La gira de Nicolás Maduro y los dictados de Dilma Rousseff

La encrucijada venezolana

Venezuela, potencia petrolera mundial, con el barril de crudo firme en torno de los 100 dólares, tiene sin embargo escasez de divisas y devaluó su moneda, el bolívar, en un 32 por ciento a principios de año. Mientras tanto, la inflación fue del 12,5 por ciento en el primer trimestre de 2013. Por otra parte, las góndolas de los supermercados se vacían. Hay largas filas para conseguir productos básicos y son comunes las peleas, los arrebatos y los palos policiales a la hora de conseguir alimentos. Informaciones de último momento hablan incluso de supermercados cerrados por la posibilidad de saqueos.


Maduro, a sólo un mes de haberle ganado las elecciones a Henrique Capriles por poco más de un punto, se derrumba en las encuestas. Según casi todas ellas, su rival del 14 de abril lo vencería hoy por buena diferencia. Ante el crecimiento de la conflictividad social, y con la excusa de la violencia delictiva (el índice de robos y homicidios es en verdad muy elevado) el gobierno ha dispuesto la militarización del país, mientras detiene opositores y reprime manifestaciones de protesta.


En definitiva, todo el esquema que ha sostenido al chavismo durante casi tres lustros, ya sin Hugo Chávez, se derrumba, y la otrora sólida mayoría bolivariana se licúa rápidamente.


El lugar de Brasil


La gira de Maduro por Uruguay, Argentina y Brasil tuvo un solo punto de importancia primordial: las advertencias que recibió de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, y del ex presidente Lula, con quien tuvo una larga reunión a solas. Maduro fue el gran candidato de las corporaciones empresariales brasileñas y, como se sabe, el que pone la plata pone la línea.


Durante los últimos diez años, las exportaciones brasileñas a Venezuela se dispararon un 533 por ciento y llegaron el año pasado a 5.056 millones de dólares. Así, Venezuela se convirtió en el segundo mayor mercado latinoamericano de Brasil, después de la Argentina. Los economistas calculan que las inversiones brasileñas en Venezuela rondan los 20 mil millones de dólares, tres veces más que en México.


El pulpo brasileño de la obra pública, Odebrecht, con 8 mil empleados en Venezuela, ejecutó ya una decena de obras en ese país y trabaja actualmente en nueve más, entre ellas una hidroeléctrica de 2.160 megavatios en la Amazonia. Andrade Gutiérrez, otra enorme constructora brasileña, tiene en Venezuela su mayor proyecto latinoamericano: la Siderúrgica Nacional, con un presupuesto de 3.800 millones de dólares.


Una semana antes de la gira del presidente venezolano, el principal asesor de Rousseff en asuntos internacionales, Marco Aurelio García, advirtió, durante un seminario en Buenos Aires, que Maduro había ganado por un margen demasiado escaso, y que incluso Chávez triunfó en noviembre del año pasado por una diferencia mucho menor que en el pasado. García recomendó al gobierno venezolano buscar un canal de negociación con la oposición.


Así las cosas, la gira de Maduro subrayó la profundidad de la crisis venezolana. La derecha presiona para que el gobierno convoque a las elecciones municipales, postergadas varias veces, con el objetivo de consagrar una supremacía en las urnas que le permita avanzar, luego, con la convocatoria a un referéndum revocatorio. La decisión del gobierno de militarizar la lucha contra la delincuencia, a pesar de los resultados de la experiencia mexicana, que ha redundado en una masiva violación de derechos individuales y asesinatos de trabajadores por paramilitares, alimenta la tendencia a un autogolpe del oficialismo, frente al desbarajuste del régimen político.


Venezuela, en definitiva, está en una encrucijada. Ya no se trata de debatir si el proceso chavista está agotado o no lo está, sino de ver quién se aprovechará de ese agotamiento: si lo hará Capriles (para beneplácito, digamos al pasar, de Hermes Binner y de otros centroizquierdistas argentinos), o si la clase obrera y el pueblo explotado encuentran el modo de abrirse paso hacia una alternativa independiente.