La crisis recién comienza

La garantía por 40.000 millones de dólares que el gobierno norteamericano ofreció a México tiene el propósito de evitar la inminente cesación de pagos mexicana –o, lo que es lo mismo, la bancarrota de sus acreedores, el gran capital financiero norteamericano. La garantía es un salvataje para Wall Street, no para México. No es éste, claro, su único objetivo.


La garantía asestará el golpe definitivo a la autonomía nacional mexicana. Para otorgarla, Estados Unidos exige, además del consabido “severo plan de ajuste y austeridad”, la entrega del petróleo y el sistema bancario mexicano al gran capital norteamericano. Se trata de una expresión excepcional de la opresión imperialista: México es obligado a poner su principal riqueza, el petróleo, a disposición de la Texaco, la Amoco y los grandes pulpos petroleros yanquis para salvar a los banqueros estadounidenses.


En 1992, Estados Unidos ofreció a Israel una garantía por 10.000 millones de dólares con la condición expresa de llevar adelante el “proceso de paz” en Medio Oriente, que condujo a la firma de los acuerdos con la OLP y, a término, a la brutal crisis política que hoy convulsiona al Estado sionista. Las consecuencias explosivas sobre el régimen político mexicano que tendrá la garantía que hoy Estados Unidos quiere imponerle a su “socio” del Nafta no serán menores que aquéllas.


Por años, y aun bajo los gobiernos más proimperialistas, la burguesía mexicana se opuso sistemáticamente a entregar el petróleo al capital extranjero. Incluso durante la “crisis de la deuda” de 1982, cuando México cayó en la cesación de pagos de su deuda externa, la burguesía azteca defendió su control sobre el petróleo. Esto porque es consciente de que la entrega de las riquezas petrolíferas –el principal recurso del país– al capital extranjero la convertirían en un mero apéndice de la burguesía norteamericana … casi al mismo nivel que sus vecinos centroamericanos. Pero si no entrega el petróleo, México se verá obligado a declararse formalmente en cesación de pagos, a abandonar el Nafta y a convertirse en un “paria” financiero internacional por décadas.


Frente a la brutal presión del imperialismo norteamericano por salvar a sus banqueros y apropiarse del petróleo mexicano, la fractura de la burguesía mexicana –y la consecuente agudización de la lucha de clases– es inevitable. Todo esto, claro, sin mencionar la resistencia que las masas explotadas mexicanas opondrán a la violenta pauperización que pretende imponerles la burguesía. Está planteada una crisis política de dimensiones descomunales.


El Estado mexicano no tiene la menor autoridad para arbitrar los violentos conflictos de clase que se avecinan. El presidente mexicano, Zedillo, no sólo es “el más débil de la historia reciente de México” (La Nación, 22/1) sino que, además, está a la cabeza de un partido, el PRI, profundamente dividido –como lo prueba el asesinato del candidato presidencial Colosio por orden de dirigentes del propio PRI– y cuyo “ciclo histórico” está agotado. El intento de Zedillo de armar un acuerdo político con los partidos de la oposición para darle una base de sustentación a su gobierno, dio como resultado … la “rebelión” de los caciques del PRI y las violentas manifestaciones de los propios miembros del PRI del Estado de Tabasco contra el gobierno nacional. En el lejano sur, la rebelión de Chiapas –que se extiende por medio Estado– es una expresión concentrada de la tendencia a la desintegración del Estado mexicano.


El régimen político mexicano está condenado a saltar por los aires bajo las presiones contradictorias del imperialismo norteamericano, de los intereses de la burguesía nacional y de los explotados. ¡Pero con el Nafta, la crisis política mexicana tendrá una repercusión directa e inmediata en los Estados Unidos! La crisis recién comienza y no se detiene en la frontera, como lo prueban las dificultades que encuentra Clinton para hacer aprobar la garantía por los parlamentarios de su propio partido.


Hace poco más de un año, cuando faltaban pocos días para la entrada en vigencia del Nafta, en un artículo acertadamente titulado “Echan Nafta a la caldera norteamericana”, caracterizábamos que México era una “‘bomba de tiempo’ que deberá estallar, porque es muy tarde para desactivarla” y agregábamos que “el proceso de la crisis capitalista será al mismo tiempo el proceso de la absorción de México por los Estados Unidos, y la respuesta popular que generará inevitablemente esta anexión será también el inicio de la revuelta popular en los Estados Unidos …  EE.UU. cree tener la llave o el disparador que haría explotar la ‘bomba de tiempo’ pero en realidad sólo tiene la mecha” (Prensa Obrera, Nº 409, 22/12/93). Las explosivas consecuencias del derrumbe mexicano confirman esta caracterización.