La Europa de los banqueros contra el proletariado francés

La huelga francesa ya se ha con vertido en un hecho histórico. Tanto sus protagonistas como los observadores coinciden en señalar, que no se había visto nada semejante desde el lejano y mítico 1968.


El aparato estatal está paralizado y las manifestaciones de masas son casi cotidianas. Los ferroviarios ya han entrado en su tercera semana de huelga; los trabajadores de los transportes de París están terminando la segunda. Y a ellos se suman los telefónicos, los del gas, los de la electricidad, los del correo, los de Air France, camioneros, aduaneros, trabajadores de los hospitales, empleados del Banco de Francia y de las cajas de ahorro, recaudadores de impuestos. Y detrás de ellos, están los estudiantes.


Pasadas dos semanas, la huelga sigue en ascenso. En estos días se sumarán a la huelga los maestros primarios, considerados como “la espina dorsal” de los trabajadores estatales. La adhesión de los docentes puede significar “un acontecimiento significativo” para el desenlace de la huelga  (La Repubblica, 7/12).


La defensa de la seguridad social (de las jubilaciones y de la salud) y de la educación, se ha convertido en el nervio unificador del proletariado francés. En algunas ramas privadas, como la química, han comenzado a aparecer llamamientos a sumarse a la huelga general con la consigna de la derogación del aumento de la edad jubilatoria impuesta por el gobierno hace dos años.


 


La política del gobierno y la de la burocracia


Después de diez días de huelga, el primer ministro Alain Juppé convocó a los sindicatos a ‘concertar’, siguiendo una recomendación que, pocos días antes, había formulado el capitoste de la cámara patronal francesa, la CNPF.


¿Juppé se apresta a capitular ante los sindicatos, como sugirió Clarín (8/12)? Ciertamente no. Después del “estrepitoso fracaso” (La Repubblica, 7/12) de su intento de formar “comités de usuarios” para enfrentar a los trabajadores con los huelguistas, y del no menos estrepitoso fracaso de su amenaza de convocar a un referéndum o convocar a elecciones anticipadas, Juppé ha lanzado una nueva maniobra para derrotar la huelga con la colaboración de la burocracia, se ha señalado que pretende‘ganar tiempo’, desgastar a los huelguistas y extremar las presiones de la ‘opinión pública’ al acercarse las fiestas navideñas. El gobierno, señala El País de Madrid (7/12), “prefiere que las huelgas se pudran”.


Ciertamente, a la burocracia sindical no le falta disposición al ‘diálogo’: “los sindicatos, especialmente la CGT (stalinista), emiten claras señales de voluntad negociadora” (ídem). En su reciente congreso, celebrado en medio de la huelga, la burocracia stalinista rechazó expresamente la convocatoria a una huelga general que incluyera a los trabajadores privados e, incluso, a los propios estatales. Un dirigente de la CGT en la planta de Renault, en Le Mans, lo dijo muy claramente: “no somos cultivadores de huelgas. Por el momento, no vislumbramos la huelga general” (Le Monde, 5/12). La dirigente de otra de las centrales sindicales, Natalie Notat, de la CFDT, apareció por la TV apoyando ‘globalmente’ el ‘plan Juppé’.


Pero incluso para una burocracia dispuesta a capitular, lo ofrecido por Juppé, es todavía demasiado poco, tanto más cuando los ferroviarios y los trabajadores del transporte urbano “no le creyeron” al primer ministro (La Repubblica, 7/12) y reafirmaron la huelga.


El gobierno, dice La Repubblica, sólo hace “concesiones de forma, reafirmando la línea del rigor” … “los operadores (de la Bolsa y los mercados monetarios) están convencidos de que el primer ministro no cederá”.


 


Lo que está en juego


Para los trabajadores franceses, es evidente lo que está en juego: la continuidad de una conquista social que ha costado años de luchas y que los sucesivos gobiernos capitalistas han venido golpeando sistemáticamente en los últimos años.


Para la burguesía, también lo que está en juego es decisivo. Existe una tendencia a una unión de esfuerzos de los gobiernos de Alemania y Francia para enfrentar la huelga; los diarios se refieren con insistencia a la “preocupación cada día mayor del canciller alemán por el desarrollo de la huelga francesa” (ídem). El capital germano quiere evitar, de paso, que la crisis sea aprovechada por el presidente de la Asamblea Nacional, Philippe Séguin, o el ex ministro del interior, Charles Pasqua, debido a que “ni uno ni otro inspiran confianza a los inversores extranjeros (porque) ambos votaron No en el referéndum sobre Maastricht” (ídem).


“Toda Europa, sus Bolsas y sus dirigentes cifran en la solución de la crisis francesa el futuro de Europa. Si el ‘plan Juppé’ no pasa, dicen los alemanes, será inalcanzable la moneda única en 1999” (El País)… “si el gobierno cede, muere la moneda única” (Reuter, 6/12).


Para hacer todavía más evidentes los paralelos con la huelga de 1968, el presidente Chirac acaba de viajar a Baden-Baden, la ciudad donde se encuentra el comando de las fuerzas de ocupación francesas en Alemania, y adonde peregrinó De Gaulle en 1968 a discutir la organización de un golpe militar para derrotar la huelga. Hacia allí también viajó Chirac, para discutir la organización de un golpe contra los huelguistas, pero no con los militares franceses sino con la banca alemana. En Baden-Baden, Kohl anunció el “apoyo político incondicional” y “la mayor ayuda posible” a Chirac contra los huelguistas. Kohl, incluso, hizo circular la versión de la implementación de un sistema de cambio fijo entre el marco y el franco. Aunque difícilmente se aplique, el trascendido es una fenomenal indicación de que el Bundesbank y el gobierno alemán estarían dispuestos a bancar con muchos millones de marcos una derrota de los trabajadores franceses.


“La suerte de la moneda única y de la unidad europea puede decidirse en las calles” (Reuter, reproducido por Ambito Financiero, 6/12). La ‘cuestión europea’ se ha convertido en la ‘cuestión obrera’ en Europa. Esto retrata la envergadura de lo que está en juego en Francia.