La crisis mundial arrastra al imperialismo a nuevos crímenes

Ni Clinton, ni su compinche Blair, van a ser, por supuesto, juzgados por el fraude documental que les permitió justificar este nuevo ataque criminal contra el pueblo y la nación iraquíes. Ni el Congreso norteamericano les va a hacer un juicio político, ni los lores británicos van a pedir su extradición. Pero, como lo reveló el diario The Washington Post (14/12), el documento que presentó el jefe de los inspectores de las Naciones Unidas, Butler, fue redactado en la embajada norteamericana de la ONU con la participación de funcionarios de los Estados Unidos. En casi una década de espionaje, sin embargo, los inspectores no han podido demostrar que Irak almacenara gas mostaza, que usara contra Irán, ni bacilos de antrax, ni el gas VX.


¿Cuál fue entonces la necesidad de proceder a este ataque, cuando ni Irak ni Saddam Hussein tienen la capacidad mínima de poner en jaque la dominación militar norteamericana en el golfo Pérsico? Ya ni se trata de intentar mantener a Irak afuera del mercado petrolero internacional, primero porque ya ha conseguido duplicar sus exportaciones en un año, segundo, porque la crisis de precios del petróleo no puede ser superada mediante el único recurso de excluir a Irak.


Dadas las tensiones que se viven en Turquía con la población kurda, unos 15 millones de personas, tampoco hay que suponer que al dúo Clinton-Blair le interese voltear a Hussein, que mantiene el control sobre el pueblo kurdo instalado en el norte de Irak. Al desatar el ataque, la banda anglo-yanqui ya sabía que con ello liquidaba cualquier posibilidad de que la comisión de inspectores pudieran reasumir sus funciones.


Para entender este nuevo ataque contra Irak hay que partir de que el golfo Pérsico y el conjunto del Medio Oriente se han vuelto a convertir en una región explosiva desde el punto vista social y nacional. Lo demuestra el brutal empantanamiento de los acuerdos sobre Palestina, a pesar del patrocinio que les da el imperialismo yanqui y Clinton personalmente, al extremo de que han provocado la caída del gobernio sionista de la derecha. La impasse política israelí ha llegado al extremo de que se vislumbra la quiebra de los dos principales partidos políticos, el laborista y el Likud, y la instalación de una nueva fuerza compuesta por destacados militares retirados. El tiempo se agota para detener un levantamiento palestino y hasta la caída de Arafat, comprometido con la represión a su propio pueblo.


El derrumbe del precio del petróleo ha puesto en bancarrota a los países del Golfo, los que solamente sobreviven gracias a empréstitos de emergencia. Se plantea incluso que se vean obligados a privatizar sus gigantescas empresas estatales a manos de las recientemente fusionadas Exxon-Mobil y British Petroleum-Amoco (hasta la privatizada YPF argentina va en camino de ser re-privatizada). Incluso en Irán, se ha puesto al desnudo su profunda inestabilidad política a partir del asesinato en cadena de prominentes intelectuales liberales. Con relación a la ya mencionada Turquía, no consigue formar un gobierno estable desde hace dos años y el imperialismo mundial desespera para evitar que se forme un gobierno militar. Toda la zona ha ingresado, de este modo, en una perspectiva de levantamientos nacionales y sociales.


Es precisamente en este marco que la OTAN ha comenzado a discutir una nueva estrategia política que, por exigencia de Estados Unidos, plantea extender su radio de acción político-militar hacia el golfo Pérsico, el Medio Oriente y las fronteras rusas (mar Caspio). El planteo tiene dividida a la OTAN e incluso a la propia burguesía norteamericana. En el fondo, planea la cuestión de la remilitarización de la economía capitalista mundial, como un antídoto a la crisis. El partido Liberal de Japón, a punto de ingresar a una coalición con el gobernante LDP, acaba de reclamar que se autorice a las fuerzas armadas niponas a intervenir en ‘misiones de paz’ en el extranjero. Fue el primer ministro japonés, Obuchi, el que amenazó retóricamente hace pocos meses con establecer una economía armamentista para sacar a Japón del marasmo económico.


“La estrategia de Blair es mantener a Saddam ‘enjaulado’…”, concluye el británico Financial Times (21/12), lo que significa que “Estados Unidos y el Reino Unido incrementarán sus fuerzas en el golfo y reforzarán las sanciones económicas”. Si la crisis en esta vasta región exigiera en el futuro el desembarco de la OTAN, el pretexto podría ser la necesidad de derrocar a Saddam Hussein.


Luego de un rosario de protestas contra el ataque, Rusia, China y Francia se fueron al mazo, por la simple razón de que son rehenes económicos del imperialismo yanqui. Alemania estuvo con Clinton desde el primer momento, porque sabe que sin los yanquis nunca podría controlar la insoluble crisis de los Balcanes; la Unión Europea se ha vuelto a desunir frente a las presiones norteamericanas, ha delatado su colosal impotencia y ha concluido de nuevo como peón yanqui. La prensa norteamericana ya está discutiendo la posibilidad de derrocar al serbio Milosevic; si se agrega a Hussein y otros casos menos notorios, se verá que el imperialismo está practicando un intervencionismo político sin precedentes, dentro de sus propios parámetros, en el interior de innumerables países. Pero así fue también como voló en mil pedazos el Imperio Romano.


La acción del imperialismo y el agravamiento acelerado de la crisis mundial están planteando la necesidad de una acción internacional de la clase obrera que, para eso, debe separarse de su propio imperialismo.