La crisis europea también se cocina en Francia

Los franceses han perdido el sentido del matiz: últimamente, cada vez que van a elecciones le pegan fuerte a alguna de las formaciones tradicionales. Esta vez le tocó a la derecha que se encuentra en el gobierno. Al cabo de las dos vueltas de las elecciones regionales, los derechistas habían perdido en todas partes, con excepción de Alsacia. No sólo esto, la coalición de centroizquierda (socialistas, comunistas, verdes) había reunido el 50% de los votos, un porcentaje no visto antes, en el marco de un crecimiento de la concurrencia, tanto en el primero como en el segundo turno.


Los resultados adversos al gobierno han creado una crisis política por diversas razones. La primera es que el régimen político se enfrenta a la contradicción de que el gobierno tiene una mayoría abrumadora en el parlamento y es minoría, igualmente, abrumadora en todos los consejos regionales. Hay un choque entre dos representaciones igualmente nacionales, con la diferencia de que la centroizquierdista es reciente y la derechista está superada por el tiempo, ya que fue electa hace dos años. La otra razón de la crisis es que los votantes repudiaron al gobierno de la privatización de la seguridad social y le dieron los votos a otros igualmente partidarios de esa privatización. La llamada ‘reforma’ es en Francia lo que se dice una “política de Estado”, entre otras cosas porque ha sido establecida por la Unión Europea.


Como consecuencia de las contradicciones señaladas, Francia ha entrado en una situación de inmovilismo político. Los comentaristas galos se ‘quejan’ de que desde hace veinte años el electorado “castiga” al oficialismo, con lo cual “no deja gobernar”. El electorado, para no ser menos, también se “castiga” a sí mismo, cambiando solamente de collar. Lo ocurrido retrata, en realidad, la situación de toda Europa, donde tanto los explotadores como las masas se encuentran empantanados.


Los resultados electorales han removido una capa de confusión que, aunque superficial, nublaba la comprensión de la situación francesa. Ocurre que en las presidenciales del 2001, el actual presidente Chirac había obtenido el 19% de los votos y el socialista Jospin el todavía más raquítico 16%. El derrumbe del régimen era claro y fue salvado por dos operaciones políticas: una, el voto de “unión nacional” por Chirac contra el fascista Le Pen, en el segundo turno; y la otra, con la capitalización de este resultado por parte de la derecha para quedarse con una mayoría parlamentaria abrumadora en las inmediatas elecciones legislativas siguientes. Los resultados de los recientes comicios disipan el espejismo, porque demuestran que el gobierno es minoría y que el partido oficialista y la derecha en general están muy divididos. Además, nadie le otorga, en Francia, un crédito político al centroizquierda.


La ‘extrema izquierda’ hizo una mala elección; sacó la mitad de lo esperado y no pudo ir al segundo turno en ninguna región. Por un lado fue perjudicada por el ‘voto útil’ contra el gobierno y, por el otro, por el carácter contradictorio de la coalición, ya que la LCR, a diferencia de LO, tenía una fuerte corriente que apoyaba una alianza con el centroizquierda. Las elecciones se prestan muy bien para sufrir estos ‘contratiempos’, toda vez que el proceso mediático está controlado por la burguesía. Además, el partido comunista logró viento a favor, al menos esta vez, con su planteo de lista unitaria con los verdes y los socialistas, lo que le conservó una gran parte del electorado que se suponía iba a votar al frente LCR-LO. En Francia, la ‘extrema izquierda’ tiene una débil inserción en las masas, su popularidad ha sido fundamentalmente electoral.


La gran corriente de votos al centroizquierda no la convierte en un canal de las masas, ni siquiera como pudo haberlo sido el Frepaso, en Argentina, en 1997. Fue correcto, por lo tanto, votar por LO-LCR y no por el PS o por el PC. Los votos y la intervención en el seno de los movimientos tradicionales puede justificarse, e incluso es una obligación, si canalizan a la masa como movimiento, o sea su lucha. Cuando esto no ocurre, apoyarlos o votarlos es seguidismo