La cumbre climática en Kioto

Se desarrolla en Kioto (Japón), entre el 1º y el 10 de diciembre, la cumbre mundial sobre los cambios climáticos que tienen lugar en el planeta. Más de 160 países debatirán medidas para hacer frente al llamado “efecto invernadero”. Este efecto es el resultado de la emisión de gases que produce la quema de combustibles fósiles (carbón y petróleo, especialmente). El principal gas es el dióxido de carbono, que actúa reteniendo los rayos solares y provoca, mediante el “efecto invernadero”, el incremento de la temperatura media del planeta.


El dióxido de carbono siempre existió en la atmósfera, pero en cantidades moderadas. Habitualmente es absorbido por las plantas que utilizan el carbono (fotosíntesis) y devuelven el oxígeno a la atmósfera. La combustión se potenció en los últimos 150 años, con la creciente desaparición de los espacios verdes. La deforestación, que avanzó a razón de 16 millones de hectáreas anuales durante la década de 1980, va quitando a la Tierra sus pulmones. El incremento de la temperatura amenaza con el deshielo de los casquetes polares, lo que llevaría al incremento del nivel de los mares, amenazando a las poblaciones insulares y costeras, que hoy representan una enorme porción de la población humana.


La llamada Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro en 1992 había señalado el propósito de reducir las emanaciones de gases a los ‘modestos’niveles de 1990, y en un 15% hacia el 2010. A mediados de 1997 se reunió en Nueva York la llamada Cumbre de la Tierra II (o Río + 5, por efectuarse 5 años después de la primera), que constató el total incumplimiento de los limitados objetivos fijados en Río. Allí se convino que en la reunión de Kioto se volverían a analizar las medidas a adoptar frente a lo que aparece como una de las más grandes amenazas a la humanidad.


Agravamiento


Desde 1992, la quema de combustibles fósiles se incrementó, hasta alcanzar en 1996 una cifra récord. Estados Unidos emite hoy un 8% más de gases que en 1990, y se estima que hacia fin de siglo el incremento llegará a un 13% (The Guardian Weekly, 26/10). Clinton anunció que llevará a la cumbre de Kioto una propuesta que promete llegar a los niveles de 1990 recién para el 2012, y sólo entonces comenzar a descender. Al hacer esta declaración, “la Casa Blanca reconoció que el anuncio es un final humillante para la promesa que el presidente había formulado en 1993 de retomar los niveles de 1990 en el 2000” (ídem). Se entiende. “Los representantes de la industria automotriz norteamericana rechazaron la propuesta de reducir en un 10% las emisiones de CO2 en los próximos 13 años, pues eso significaría una reducción constante del 3% de su PBI” (O Estado de Sao Paulo, 25/6). El lobby de los industriales del carbón, el petróleo y el automóvil, la “Asociación del Clima Global”, llevó a cabo una intensa campaña en los últimos meses para evitar todo compromiso de reducción a corto plazo (Le Monde, 23/10). Más aún, el Senado norteamericano anunció que no avalará ningún compromiso que firme Clinton en Kioto que no implique, al mismo tiempo, compromisos equivalentes de los países en desarrollo, especialmente China. “Los expertos estadounidenses que respaldan a las grandes empresas (amenazan con que) si se retoman en el 2010 los niveles de 1990 la economía norteamericana perderá 350 mil millones de dólares por año” (Clarín, 25/10).


Estados Unidos es hoy responsable por casi el 25% de las emanaciones de gases del planeta, pese a que posee menos del 5% de la población. Si se le suman los demás países industrializados, Europa, Canadá y Japón, con una población de aproximadamente el 10% del total mundial, emiten casi el 50% de los gases responsables del “efecto invernadero”. Y esto a pesar de que, desde la cumbre de Río, vienen trasladando parte de sus industrias contaminantes o ‘sucias’ a los países atrasados. El resultado de este traslado fue un fenomenal incremento del 27% de las emanaciones de carbono en China (que hoy alcanzan al 13% del total mundial, con un PBI de sólo el 2%), de India, que aumentaron un 28%, hasta alcanzar el 4% del total mundial, con un PBI de sólo el 1% (Le Monde, 24/6, y The Guardian, 26/10).


Disputas


Los temas ambientales no pueden sustraerse a la creciente ampliación de la enorme brecha entre el puñado de naciones imperialistas, cada vez más ricas, y la inmensa mayoría del planeta, cada vez más pobre, ni a las cada vez mayores disputas interimperialistas, potenciadas más todavía por los derrumbes bursátiles y la crisis financiera.


La presión sobre los países oprimidos busca impedir toda competencia al control imperialista. La propuesta de Clinton “incluye un sistema para comercializar permisos de emisiones en los próximos 10 años” (Clarín, 23/10), de modo que si un país atrasado reduce su contaminación, los Estados Unidos, por ejemplo, le ‘financian’ esa disminución a cambio de la autorización de seguir contaminando en otro lado.


La propuesta norteamericana está apoyada por Australia y Canadá, y se contrapone con la más ‘ambientalista’ presentada por los europeos, que contempla una reducción del 15% promedio hacia el 2010. Japón, por su parte, propuso una reducción de sólo el 5%, lo que la hace más cercana a la norteamericana. En realidad, como señala un diario norteamericano, la propuesta europea se basa sobre todo en una reducción de la emisión por parte de Alemania y, en menor medida, de Inglaterra, ya que Francia no disminuiría, Italia lo haría en una pequeña proporción, y España, Portugal, Grecia e Irlanda la incrementarían. En el caso de Alemania, los yankis destacan que aprovecha una trampa estadística, ya que el nivel de 1990 incluye la entonces recién anexada Alemania oriental, plagada de industrias contaminantes que rápidamente desaparecieron, disminuyendo la emisión de gases alemana, entre 1990 y 1993, en un 10%. En Inglaterra se produjo el cierre de las minas de carbón y su sustitución por gas y otros combustibles (The Washington Post, 17/11).


El conjunto de propuestas son una muestra de completa hipocresía. La burguesía es una clase que depreda los recursos naturales en su beneficio y no va a ser ésta una excepción. La única forma en que la burguesía puede tomar cuenta de una cuestión ambientalista es si le reporta alguna ganancia adicional. Así puede ocurrir que, si logra el monopolio de nuevas formas de energía “no contaminante” de la atmósfera (como la nuclear, por ejemplo), se convierta de la noche a la mañana en defensora a ultranza de la ‘no contaminación’, y lo use contra sus rivales y contra los países más débiles.


Internacionalismo


“En el informe de 600 páginas publicado en 1995 por el Grupo Intergubernamental sobre la Evolución del Clima (GIEC) … una frase decía simplemente ‘el balance de los indicadores sugiere una influencia discernible de las actividades humanas sobre el clima del planeta’. Después de diez años de investigaciones se impuso el consenso en el seno de ese grupo de expertos en climatología nombrados por las Naciones Unidas”(Le Monde, 21/11). “Los científicos están más unidos que nunca en sus puntos de vista. Es necesaria una acción inmediata, dicen. Sólo una urgente reducción del 60% de la emisión de dióxido de carbono puede prevenir peligrosos cambios climáticos” (The Guardian, 26/10).


Las conclusiones de los científicos, por más intergubernamentales que sean, no llevan a ningún resultado práctico. La resolución de los problemas ambientales requiere de una acción concertada y planificada del conjunto de la humanidad. Las rivalidades entre los monopolios capitalistas y entre sus Estados impiden cualquier acción conjunta. El mercado es el reino de la anarquía, opuesto a una asignación racional de recursos. Un ex diplomático norteamericano, actualmente miembro de un Fondo de Defensa del Medio Ambiente, reconoce que “el recalentamiento global requiere de una acción global” (The Washington Post, 3/7), pero sus propuestas son completamente utópicas en el cuadro de la decadencia capitalista, cuando los capitales buscan desesperadamente evitar la caída de sus tasas de beneficio a costa de cualquier depredación.


Las cuestiones del medio ambiente muestran los límites que el propio capital encuentra a su desenvolvimiento. El planteo reformista-ambientalista esquiva la cuestión de que el método capitalista para reducir la contaminación, consiste en aumentar aún más los impuestos al consumo de petróleo, carbón, autos, etc., es decir que implica agravar la miseria de los trabajadores y la crisis de sobreproducción de los capitalistas, con su secuela de despidos.


Hay que incorporar los reclamos ambientalistas al programa de acción de la revolución social.