La burguesía europea contra las cuerdas

La fusión de los pulpos siderúrgicos alemanes Thyssen y Krupp ilustra la situación explosiva que enfrenta la burguesía europea. Abrumados por una sobreproducción que no pueden digerir, e incapaces de defender sus mercados frente a la competencia norteamericana y japonesa, los grandes grupos capitalistas europeos se ven obligados a lanzar una ‘reestructuración’ que destruya una parte sustancial de la capacidad instalada excedente, liquide millones de puestos de trabajo —en un continente que ya registra un récord histórico de desocupación— e imponga las normas más salvajes de flexibilidad laboral. Por los mismos motivos, los gobiernos continúan intentando liquidar conquistas sociales como la salud pública o los seguros a los desocupados, para destinar sus presupuestos a sostener a los grupos capitalistas frente a la competencia extranjera.


La combinación de despidos en masa y de ‘políticas de austeridad’ está provocando una verdadera revuelta obrera en todo el continente. Por eso, “los políticos europeos temen que las demostraciones de los trabajadores puedan convertirse rápidamente en formas más serias de descontento social” (International Herald Tribune, 25/3).


El anuncio de la fusión de las operaciones siderúrgicas de Krupp y Thyssen provocó un derrumbe de las acciones de las dos compañías. Esto ocurrió porque la expectativa original era que Krupp absorbiese íntegralmente a la Thyssen y procediese a liquidar los negocios deficitarios de la propia Krupp. Esta ‘reestructuración’, en su conjunto, debía dejar en la calle a 30.000 trabajadores.


La Krupp es una compañía virtualmente en quiebra, “desesperada por escapar de sus deficitarias operaciones siderúrgicas” (Financial Times, 26/3), que pretendía “resolver sus problemas financieros apoderándose de las reservas de la Thyssen” (ídem). Pero los grandes bancos —que tienen puestos en los consejos directivos de ambas empresas— apoyaron la acción de la Krupp, porque esto les aseguraba un fenomenal negocio especulativo, ya que ocasionaría la venta de las plantas siderúrgicas no rentables de Krupp y de los activos‘no esenciales’ de la Thyssen. La captura de la Thyssen por la Krupp se frustró, por la amplia movilización obrera que desató en ambas plantas (ver aparte).


La fusión ‘amigable’, ahora, de las operaciones siderúrgicas de Thyssen y Krupp, mantiene el objetivo de cerrar las plantas deficitarias y reducir el plantel obrero, aunque en menor escala, para hacer frente a la “sobrecapacidad industrial europea y a la competencia de las importaciones más baratas de Asia y Europa Oriental” (International Herald Tribune, 27/3). Pero “la industria necesita mucho más”que los 8.000 despidos que provocará esta fusión. Es que a pesar de las brutales ‘reestructuraciones’ de la década del 80, que redujeron el número de metalúrgicos de 900.000 a 330.000, todavía hoy la industria europea produce un 20% más de lo que puede vender, y a precios muy superiores a los de sus competidores. Por eso, la fusión Krupp-Thyssen anuncia “una nueva ola de concentración” (Le Monde, 20/3) en la siderurgia europea: la francesa Usinor-Sacilor se apresta a apoderarse de la española CSI —y a desmantelarla—; la holandesa Hoogovens tomó el control de la belga, en quiebra, Boel; los grupos Cockerill-Sambre (belga), Saarstahl (alemán) y Arbed (luxemburgués), que en total emplean 90.000 trabajadores, “no parecen en condiciones de seguir solos y son objeto de todo tipo de especulaciones” (ídem).


En Alemania, “además del sector siderúrgico, las industrias química, bancaria, de la construcción y de máquinas-herramientas han experimentado una gran actividad de fusiones y adquisiciones”: en 1996, hubo un total de 142 fusiones y adquisiciones ‘hostiles’, que involucran activos por más de 80.000 millones de dólares, un monto 10 veces superior a la ‘oferta’ de Krupp por Thyssen (The Wall Street Journal, 20/3). El incremento de la desocupación en Alemania —que está en niveles récord—, está directamente vinculado a la destrucción de capacidad productiva causada por esta “fiebre de fusiones” (ídem).


El cierre de Renault – Vilvorde “no alcanza”


La sobreproducción y la competencia de asiáticos y europeos orientales también atenaza a la industria automovilística europea: con una capacidad de producción instalada de veinte millones de unidades anuales, fabrica quince y sólo puede vender doce. Esto ha provocado que todas las terminales europeas registraran pérdidas en 1996, con excepción de la VW y los fabricantes asiáticos instalados en Gran Bretaña.


El cierre de la planta de Renault en Vilvorde (Bélgica), con su secuela de 3.100 despedidos, y el anuncio de 3.000 despidos en Renault-Francia (y de otros tres mil cada año, hasta el 2000), revela que en la industria automotriz se está produciendo la misma ola de destrucción de la capacidad productiva. Lo notable, sin embargo, es que el cierre de la planta belga no le solucionará ningún problema a Renault, que deberá cerrar algunas de sus plantas en la propia Francia e, incluso, plantearse la fusión con alguna de las grandes terminales alemanas, como la BMW (Les Echos, 21/3). Los directivos de las grandes terminales europeas sostienen que su objetivo es “igualar la productividad de las mejores plantas japonesas”: para hecerlo, según un informe de la consultora McKinsey, las automotrices francesas deberían despedir a la mitad de sus trabajadores, y las alemanas a la tercera parte (The Wall Street Journal, 14/3).


Chips y todo lo demás


En otro renglón decisivo, el de los chips para computadoras, la Unión Europea acaba de establecer “precios mínimos” a las importaciones de Asia … que ya dominan el 80% de las ventas. La caída de los precios mundiales —del orden del 80%—, como consecuencia de una sobreproducción internacional verdaderamente descomunal, amenazaba con mandar a la quiebra a los últimos productores europeos. Al defender a los fabricantes locales, sin embargo, la Unión Europea amenaza con hundir a los usuarios de los chips, es decir, a los fabricantes europeos de computadoras…


El mismo escenario se reproduce en cada uno de los renglones industriales.


En la rama de los neumáticos se pronostica una “guerra a muerte” entre las ‘tres grandes’: Bridgestone (japonesa), Michelin (francesa) y Goodyear (norteamericana); en cuanto a las que les siguen —Sumitomo, Pirelli y Continental—, “el futuro es incierto” (Le Monde, 19/3).


En la industria farmacéutica, la fusión de los pulpos Sandoz y Ciba-Geigy —que dio lugar al nacimiento del segundo pulpo mundial del ramo— está provocando el cierre de sus plantas en Alemania, Inglaterra y España.


En cuanto a las construcciones navales, los grandes astilleros alemanes han ido a la quiebra por la competencia de los constructores que operan en Polonia y Corea.


La crisis mundial del capitalismo abre, en Europa, un período de convulsiones económicas, sociales y políticas.


Una movilización obrera continental


El movimiento obrero europeo está librando una batalla encarnizada contra los planes capitalistas de ‘reestructuración’ y despidos masivos.


En Alemania, los obreros de la Krupp y la Thyssen, actuando en común, ocuparon las plantas, paralizaron la producción y marcharon por las ciudades del Ruhr contra los 30.000 despidos que provocaría la absorción de la Thyssen por la Krupp. A fines de marzo, frente a la sede central del Deutsche Bank, en Frankfurt, “30.000 encolerizados trabajadores desafiaron el poder de los bancos” (The Sunday Times, 26/3). Esta marcha –”que el Deutsche Bank no esperaba” (The Wall Street Journal, 25/3)– apuró el retiro de la propuesta original de los bancos y de Krupp, de apoderarse de la Thyssen. Ahora, los despidos se reducen a 8.000 … pero los trabajadores continuaron en huelga hasta obtener garantías de que no habría despidos: la nueva empresa “debió comprometerse a un costoso programa de retiros anticipados y retiros voluntarios” (International Herald Tribune, 27/3).


Pocos días antes de las manifestaciones metalúrgicas, las manifestaciones de los mineros (ver aparte) y de los obreros de la construcción conmovieron a Bonn y a Berlín. Los mineros lograron, después de cuatro días de grandes manifestaciones, que el gobierno postergara el plan de cierre de las minas deficitarias que amenazaba con dejar en la calle a 80.000 trabajadores.


Difícilmente, los resultados de ambas movilizaciones puedan ser calificados como victorias obreras: tanto en uno como en otro caso, la amenaza de los despidos sigue en pie. Pero los resultados dieron lugar a “compromisos que señalan el retorno del empantanamiento político de la reforma económica” (International Herald Tribune, 14/3).


También en Bélgica y en Francia se registraron grandes huelgas y manifestaciones de masas contra el cierre de la planta de Renault en Vilvorde y los anuncios de los despidos en Francia. Con la planta de Vilvorde ocupada, y después de una gran manifestación ‘multinacional’en París, más de 100.000 trabajadores marcharon en Bruselas contra el cierre. Después de esta manifestación, 400 trabajadores belgas ocuparon por varios días un depósito de Renault en Francia.


En Francia, mientras tanto, se está cumpliendo la tercera semana de huelga de los médicos residentes de los hospitales públicos, contra los recortes presupuestarios que implican una caída en la calidad de la atención médica. La huelga paraliza a 23 de los 26 grandes hospitales públicos y continúa, a pesar de que los dirigentes del sindicato llegaron a un acuerdo con el gobierno, que los residentes rechazan.


En Italia, a mediados de marzo tuvo lugar una enorme demostración de más de 300.000 trabajadores italianos contra las leyes laborales del gobierno de ‘centroizquierda’.


La movilización de los trabajadores europeos contra los despidos y la liquidación de las conquistas ha adquirido una dimensión continental, poniendo en primer plano la cuestión de la ‘Europa social’ … es decir, de la Europa de los trabajadores contra la Europa de los patrones.


“¡Que se vaya Kohl, nosotros nos quedamos!” 


Con este grito recibieron los 15.000 mineros que ocupaban Bonn la noticia de que el canciller se negaba a negociar “bajo la presión de la calle” y exigía que los trabajadores abandonaran la ciudad para recibir a una delegación del sindicato. Durante cuatro días, los mineros habían sostenido furiosas protestas contra el plan oficial de cerrar la mayoría de las minas y despedir a 80.000 mineros.


El corresponsal del diario italiano La Repubblica (12/3) hace una detallada crónica de la jornada en que la provocación de Kohl contra los mineros “hizo temer lo peor”.


La noticia de que Kohl no recibiría al sindicato “fue una ducha fría para todos y los mineros reaccionaron exasperadamente. ‘Que se vaya Kohl’ gritaban y comenzaron a dirigirse al edificio de la cancillería, distante 50 metros de su campamento. En un breve –pero violentísimo– cuerpo a cuerpo, una novedad inquietante en Alemania, la policía les impidió el paso. ‘Vergüenza’ gritaba la masa y un líder improvisado de la base gritaba ‘nos quedamos aquí’. Transcurrieron unos minutos tremendos, al cabo de los cuales el dirigente del sindicato, tomado a contrapié, se decidió a convocar una marcha de protesta para las 16 horas …


“Transcurrieron tres horas de silencio inquietante. A las 16 en punto, su líder Berger salió sobre el camión-palco. A duras penas consiguió que lo dejaran hablar. En vano, una y otra vez, les imploró que volvieran a casa. ‘Nos quedamos aquí, nos quedamos aquí’, respondieron los quince mil. Los líderes políticos entonces toman la iniciativa”. El líder del grupo parlamentario de los Verdes, fracasa. “Pese a sus esfuerzos, la muchedumbre continúa gritando ‘nos quedamos aquí’. Llega entonces el turno de Oskar Lafontaine, líder del grupo parlamentario socialdemócrata”. Después de un discurso demagógico, plantea una solución de compromiso: abandonar la ciudad y marchar todos juntos hacia Colonia, a treinta kilómetros de la capital, para volver a Bonn dos días después, a evaluar las negociaciones. A duras penas, Lafontaine consigue que la asamblea acepte su moción. Pero no del todo: 3.000 mineros permanecieron en Bonn, mientras sus compañeros marchaban hacia Colonia. Los mineros abandonan la capital gritando “Fuera Kohl” y amenazando con volver. “Si no se logra un acuerdo, volveremos a Bonn y será el tumulto”.


La crónica de esta dramática asamblea minera, en la que “sólo la intervención de la plana mayor del partido socialdemócrata logró calmar a los manifestantes”, pinta de cuerpo entero la ‘temperatura’ que está alcanzando la lucha de clases en Alemania.


Las vacilaciones de los capitalistas


Algunos de los más importantes diarios europeos revelan la preocupación de la gran burguesía del continente, no ya por la creciente movilización del proletariado, sino por la ‘capacidad de resistencia’ de los gobiernos frente a los trabajadores.


Así, el Financial Times critica a los gobiernos derechistas de Francia y de Alemania por “seguir el camino de la menor resistencia” en los conflictos de los camioneros franceses y los mineros alemanes. Los camioneros lograron obtener aumentos salariales y una reducción de la edad jubilatoria; los mineros lograron que el gobierno postergara un plan de eliminación de subsidios a la industria, que llevaría al despido de 80.000 mineros. La gran prensa capitalista critica también que Kohl otorgara créditos subsidiados para la industria de la construcción, después de enormes y violentas movilizaciones de los obreros del ramo. El diario británico critica estas “soluciones de compromiso” y caracteriza que, en el caso de Alemania, “Kohl está mostrando ominosos signos de liderazgo débil” (Financial Times, 17/3). También el gobierno belga cae en la volteada, por tolerar las manifestaciones de los trabajadores de la Renault de Vilvorde.


No se trata, sin embargo, sólo de los gobiernos; las peores críticas están dirigidas a los grandes grupos capitalistas.


“Por sí mismo, el cierre de una planta no resolverá los problemas de Renault. Parece como si el grupo estuviera escabullendo una reestructuración más radical, cerrando una productiva planta en el exterior antes que una de sus costosas plantas francesas (lo que) sugiere que la dirección no tiene estómago para una lucha con sus trabajadores de Francia” (Financial Times, 5/3, diferenciados nuestros).


“El acuerdo (la captura de Thyssen por Krupp) fracasó principalmente porque el Deutsche Bank y el Dresdner Bank, que proveían los 2/3 de los 15.000 millones de marcos del cofre de guerra de Krupp, tuvieron los pies fríos … (y) nervios débiles (después de que) los trabajadores de Krupp y de Thyssen fueran a la huelga y comenzaran a plantear un boicot de clientes de ambos bancos” (The Economist, 29/3, diferenciados nuestros).


Los ‘nervios débiles’ y la ‘falta de estómago’ de los grandes explotadores europeos son la evidencia de la amplitud que está adquiriendo la movilización obrera en el continente, y de la envergadura de la ‘guerra social’ que se avecina.