La burocracia sindical

Tras conseguir la aprobación de su proyecto en ambas cámaras, el gobierno de Sarkozy logró finalmente promulgar la ley de reforma jubilatoria que había sido objeto de una prolongada resistencia obrera y popular en los últimos meses. Después de la última movilización, realizada el 6 de noviembre, las direcciones sindicales convocaron a una nueva “jornada” para el día 23 de noviembre, aunque aceptando la ley como un hecho consumado y aclarando que se tratará de una acción “multiforme”: un neologismo para decir que no están convocando a una huelga y ni siquiera a una manifestación en regla. Está claro que se ha cerrado un capítulo y que la lucha de los trabajadores franceses ha entrado en una nueva etapa.

La política dilatoria y desmovilizadora de la burocracia sindical no es una novedad de las últimas semanas del conflicto. Desde el año pasado, se vienen produciendo diferentes conflictos obreros en Francia contra los despidos y cierres de empresas provocados por la crisis. La política de las direcciones sindicales fue la de aislar los conflictos entre sí. Esa línea de aislamiento y división se llevó adelante, significativamente, bajo la cobertura de una unidad “intersindical” entre las distintas centrales (CGT, CFDT, FO, etc.).

Durante este año, mientras Sarkozy avanzaba abiertamente en sus planes de ajuste y anunciaba el paquete de recortes jubilatorios, las direcciones sindicales se cuidaron de tomar cualquier iniciativa. Al final del camino, las centrales sindicales convocaron a una serie de sucesivas “jornadas” de lucha, pero sin apoyar las medidas de acción directa ni la coordinación que surgía en distintos lugares.

La reacción de las masas francesas superó largamente la política de estas direcciones, las que pronto fueron desbordadas por la iniciativa popular. Millones de trabajadores fueron a la huelga. Los cronistas que recalcan que muchos otros trabajadores no lo hicieron, omiten señalar que sus sindicatos les dieron abiertamente la espalda, aunque las huelgas recibían una solidaridad generalizada por parte de toda la población. Según esta interpretación, los obreros franceses no están maduros para la huelga general, algo que la burocracia no podría remediar; esta caracterización la comparte sin reparos toda la ‘extreme gauche’. Pero como lo probaron las huelgas ‘renovables’, los trabajadores respondieron positivamente a los llamados de los niveles intermedios de los sindicatos. Caracterizar la capacidad de lucha de la clase obrera, con abstracción del rol de sus organizaciones, es simple derrotismo, porque para algo los trabajadores construyeron esas organizaciones a lo largo de una durísima historia. Un sindicato auténtico, incluso si es minoritario, tiene todos los medios para desarrollar la tendencia de lucha de las masas, en especial en las condiciones de movilización multitudinaria que había en Francia. También puede ser decisivo en un sentido contrario: ahogar ese desarrollo, abortarlo con una política de desmoralización. La línea de la ‘extreme gauche’ -que absuelve a la burocracia de los sindicatos y que justifica y aplaude su orientación, que presenta como adecuada a las circunstancias y a los niveles de conciencia- es la línea de una traición. Durante todo este período de movilizaciones, la política de la “Intersindical” fue echar lastre y evitar por todos los medios una articulación de todas estas medidas, que surgían como hongos a lo largo y a lo ancho del país. En ningún caso se promovieron los piquetes, bloqueos y huelgas “reconductibles” y, durante octubre, la Intersindical llegó incluso a cuestionar las medidas de lucha que “ponían en riesgo a personas y bienes”. La Intersindical se opuso a reclamar el retiro de la ley de Sarkozy, el objeto mismo de toda esta lucha, para reclamar la negociación de “otra reforma”.

El gran movimiento de lucha de la clase obrera y la juventud francesa deja una serie de enseñanzas fundamentales. En primer lugar, que la crisis capitalista provoca convulsiones sociales de largo alcance, que sacuden los hábitos rutinarios de las masas. En segundo término, desnuda la incapacidad política de los gobiernos de turno, que incluso cuando son de derecha sólo sobreviven por el socorro que les provee la burocracia sindical y los partidos de izquierda. Tercero, ha dejado en evidencia el papel reaccionario de la burocracia sindical. Estas conclusiones resultan fundamentales precisamente porque el ascenso de masas en Europa recién comienza. Para los que caracterizan en términos positivos la política de la burocracia, ese ascenso la obligará cada vez más a adaptarse al espíritu y acción de las masas. Es decir que plantean una línea de capitulación estratégica. Lo que ocurrirá, por el contrario, es que cuando se desaten las fuerzas elementales de los explotados, esa burocracia y los partidos de izquierda se convertirán en el bastión último del poder capitalista.