La campaña electoral en Brasil

A seis meses de las elecciones presidenciales, Lula encabeza holgadamente todas las encuestas con más del 35% de las intenciones de voto en todo el país: gana en todas las regiones, en todos los grupos de edades y de instrucción, entre todas las franjas de ingreso y entre los  hombres y las mujeres. En el Nordeste, la intención de voto por Lula llega casi al 50%. El 36% nacional triplica las intenciones de voto a favor de Lula respecto de las que éste recogía a esta misma altura de la campaña presidencial, en 1989.


El “anti-Lula”


Del abigarrado cuadro de candidatos patronales, la burguesía brasileña ha seleccionado su “anti-Lula”  en la persona de Fernando Henrique Cardoso, del “centroizquierdista”  PSDB, ex  canciller, hasta hace poco ministro de finanzas de Itamar Franco y autor del “plan de estabilización” que ha puesto al Brasil en las puertas de la hiperinflación. El derechista Maluf ha desistido de su candidatura y otros candidatos “históricos”, como Quercia, Sarney (PMDB) y Brizola (PDT) se encuentran virtualmente fuera de carrera. “FHC” —como se lo conoce a Cardoso en Brasil — ha recibido el apoyo unánime de la Bolsa, de la Asociación de Bancos, de la Federación Industrial del Estado de San Pablo (FIESP) y de la banca acreedora. Además, se encuentra negociando un frente con el Partido del Frente Liberal (PFL), que aglutina al gran capital brasileño.


Según uno de los capitostes de la burguesía paulista, “la candidatura de Cardoso, con un perfil centroizquierdista, es la única capaz de dividir a la izquierda, atraer al centro y ganar la simpatía de la derecha… es la fórmula ideal del ‘anti-Lula’ porque tiene la confianza de los conservadores y cara de centroizquierda” (Jornal do Brasil, 6/3).


Lula y Cardoso se reconocen ideológicamente como centroizquierdistas y hasta hace poco tanto la derecha del PT como su “extrema izquierda”  consideraban  al PSDB y aún a Cardoso como un “aliado estratégico natural”.


La competencia electoral enfrenta un centroizquierdista “de overol” a otro “de saco y corbata”. El monopolio electoral de dos candidatos igualmente centroizquierdistas desnuda la agudeza de la crisis del régimen político brasileño, cuyo centro de gravedad ya no logra sustentarse con los representantes “naturales” de la burguesía brasileña (los Maluf, Quercia, Brizola o Antonio Carlos Magalhaes). Son los “FHC” y los Lula los encargados de salvar la “gobernabilidad” de un régimen político que —después de la caída de Collor y de los escándalos en el Congreso y la Justicia— hace agua por todos lados.


El notable protagonismo electoral del centroizquierda revela cuán maleable es a las necesidades del imperialismo y el grado en que se ha transformado en su instrumento político. Lula ha llegado a esta condición frenando las luchas populares, integrando los sindicatos al Estado, impulsando la colaboración de clases y asimilándose por entero al terreno constitucional y parlamentario. Desde la caída de Collor, es sustento oficial del gobierno Itamar (con sus ministros de economía, incluídos). El programa del PT, a instancias de Lula, ha eliminado la consigna de “moratoria de la deuda externa”, apoya las privatizaciones y rechaza la reforma agraria (a la que sólo admite en “tierras improductivas”). En el Congreso, en los gobiernos municipales y en la dirección de la CUT, el PT, en su conjunto, ha demostrado sobradamente su cerrada defensa del orden burgués, de los intereses materiales de la burguesía y su hostilidad a los movimientos y reivindicaciones de los trabajadores.


Pero para el imperialismo, estas “garantías” tienen obvias limitaciones; es necesario comprometer al PT, además, con toda serie de compromisos y acuerdos. Entre el conjunto de disposiciones políticas que se ha adoptado en la campaña electoral, está la de oponer a Lula, no a un derechista anti-comunista declarado, sino a otro candidato centroizquierdista, un profesor universitario, un “socialdemócrata” que ha denunciado la “corrupción”, a un perseguido de la dictadura militar, a una escisión de izquierda del principal partido burgués brasileño (el PMDB), en resumen, a un Chacho Alvarez (incluso mejorado) que en las últimas elecciones presidenciales llamó a votar por Lula contra Collor en la segunda vuelta (mientras que el Chacho argentino tiene un pasado cafierista y menemista).


La defensa de la candidatura de Cardoso ha recaído, en consecuencia, fuera de los grandes burgueses y de sus representantes tradicionales, en la intelectualidad “izquierdista” y “progresista”. Para esto, ocultan que Cardoso es hoy el candidato de los partidos de la dictadura militar, de los partidos que gobernaron con Collor y de la mayoría corrupta del Congreso, y que el propio Cardoso votó el ingreso de su partido al gobierno Collor treinta días antes de que se produjera la denuncia que lo llevaría al juicio político. Para esta operación de encubrimiento, Cardoso ha puesto como condición para aceptar la candidatura a la presidencia que las “alianzas” con la derecha no sean explícitas sino que aparezcan como designaciones “personales” de él. Así, aunque el apoyo del PFL a la candidatura de Cardoso es un hecho público y notorio, no se lo ha oficializado e, incluso, se sospecha que no se lo oficializará en toda la campaña: la designación de un hombre del PFL como candidato a vicepresidente de Cardoso tendría el carácter de un “ofrecimiento personal”.


La “política de alianzas” de Lula


Pero la política del imperialismo no se limita a la elección de un “anti-Lula” como factor de control, de freno y de compromiso contra el movimiento de masas. El otro aspecto es asegurarse, más allá de las elecciones presidenciales, el control de los gobiernos de los Estados y del Congreso nacional (además, naturalmente, de las fuerzas represivas y de la justicia). Para eso ha arrancado del PT el compromiso de no impulsar candidaturas propias con posibilidades de victoria para los gobiernos estaduales y de, por lo tanto, no consagrar listas con posibilidades mayoritarias en el Congreso. El PT viene apoyando a un conjunto de candidatos patronales y derechistas en nombre de su “política de alianzas”  y el propio Lula, personalmente y en choque con las bases del propio PT, ha ido tejiendo esas “alianzas” que, al decir de Erundina (ex intendente petista de San Pablo y miembro de la derecha del PT) “eran impensables hasta hace poco tiempo” (Página 12,  7/4).


Las “alianzas” estaduales de Lula parecen no tener límites: en Río Grande do Norte, ha llevado al PT a apoyar a Wilma de Farías, una connotada derechista y corrupta, que pasó por todos los partidos en busca de cargos y prebendas hasta recalar en el PSB, aliado electoral del PT. En una manifestación en Natal, capital de Rio Grande do Norte, Lula se enfrentó abiertamente a los militantes del PT que marcharon con un enorme cartel: “No a la alianza con Wilma, que significa corrupción” (Folha de Sao Paulo, 2/4). En Alagoas, “patria chica” de Collor de Mello, “los colloridos pueden aliarse al PT”, informa la Folha de Sao Paulo (12/3): “el grupo de Alagoas de Collor, liderado por el gobernador Geraldo Bulhoes (PSC) está intentando aproximarse a la posible candidatura (a la gobernación) del intendente de Maceió, Ronaldo Lessa”. Lessa es uno de los postulantes a la vicepresidencia de Lula. En Paraíba, el PT apoya al PMDB, el partido de Sarney y Quercia y el mayor reservorio de corruptos que existe en todo Brasil; en Paraná apoya al PDT y llega, en Bahía, a apoyar al candidato… del PSDB. Incluso en los Estados donde se presenta solo, el PT ha sido víctima de su política de no combatir a sus potenciales “aliados”: en San Pablo, el candidato a gobernador del PT, José Dirceu, no llega al 5% en las encuestas … más de 25 puntos por detrás de las intenciones de voto que recoge la candidatura de Lula en la misma ciudad.


Esta “política de alianzas” es justificada por la necesidad de que los “aliados” regionales transfieran sus votos a la candidatura nacional del PT, Lula presidente, pero ninguno de estos partidos podría hacer este “traspaso”, por una orden de sus direcciones patronales. Esto quedó claro en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1989, cuando —según las encuestas— el electorado del PSDB votó en su gran mayoría por Collor, a pesar de que el partido llamaba a votar por Lula, y cuando el electorado del PDT tendía a votar mayoritariamente por Lula, cuando todavía su dirección no había decidido hacerlo.


La consigna “Lula presidente” encubre la consigna “los derechistas y patronales al gobierno de los Estados”: la “política de alianzas” entrega el Congreso nacional y los Estados a la derecha y a los partidos patronales.


El “plan Cardoso”


La candidatura del centroizquierdista Cardoso a la cabeza de un frente único de toda la burguesía es, sin embargo, un aspecto del dispositivo político general de la burguesía. Hasta aquí se ha definido que no será una lucha contra “el comunismo” sino a favor del “progreso”, la “ética” y hasta el “pluralismo”.


Pero el otro aspecto tiene que ver con el plan económico, del cual el imperialismo pretende obtener un rédito electoral si, “estabilización”  mediante, logra poner un parate transitorio y precario a la enorme inflación. En esto pretende emular el ejemplo menemista, el de Sarney (1986) con el “plan Cruzado” o el de Alfonsín (con el plan Austral).


Este “plan”, que hasta ahora sólo ha agravado la inflación (50% al mes), ya significa un negocio sin precedentes para la burguesía, porque ha recortado el salario real en un 30%, y lo será aún más  porque procura consolidar la deuda pública a corto plazo del Estado con los bancos a altos niveles de interés y a un dólar que se está subvaluando frente a la nueva moneda que está en proceso de creación. Los trabajadores deberán pagar en el futuro la enorme cuenta de esta deuda pública usuraria revalorizada.


Aterrorizado por la posibilidad del “éxito” de la “estabilización”, ni Lula, ni el PT ni la CUT han salido a enfrentar realmente al “plan”, a pesar  de que el único fruto que ha rendido hasta ahora ha sido llevar el costo de vida del 30 al 50% mensual. En realidad los “asesores” económicos de Lula apoyan el “plan”, a lo Chacho Alvarez, es decir pidiendo que se “contemplen”  los perjuicios que sufrirán las masas. En un caso fundamental, la municipalidad de Belo Horizonte, dirigida por el PT, ya ha comenzado con la aplicación del “plan”  al adoptar  la disposición que convierte los salarios a la nueva moneda sin reconocer la inflación de febrero último (reducción del 40%). Frente al “plan Cardoso”, el PT “denuncia” su “carácter electoralista” —es decir nada. Al mismo tiempo, la burocracia petista de la CUT ha boicoteado abiertamente todas las luchas salariales y la perspectiva de una huelga general contra el “plan Cardoso”.


La burocracia sindical de la CUT reivindica, junto al gobierno de Itamar-Cardoso y las grandes patronales, a los “consejos sectoriales”, un ámbito de colaboración de clases e integración con la burguesía puesto en funcionamiento por Collor, (que no figura en el programa electoral del PT), y que sirve para que la gran industria obtenga rebajas de impuestos a cambio de aumentos salariales inferiores a la inflación, y a cambio de usar los “retiros voluntarios” en lugar de los despidos.


La burguesía intenta utilizar la maniobra de la “estabilidad” (¡cuya posibilidad todavía está por verse!) y la política capituladora del PT para mantener intacta su dominación política y, de última, derrotar al PT. Pero el “plan Cardoso” debe dar cuenta aun de un conjunto de contradicciones explosivas (déficit fiscal galopante, crisis industrial, presión imperialista, etc) que pueden hundirlo en cualquier momento y, con él, la candidatura de su mentor.