La crisis política de la “alianza antiterrorista”

La visita de Bush a Londres no sólo confirmó el enorme repudio de la juventud y los trabajadores ingleses al presidente norteamericano y a la guerra de Irak (más de 200.000 personas manifestaron contra Bush y Blair). También sirvió para poner en evidencia algo que, hasta ahora, había sido encubierto: las crecientes divergencias entre Bush y Blair, es decir, el principio de una crisis política de fondo en la “alianza” que invadió Irak.


El Financial Times informaba, el día que Bush aterrizó en Londres, que “la invitación de la reina al presidente norteamericano había contrariado al primer ministro Tony Blair” (Financial Times, 18/11). Para el diario de la City londinense, la reunión entre Bush y Blair tuvo “un aire de irrealidad (pero) esto es la apariencia; la sustancia, advertía, es todavía más seria (…) la visión de estos dos líderes mundiales en contradicción es alarmante” (Financial Times, 19/11). Apenas un día después, se informaba que las discusiones entre ambos mandatarios eran “tensas y controvertidas” (Le Monde, 20/11).


“La lista de los asuntos contenciosos entre Blair y Bush es larga”, informa el Financial Times (19/11). Los británicos acusan a Bush de “haber dejado caer la hoja de ruta” en Medio Oriente por su apoyo incondicional a la política de asesinatos selectivos, construcción de asentamientos y expulsión de palestinos de Sharon. Reclaman por la situación de los detenidos en Guantánamo (entre los que se encuentran ciudadanos británicos). Otro grueso punto de disputa son las barreras tarifarias impuestas por Estados Unidos a las exportaciones de acero europeo. Los británicos también rechazan que el negociado de la “reconstrucción de Irak” haya sido monopolizado por empresas norteamericanas. Incluso, han emergido disputas acerca de la política a aplicar en Irak, ya que los británicos acusan a Bush de buscar una “estrategia de salida” que estaría dictada sólo por el “calendario electoral” norteamericano.


Las divergencias, en todos los puntos, se centran en cuestiones políticamente vitales. Sin embargo, las divergencias más candentes se plantean en las cuestiones relacionadas con la industria armamentista.


Los norteamericanos critican vivamente los “coqueteos” de Blair con la iniciativa franco-alemana de una “defensa europea” y para “un planeamiento militar independiente” de la Otan. Los “vaivenes” de Blair respecto de la “defensa europea” son un reflejo de los intereses de la industria armamentista británica, que al mismo tiempo que se ha asociado de manera muy profunda con firmas norteamericanas y es un proveedor privilegiado del Pentágono, mantiene asociaciones con firmas europeas de defensa. Precisamente, por las relaciones que los británicos mantienen con los europeos, Estados Unidos pretende poner un límite a la transferencia de tecnologías a las firmas de ese origen.


Recientemente, el jefe del comité de relaciones exteriores del Senado norteamericano presentó un proyecto de ley que permitiría la transferencia de tecnología militar “sensible” a empresas británicas. Pero difícilmente sea aprobado, porque enfrenta una fuerte resistencia en el comité de defensa. “El incierto futuro de esta ley enfureció tanto a funcionarios del gobierno como a los jefes de la industria armamentista británica” (ídem).


El creciente enfrentamiento en el plano de la industria armamentista se manifiesta en las disputas entre Airbus y Boeing para proveer de aviones de reaprovisionamiento de combustible en vuelo a la fuerza aérea británica, en la disputa entre la norteamericana Sikorski y la anglo-italiana Augusta Westland por la construcción de un nuevo “helicóptero presidencial” y en el empantanamiento del proyecto de construcción de un avión de caza “multinacional” (ídem).


El trasfondo de todas estas disputas es el fracaso estratégico de la ocupación norteamericana de Irak.