La economía mundial que se viene

“Los trabajadores van a estar más jodidos”

Esta expresión pertenece a Nouriel Roubini, el economista reconocido mundialmente por haber anticipado la crisis financiera de 2008, precipitada con la caída de Lehman Brothers y hombre de consulta del establishment internacional, quien en declaraciones recientes hace un retrato descarnado de lo que se viene. “Nos llevó diez años, entre 2009 y 2019, crear 22 millones de empleos. Y hemos perdido 30 millones de empleos en dos meses”. 


Recordemos que el diario inglés Financial Times, por boca de su columnista estrella, Martin Wolf, venía de pintar un cuadro similar, caracterizado por una depresión mundial de grandes dimensiones.


A diferencia del optimismo que reina en los círculos financieros y de negocios que hablan de una crisis pasajera, en el marco de la nueva euforia bursátil que reina en Wall Street, el economista nos traza un panorama sombrío, en que lo peor no está para atrás, sino para adelante. 


La visión de Roubini es que marchamos a una recuperación mediocre y una depresión global. Los mercados, según su punta de vista, están subiendo porque hay un estímulo monetario masivo y fiscal masivo. El boom bursátil no tiene relación alguna con la producción y la economía real. 


La salida de la pandemia va estimular que ciertos sectores que conservan un poder adquisitivo y venían absteniéndose en su consumo, empiecen a gastar más. Pero esto tiene patas cortas. Los incentivos no se prolongarán por mucho tiempo. Los subsidios por desempleo, por lo pronto, expiran en julio  en Estados Unidos. El gobierno de Trump ha salido exultante a señalar un descenso en la tasa de desempleo, pero ya hay muchos analistas que cuestionan esa cifra, pues incluye como personal ocupado aquel que está suspendido.


Como es sabido, muchas de esas suspensiones son la antesala de despidos. La tasa de desempleo en Estados Unidos es del 13,3% -o sea, más de un 33% por encima que en el pico más alto de la crisis de doce años atrás. Y si se incluye a aquéllos que desean trabajo a tiempo completo pero no pueden conseguirlo, entonces, la tasa de desempleo es del 21%, y hay que sumar a otros 3 millones de personas que no fueron clasificadas, por lo que la tasa de desempleo total en mayo sería más del 25%.


La nueva normalidad


Aunque esto se revierta parcialmente, los millones que vuelvan a ser recontratados, lo serán bajo condiciones muy diferentes a la actuales. En lugar de un empleo formal y beneficios sociales completos, va empezar a abrirse paso el contrato “por hora, a tiempo parcial sin beneficios y con un salario bajo”, que coexistiría con legiones de desocupados sin ingresos de ningún tipo. Este fenómeno ya estuvo presente en la década siguiente a la crisis de 2008, en que la recuperación se dio sobre la base trabajo precario y más barato, incluyendo a las corporaciones. En las automotrices, bajo el mandato de Barack Obama, los nuevos trabajadores fueron contratados por la mitad el sueldo del personal más antiguo. Roubini resume este panorama con una sentencia contundente: “Hay un conflicto entre trabajadores y capital. Durante una década, los trabajadores han sido jodidos. Ahora, van a estar más jodidos”.


No olvidemos que las empresas están tan altamente endeudadas, que necesitan “reducir costos, y el primer costo que se corta es la mano de obra”. Esta reducción tan drástica de desempleo y trabajo precario, según su óptica, va poner un freno a la demanda y se transformará en un escollo para abrir una perspectiva de reactivación. El optimismo inicial en círculos empresarios de una recuperación en forma de V han empezado a ceder a otros más cautelosos en forma de U.


En este contexto, según Roubini, los estímulos que viene implementado el Estado no van a evitar quiebras masivas. “Las pequeñas empresas van a desaparecer en la economía posterior al coronavirus”. Roubini llama la atención de que el rescate tiene como destinatario y beneficiario al gran capital. 


Incluso las personas de ingresos medios, dada la conmoción que acaba de ocurrir, aunque puedan tener haber un mayor consumo inicial, van a actuar con cautela y reservar más ahorros por precaución. Y reducir el gasto discrecional, en especial de bienes más caros como la compra de una casa o un auto. Cuarenta por ciento de los estadounidenses tienen menos de 400 dólares en efectivo líquido ahorrado para una emergencia. Está claro que no hay margen para una recuperación de largo aliento sobre esta base.


La recuperación económica que se produzca, inclusive, según la óptica del economista, ni siquiera asegura un crecimiento del empleo. Debido a que los costos laborales son más altos en Estados Unidos que sus rivales asiáticos, la tendencia que predomine, según su mirada, sea sustituir mano de obra por capital (maquinarias). Con las relocalizaciones de las empresas en suelo americano, que hoy están instaladas en el exterior, los estadounidenses comunes van a ser víctimas de la carestía (precios de consumo más altos), sin disfrutar de los beneficios aparentes (más oportunidades de trabajo y salarios más altos). De todos modos, esta hipótesis de Roubini está por verse, pues, es altamente improbable que las filiales de las corporaciones vuelvan a radicarse en Estados Unidos y menos aún que se produzca un incremento sensible de la tecnificación y productividad en momentos que estamos frente a una huelga de inversiones productivas, ante la crisis de sobreproducción y la declinación de los beneficios, que van a tender a agravarse sensiblemente en el próximo período. 


Roubini va más lejos y plantea que Estados Unidos va a “comenzar a tener disturbios por la comida “Las pocas tiendas que están abiertas, como mi Whole Foods, tienen guardias de seguridad, tanto dentro como fuera. Estamos a un paso de los disturbios alimentarios”. Esos comentarios fueron hechos por Roubini antes del estallido de las protestas por el asesinato de Floyd, pero basta tener presente este panorama para advertir que la explosión actual es inseparable de los estragos que viene provocando la crisis capitalista y la pandemia que golpea con más fuerza los sectores más vulnerables, empezando por la población negra y las minorías. 


Guerra fría y guerra caliente 


No está ausente en el análisis del economista el escenario de guerra comercial e incluso la emergencia de conflictos bélicos. Roubini habla del comienzo de una “guerra fría” entre Estados Unidos y China. “Ahora, tenemos una guerra comercial a gran escala, guerra tecnológica, guerra financiera, guerra monetaria”.


Estamos asistiendo, a un “desacoplamiento completo”, lo que lleva a una fractura del comercio internacional y de las cadenas de suministros y valor que están altamente integradas a escala global. Las autoridades norteamericanas decidieron que Huawei no tendrá acceso a semiconductores y tecnología en Estados Unidos. Están imponiendo restricciones totales a la transferencia de tecnología de Estados Unidos. Esto abre una escalada de alcances imprevisibles en la que el economista no descarta el uso de la fuerza. 


“El único debate es sobre si habrá una guerra fría o una caliente. Históricamente, estas cosas han llevado a una guerra caliente en 12 de 16 episodios en 2.000 años de historia”. Esto confirma lo que venimos sosteniendo desde el Partido Obrero: el impasse capitalista nutre las tendencias a la guerra. Estamos frente a la tentativa del imperialismo de superar este empantanamiento, sometiendo a China y el ex espacio soviético, avanzando en su colonización. La guerra, por un lado, y la revolución, por el otro, son dos manifestaciones extremas del estallido de las contradicciones irreprimibles e insuperables del capitalismo.

 

Recesión con inflación


El economista, asimismo, lanza una voz de alerta sobre los alcances explosivos que podría tener los actuales planes de estímulo. La emisión gigantesca, aunque en lo inmediato sus efectos queden mitigados por la actual retracción económica, podría terminar provocando un rebrote en la carestía. Estaríamos frente a una tormenta perfecta de una depresión con inflación. Esto, por supuesto, representaría un golpe para los bolsillos populares pero, al mismo tiempo, un escenario de esa clase obligaría a un aumento de la tasa de interés, lo que haría estremecer al conjunto de la economía altamente endeudada, que ha logrado prolongar su agonía gracias al crédito barato, con tasa de interés cercana a cero. “Hay tanta deuda, que si las tasas a largo plazo van de 0 a 3%, la economía va  a colapsar”.

Los trabajadores deben tomar nota sobre el escenario que se expone, lo cual es más elocuente viniendo de un hombre de confianza de los círculos de poder. Tenemos un retrato descarnado sobre el hundimiento del capitalismo y los límites insalvables del salvataje en curso. No obstante ello, Roubini apela a echar mano al intervencionismo estatal y a las viejas recetas keynesianas monetarias y fiscales, cuyas contradicciones, sin embargo, él mismo se encarga de demoler en sus reflexiones. Marchamos a una depresión mundial, que va a ir de la mano de sacrificios y privaciones inauditas contra las masas, mientras la pandemia sigue golpeando, en primer lugar, sobre la población más vulnerable. 


Estas penurias en el mundo empiezan a despertar las rebeliones de los pueblos. Es así como se desarrolla, ahora en el corazón del capitalismo mundial, una extraordinaria rebelión popular, que no se circunscribe al repudio de un crimen racial ejecutado por el aparato policial, sino que plantea la impugnación de todo un régimen político, económico y social y la reorganización del planeta sobre nuevas bases sociales. 


La rebelión en Estados Unidos tiene un punto de contacto y recoge el hilo de las rebeliones que estremecieron a Latinoamérica y que tuvieron su réplica en otras geografías del planeta. Estas rebeliones ponen de relieve el abismo que separa a los trabajadores, de un lado, y los capitalistas y sus gobiernos, del otro, y pone al rojo vivo la cuestión crucial de dirimir quién va a asumir los costos de la bancarrota capitalista.