La caída del Menem de Ecuador

¡Y cayó nomás Bucaram! La espectacular huelga general del 5 y 6 de febrero —desarrollada en medio de manifestaciones de masas de una amplitud sin precedentes en todos los rincones del país, de cortes de ruta y de choques con la policía–, que amenazaba convertirse en una huelga indefinida, terminó por voltear al Menem ecuatoriano. La huelga fue la culminación de cuatro semanas de impresionantes manifestaciones, huelgas, bloqueos de caminos por los campesinos e indígenas y huelgas de hambre.


La amenaza de la huelga indefinida llevó al parlamento a votar apresuradamente la destitución de Bucaram: la “nebulosa institucional” (La Nación, 8/2) en que cayó el país es el precio que estuvieron dispuestos a pagar la burguesía ecuatoriana, las fuerzas armadas y el imperialismo para sacar a los huelguistas de la calle.


La caída del Menem ecuatoriano es un dato político de enorme significación. Ecuador, por una determinada combinación de factores, imprimió una velocidad inusitada a un proceso político, económico y social que tiene las mismas características generales en toda América Latina y, en particular, en la Argentina. En estas condiciones, la consigna “Fuera Bucaram” —como antes “Fuera Collor” o “Fuera Carlos Andrés Pérez”— se revela como la única capaz de unificar la energía combativa de los explotados.


Bucaram es Menem


Bucaram es Menem … y no sólo por sus corruptelas, los ‘favores’ a sus familiares, los clanes empresario-mafiosos que los rodean o por su amistad y sus ‘negocios’ con Coppola y Maradona.


Las manifestaciones comenzaron cuando Bucaram lanzó un violentísimo ‘paquetazo’ que era, apenas, el primer paso hacia un programa de ‘convertibilidad’. Según el informado The Wall Street Journal (6/2), “los inversores (exteriores) se mostraron felices con el plan … pero no precisamente porque Ecuador lo necesitara con urgencia”, sino porque abría una nueva ‘veta’ para la especulación.


La perspectiva de la ‘convertibilidad’ provocó una fractura sin precedentes entre los explotadores ecuatorianos. “Las cámaras que agrupan a los principales empresarios del país”(La Nación, 8/2) pasaron a la oposición, porque Cavallo y Bucaram armaron una maffia banquero-empresarial que amenazaba con monopolizar las privatizaciones, desplazando a los”más tradicionales grupos de poder económico”. El embajador norteamericano denunció, en ese momento, la ‘corrupción gubernamental’.


Lo que sucedió en Ecuador, por lo tanto, es un segundo hundimiento del ‘plan Cavallo’ en menos de seis meses: al reproducir, de una manera mucho más concentrada en el tiempo, las mismas luchas populares y la misma fractura burguesa que provocó en la Argentina, la ‘exitosa’ convertibilidad hundió a Bucaram en 72 horas.


La evidencia de que la caída de Bucaram es un golpe demoledor para el riojano, es el “sorprendente” e “inesperado” (La Nación, 8/2) énfasis con que salió a defenderlo cuando su caída ya era irreversible.


Una cáscara vacía


Los regímenes democratizantes que debían llevar a América Latina a las alturas del ‘primer mundo’, no han logrado llevar a sus gobernantes al final de sus mandatos: Bucaram siguió el mismo camino que el venezolano Carlos Andrés Pérez, el brasileño Collor de Mello y, antes que ellos, el vernáculo Alfonsín.


Los regímenes democratizantes están provocando una fenomenal demolición de las condiciones de vida de las masas. Este saqueo, sin embargo, no logra abrir ninguna vía de desarrollo para los explotadores locales, que se han visto obligados a liquidar sus negocios y sus ‘porciones de mercado’ en favor de la penetración imperialista.


El derrumbe inevitable de los regímenes democratizantes está dictado por su incapacidad para resolver la crisis capitalista, que se descarga con inusitada brutalidad sobre las débiles estructuras de los estados semicoloniales.


Las masas


En el curso de apenas unas semanas, las manifestaciones contra el ‘paquetazo’ se convirtieron en huelga general, y la huelga general en una rebelión popular que derrumbó al hombre que, cuatro meses antes, había ganado las elecciones con el 54% de los votos.


La velocidad de los acontecimientos sorprendió a todos los protagonistas. Un día antes del inicio de la huelga general, originalmente convocada por 24 horas, “los sindicatos anunciaron que el 15 de febrero realizarán una asamblea nacional en la que decidirán la posible realización de otro paro cívico” (Ambito Financiero, 5/2). La enorme movilización de los explotados de la ciudad y del campo, en el cuadro de agudas divisiones patronales, llevó a un desenlace que nadie esperaba ni impulsaba.


Las mismas masas que ahora derrocaron a Bucaram lo habían votado masivamente, lo cual indica el enorme giro político que provocó la presión de los ataques capitalistas. El mismo giro que están describiendo, con otro ritmo, en la Argentina, los trabajadores que votaron por Menem, y están hoy en la primera fila de las movilizaciones de los desocupados, de las luchas de los estatales, etc.


Las direcciones populares no ejercieron una verdadera dirección de la movilización: inicialmente convocaron a una huelga de 24 horas; sobre la marcha, debieron transformarla en una de 48 horas y aun en una huelga indefinida, si el parlamento no hubiera volteado a Bucaram. La convocatoria a un plenario a mediados de febrero para estudiar ‘la posibilidad’ de una nueva huelga, revela que los propios trabajadores iban mucho más lejos. Mucho menos puede decirse que la oposición burguesa ejerciera la dirección política del movimiento: frente a él, su única preocupación consistió en sacar a las masas de las calles.


La crisis sigue


La caída de Bucaram está muy lejos de haber cerrado la crisis.


La vicepresidente Arteaga se negó a gobernar sin la ‘convertibilidad’, por lo que tuvo que renunciar (Clarín, 12/2). Los militares arbitraron la sucesión en favor de Fabián Alarcón, presidente del Congreso, sin partido y con una bancada propia de apenas dos diputados, es decir, una perfecta nulidad. El parlamento –y, claro, también los militares– le impuso a Alarcón la anulación de la ‘convertibilidad’, la revisión de las privatizaciones y la moratoria de la deuda externa. El frente que lo sostiene, sin embargo, presenta una extraordinaria heterogeneidad (La Nación, 12/2).


Ahora, cuando Bucaram cayó, los analistas vienen a descubrir que su “peor error” (La Nación, 8/2) fue la anulación del ‘paquetazo’, dictada en un intento desesperado de evitar la caída. Esto porque deja al nuevo gobierno con la obligación de debutar con un nuevo ‘paquetazo’, o resignarse a marchar por el camino de la hiperinflación. Las limitaciones políticas y económicas del ‘respiro’ que han obtenido los explotadores ecuatorianos son tan manifiestas, que “en este contexto, corresponde preguntarse si existe una salida a la crisis económica de Ecuador para cubrir el impopular ajuste que disparó la catástrofe política de Bucaram” (La Nación, 12/2).


Una pintada en las calles de Quito, “Cuidado Alarcón, te vijilamos” (sic, La Nación, 12/2), pinta todo el cuadro de la situación: los explotados que derrocaron a Bucaram están muy lejos de haber dicho su última palabra.