para mantener esta alianza de gobierno (mensalao).  Lula y Lugo  procesaron las misma alianzas con los grandes capitales locales y con la vieja política. También recoge la experiencia chilena de la Coalición Democrática entre el PS y la Democracia Cristiana. Se trata de variantes de derecha del frente popular, impulsado históricamente por el stalinismo. Lo mismo ocurre, hasta cierto punto, en el Frente Amplio de Uruguay, donde la fracción de Danilo Astori, ligada al capital financiero, y algunos funcionarios blanqui-colorados, alarga el FA hacia la derecha. El Frente Amplio de Uruguay, la forma más clásica de frente popular, ha desarrollado una experiencia política de represión contra el movimiento obrero (la militarización de los municipales de Montevideo, entre otros), con la colaboración de la mayoría dirigente del PIT-CNT, ligada al partido comunista. En estas condiciones, la presencia de una fracción de sindicatos que se opone a la política oficial, ofrece la perspectiva de una alternativa política a partir de la clase obrera. En plena crisis, en el caso de Chile, debido a la movilización de los estudiantes, se desarrolla una nueva tentativa frentepopulista encabezada por Bachelet; en Paraguay, el impasse del movimiento obrero y campesino se manifiesta en la atadura política de la izquierda al liderazgo de Fernando Lugo, que viene de protagonizar un fracaso político colosal y una incapacidad fabulosa para enfrentar el golpe derechista. La izquierda de Paraguay tiene la responsabilidad, en primer lugar, de formular un programa, que oponga al ‘integracionismo’ capitalista, la revolución agraria y el gobierno obrero y campesino.


No se puede pasar por alto el papel reaccionario de estos frentes populares en el plano internacional. El PT fue artífice para convertir la candidatura del peruano Humala en un agente de los capitales mineros y de las constructoras brasileñas e, incluso, en Venezuela ha puesto los huevos en dos canastas, porque también asesora la candidatura de Capriles, mientras proclama el apoyo oficial a Chávez.


La perspectiva de un ascenso revolucionario en América Latina plantea en forma aguda la lucha por la expulsión de la burocracia de los sindicatos y por la independencia del movimiento obrero. La estrategia revolucionaria consiste en lo esencial en la unión de la izquierda revolucionaria con el movimiento obrero. Esto exige un trabajo incansable en los sindicatos existentes; incluso allí donde la izquierda revolucionaria ha conquistado posiciones sindicales y ha agrupado diversos sindicatos, la consigna de frente único, dirigida a los sindicatos tradicionales, es absolutamente fundamental; por un lado, para asegurar una lucha de masas contra los gobiernos capitalistas; y por el otro, para desarrollar una experiencia común con los trabajadores organizados en esos sindicatos.


En medio de los horrores de las guerras imperialistas contra los pueblos dependientes, que tienen ya un carácter serial, el propio imperialismo impulsa procesos democrático-electorales e, incluso, justifica las guerras con ese objetivo. No se puede, sin embargo, asimilar los procesos electorales a un mismo rasero, porque en muchos países, en especial en América Latina, emergen, en parte, como consecuencia de luchas de masas contra las dictaduras impuestas por el imperialismo. Los procesos electorales han sido un verdadero rompecabezas para la izquierda revolucionaria: algunas tendencias han subordinado toda su acción política al objetivo de ingresar al Parlamento, como lo demuestran las experiencias de Izquierda Unida y Proyecto Sur, en Argentina; otras han opuesto a la lucha electoral un falso obrerismo o sindicalismo, que esconde algo fundamental: la ausencia de una lucha política de conjunto frente al Estado y sus partidos, que se expresa, en primer lugar, en la ausencia del programa y el desprecio por la pelea legislativa. Ponen un signo igual entre lucha legislativa y reformismo, cuando lo que distingue al reformismo es su compromiso estratégico con el Estado burgués. Este impasse ha puesto de manifiesto el carácter estrechamente sindicalista de la izquierda revolucionaria, que concibe su construcción mediante una acumulación progresiva de fuerzas en el campo sindical. Se trata de un economismo a la latinoamericana. El trabajo socialista revolucionario, como método, debe consistir en la propaganda y en la agitación socialistas, en oposición al Estado capitalista y a sus partidos. La campaña del Frente de Izquierda en Argentina, en 2011, ha sido una escuela de política socialista en el campo electoral.  La participación electoral no debe ser una interrupción del trabajo en los sindicatos, sino una expresión de la labor estratégica de propaganda y de agitación, y una oportunidad adicional, muy relevante, para la formación de tribunos obreros y revolucionarios capaces de desarrollar el programa revolucionario, en forma pedagógica, ante los trabajadores y ante los explotados. La seudo-democracia burguesa debe ser superada por medio de la experiencia, y no de palabra, incluso en su propio terreno.


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Rechazamos la instalación de nuevas bases norteamericanas en el Chaco argentino y paraguayo, y llamamos a la ruptura de todos los acuerdos militares existentes con el imperialismo.


Frente a la crisis proponemos: ningún despido ni suspensión, reparto de las horas de trabajo sin afectar el salario; indexación salarial y de las jubilaciones de acuerdo con la inflación.


Frente a la tentativa de regimentación de los sindicatos, por parte de los gobiernos nacionalistas, reivindicamos la libertad de negociación colectiva y la independencia de los sindicatos. Denunciamos el papel de la burocracia integrada al Estado y defendemos la lucha por la plena democracia sindical por una alternativa clasista.


Impulsamos la lucha por los derechos democráticos; en especial, en defensa del irrestricto derecho de huelga, y del derecho a la organización y expresión política independiente para los trabajadores y para la juventud.


Cese del pago de la deuda externa y de la deuda pública usuraria, con protección del derecho de los pequeños ahorristas.


Nacionalización integral de la banca, del comercio exterior y de las empresas privatizadas, sin compensación, bajo el control de los trabajadores.


Nacionalización de todas las empresas subsidiadas, apertura de los libros, reorganización financiera e industrial bajo la gestión de los trabajadores.


Reforma agraria con expropiación sin pago de los grandes terratenientes y del gran capital del agronegocio.

Nacionalización de los hidrocarburos y de los yacimientos minerales, de todos los recursos naturales de América Latina, sin pago a los pulpos capitalistas. Expulsión de las camarillas capitalistas de la dirección de las empresas total o parcialmente estatales, para ponerlas bajo control y gestión obreros.


Que la crisis la paguen los capitalistas. Por la unidad socialista de América Latina y del Caribe, incluido Puerto Rico.