La burguesía mundial está de fiesta

La prensa internacional ha acogido con una desinhibida euforia la victoria del opaco Fernando Henrique Cardoso en las elecciones presidenciales brasileñas. Es cierto que la “alegría” no alcanzó para impedir una espectacular caída de las principales Bolsas del mundo, provocada por las noticias de disminución de la actividad y de las ganancias en los Estados Unidos. Sin embargo, lo que indudablemente “impactó” a la burguesía mundial fue la circunstancia de que  Cardoso ganara en la primera vuelta y que el hecho estuviera asociado al “plan Real”, el cual promete enormes beneficios a la especulación internacional y a los acaparadores de privatizaciones de empresas públicas.


En menos de un mes naufragaron sin pena ni gloria las dos tentativas más importantes del centroizquierdismo latinoamericano para llegar al gobierno, luego de haber agotado todos los recursos a su disposición para complacer al imperialismo y para frenar las movilizaciones y luchas de los explotados. Ha pasado de largo la posibilidad de la izquierda de “ser gobierno”, aunque incuestionablemente por un momento se proyectó como una alternativa.


¿Cómo se explica, sin embargo, la derrota de Lula, que en junio llevaba 25 puntos de ventaja a su rival (o, para el otro caso, la de Cárdenas, que en 1990 le había ganado las elecciones a Salinas de Gortari)?


La inmensa mayoría de los comentaristas políticos atribuye la derrota de Lula a la puesta en marcha de la estabilización monetaria, porque ella habría redundado en un rápido crecimiento del poder adquisitivo de la población. Señalan en respaldo de esta tesis que la mayor transferencia de intenciones de voto de Lula a Cardoso se produjo entre los sectores más pobres del electorado. A partir de esto, la derrota de Lula era virtualmente fatal. Ya en dos ocasiones anteriores los planes estabilizadores habían permitido la victoria de los partidos oficialistas; en el caso actual, el partido de Cardoso integraba el gobierno de Itamar Franco.


El plan Real, sin embargo, había amputado de entrada en un 30 por ciento el salario real de los trabajadores, al punto que un ex ministro de Economía calificó a esa reducción como la verdadera ancla del plan de estabilización. Por otro lado, los niveles de miseria y de desigualdad social en Brasil son tan grandes, que la estabilización circunstancial de los precios no puede ser suficiente para desplazar la adhesión de las masas de un partido popular y de izquierda a otro conservador y oligárquico, cuyos líderes son poco menos que desconocidos fuera de los círculos académicos. Sin embargo, la adhesión a la tesis de que el plan Real explica la victoria oficialista es tan grande, que sus defensores han sacado la conclusión lógica de que Lula perdió por no haber entrado al gobierno de Itamar Franco, luego de la caída de Collor de Melo, como lo habían intentado algunos de sus integrantes. Un paso más en este razonamiento ha llevado a varios intelectuales e incluso a los editoriales  de los diarios a plantear la necesidad de que el PT y el partido de  Cardoso se unifiquen, esto  para poder gobernar sin la necesidad de que  Cardoso mantenga su alianza con la derecha.


Es indudable que el monopolio de los medios de comunicación jugó un papel fundamental en la determinación de los resultados electorales, como lo pudo comprobar cualquiera cuando el ex ministro de Economía, Ricúpero, reveló a su pesar de que la red Globo de televisión era el puntero electoral del gobierno, con su audiencia de ochenta millones de televidentes. Lo mismo vale para la manipulación de las encuestas, que fueron proporcionadas en función de las necesidades de la campaña electoral del oficialismo. Pero estos recursos del Estado capitalista ya deberían haber sido descontados por quienes pretenden llegar al gobierno sin luchar contra ese Estado y contra la clase que lo usufructúa. La denuncia de la manipulación de los medios de comunicación sólo sirve para denunciar las limitaciones de la estrategia política conciliadora y servil del PT para superar esos obstáculos.


La importancia del plan Real no residió en que estabilizó el poder adquisitivo de los consumidores, sino en el hecho de que dio una salida a la situación hiperinflacionaria prevaleciente, a la cual el PT y los sindicatos no habían dado ninguna. Lula y compañía toleraron durante un larguísimo período que el poder adquisitivo de las masas fuera pulverizado mes a mes a cambio de la “espera” en una victoria electoral. “Valeu a espera”, fue la consigna oficial quedantista del PT. Ahora se sabe que “não valeu nada”.


El quedantismo del PT tiene una directa relación con su estrategia proimperialista, porque es en función de ella que se bloquearon las luchas populares y se frenó cualquier posibilidad de una lucha de conjunto. La caída del PT en las intenciones de votos coincide, irónicamente, con el llamamiento que Lula hiciera en junio pasado, desde Estados Unidos, contra una huelga de la policía no militarizada, que llevaba más de un mes, y contra una manifestación campesina en Brasilia. Desde el aborto de la revolución comunista en Alemania, en agosto de 1923, cuando la inflación era de varios millones de porcientos al mes, los planes de estabilización siempre han sido recursos políticos que la burguesía pudo utilizar frente al fracaso de las direcciones obreras. El PT quedó para los más pobres como una salida política abstracta, mientras que aparecía como una salida concreta principalmente para los más ilustrados. En México ocurrió recientemente lo mismo, no solamente con referencia al PRD, sino también al fracaso político de la guerrilla zapatista. Claro que ni en México, ni en Brasil, se ha puesto fin al fracaso de la burguesía para desarrollar efectivamente a la nación y atenuar los antagonismos de clase, lo que asegura la emergencia de nuevas crisis y nuevas oportunidades de intervención política consecuente.


Una manifestación muy clara de las contradicciones insalvables de la política petista la brindó  su conducta ante la reciente huelga metalúrgica, determinada por el reclamo de un ajuste de salarios en función de la inflación habida desde el lanzamiento del plan económico. El sindicato metalúrgico y la CUT toleraron la intervención gubernamental, que condicionó el aumento a cláusulas de productividad y a que fuera no remunerativo. Lo peor, sin embargo, es que las terminales firmaron sus acuerdos por separado, dejando a los obreros de las autopartistas sin aumento. Esta descomunal traición en vísperas electorales, sólo podía acrecentar la desmoralización de la clase obrera y el abandono de su militancia política. Lo mismo ocurrió luego con los bancarios; la CUT en ningún momento planteó una lucha de conjunto, lo que en los días que corren vuelve a comprometer la huelga de los petroleros. El PT no dio una salida bajo la híper ni tampoco después de ella. Es indudable que un partido aquejado de semejante esterilidad política sólo podría llegar al gobierno como consecuencia de un movimiento popular que supere los diques tradicionales de la burguesía y su propia impotencia, pero este momento no llegó todavía a Brasil. Por eso la burguesía brasileña y mundial, después de elogiar reiteradamente a Lula, prefirió mantenerlo en el banco de suplentes.


El PT fue a las elecciones en el marco del frente Brasil Popular, una alianza que incluyó a importantes sectores capitalistas, incluso oligárquicos; en Pernambuco, por ejemplo, llevó como candidatos a conocidos “usineiros” (propietarios de ingenios y de cañaverales), que son el terror de los obreros y de los campesinos de la “mata” pernambucana. En Bahía y en Ceará apoyó de hecho a los candidatos del partido de Cardoso; en Goias presentó a un capitalista multimillonario. Un relevamiento de la prensa mostró que buena parte de la bancada del PT es financiada por distintos lobbys empresariales, en especial los que se oponen a la reducción de los aranceles de importación. La consecuencia de todo esto no fue solamente el debilitamiento y hasta el sabotaje a la posibilidad de cualquier lucha popular, sino que el frente no tuviera en los diferentes Estados candidatos que apoyaran efectivamente la candidatura de Lula o que fueran apoyados por éste. La política de alianzas del PT dejó a Lula sin aliados en todo el país.


El retroceso de la candidatura de Lula no sólo coincide con el lanzamiento del plan Real sino también con una crisis dentro del Frente Brasil Popular, que obligó a pedir la renuncia de su candidato a vicepresidente, Bisol, un terrateniente mediano, acusado de haberse valido de sus cargos públicos para tramitar beneficios para su hacienda y para su familia. La crisis con Bisol se arrastró durante un mes, dañando severamente a la candidatura de Lula, como consecuencia de las intrigas montadas por su aliado de Pernambuco, Miguel Arraes, que  pretendía imponer un candidato propio a la vicepresidencia. Es probable que toda la denuncia de corrupción fuera dada a conocer a la prensa por el propio Arraes. La política del Frente Popular sirvió para fomentar las intrigas y el sabotaje a la candidatura de Lula. La derrota de éste tiene una sola explicación: los centroizquierdistas son candidatos para la cachetada y sólo pueden triunfar allí donde la burguesía ha agotado, a pesar de ellos, todos sus otros recursos políticos para contener sus crisis y a los trabajadores.


La izquierda del PT abrazó con fuerza la política frentista, no la denunció nunca y jamás llamó a la dirección del PT a romper con la burguesía. Dentro de esa izquierda y con esa política actuaron los aliados del Mas y del Mst. Su campaña política estuvo centrada en la certeza de la victoria de Lula y en que no había otra tarea política que asegurar esa victoria en el terreno definido por el Frente Brasil Popular.  Como consecuencia de la derrota de Lula, la crisis en esta izquierda será superior aún a la que deberá afectar inevitablemente a la corriente oficialista.


Los medios de comunicación de Brasil han propalado a los cuatro vientos que Cardoso había ganado la presidencia en la primera vuelta, cuando no existen pruebas definitivas de que ello sea así, y cuando ni Cardoso ni Lula han proclamado que ése sea el resultado real. Se ha montado con absoluta conciencia un clima de elecciones terminadas con la intención de evitar cualquier posibilidad de segunda vuelta. Tampoco en Brasil los demócratas pueden ganar sin una dosis de adulteración de votos, fuera de los otros poderosos recursos de fraude a su disposición.