La gran estafa

Cómo la gran banca se revienta los "estímulos estatales"

Un reciente artículo en la revista Rolling Stone se ha convertido en el comentario obligado para buena parte de la prensa financiera internacional. Escrita por Matt Taibbi, un periodista que el año pasado publicó un artículo que denunciaba el papel jugado por Goldman Sachs en las burbujas especulativas de las últimas décadas, la nota realiza una demoledora denuncia de los gigantescos negociados que está realizando la gran banca de inversión con el dinero de los rescates y “planes de estímulo” que el Estado norteamericano inyectó en la economía desde la generalización de la crisis en 2008.

Los lectores de la tradicional revista de rock pueden leer en su última edición en inglés, por ejemplo, que Wall Street y el Estado yanqui “están recreando rápidamente las condiciones para un nuevo colapso, con los mismos actores repitiendo los mismos juegos financieros con los mismos activos tóxicos de antes”. El análisis de los mecanismos que llevan el dinero de los rescates estatales a una nueva ola de especulación financiera es una radiografía de la metástasis galopante de la crisis capitalista mundial.

La máquina de hacer billetes

El manotazo de la gran banca al dinero de los rescates estatales comenzó, en realidad, incluso antes de que Bush, primero, y Obama, después, lanzaran sus billonarios “paquetes de estímulo” en pleno descalabro de la crisis mundial. Los productos financieros “subprime” que los bancos vendían a clientes y fondos de inversión estaban asegurados por empresas como AIG. Cuando empezó a hacerse evidente que esos bonos no eran más que deudas incobrables, la gran banca reclamó (y consiguió) que AIG adelantara efectivo en forma de garantía por esos bonos, lo cual arrastró definitivamente a la aseguradora a la bancarrota, de la cual se salvó por un nuevo rescate estatal (que sirvió, claro está, para pagar los seguros de esos activos tóxicos en poder de los bancos).

Apenas una semana después del rescate de AIG, en septiembre de 2008, Goldman Sachs y Morgan Stanley dejaron de ser bancos de inversión para convertirse en bancos tradicionales, lo cual les permitió, de la noche a la mañana, ser elegibles para recibir ayudas del gobierno federal.

“Se permitió -dice Taibbi- que instituciones que no eran más que casas de apuestas de alto riesgo se presentaran como conservadores bancos comerciales y pudieran recibir una corriente inagotable de ‘dinero gratuito’ de los inocentes contribuyentes”. La posibilidad de tomar dinero prestado de la Fed a un interés prácticamente igual a cero fue lo que salvó de la quiebra, literalmente, a los grandes bancos de inversión en el otoño de 2008. Lo interesante es que no se trató de un simple rescate de emergencia, sino de la principal fuente de ingresos que encontraron los bancos, toda vez que tomaron ese dinero prestado por el Estado a tasas mínimas para comprar bonos… emitidos por ese mismo Estado, que pagan un interés del 3 ó 4%. Según el articulista de la Rolling Stone, que tiene el mérito de la capacidad de síntesis, “se trataba básicamente de un permiso para fotocopiar billetes; algo así como poner un cajero automático en la medianera de la Reserva Federal”.

Mentime que me gusta

Pero eso no fue todo –como bien saben, por otra parte, los lectores de Prensa Obrera. Aun cuando pudieran mantener abierta la canilla de los fondos estatales, los bancos seguían teniendo en sus carteras una enorme masa de bonos y títulos basados en hipotecas cuyo valor real se había derrumbado. Fue entonces cuando la Reserva Federal cambió las reglas del juego, permitiendo que los bancos pudieran presentar como garantía para tomar préstamos prácticamente cualquier tipo de activo (anteriormente sólo se aceptaban bonos del Tesoro o títulos de máxima calificación). En abril de 2009, el Congreso norteamericano aprobó una disposición poco conocida que profundizó este enorme negociado al modificar las reglas contables que establecían que los activos debían contabilizarse en los balances al precio de mercado. Desde entonces, créase o no, “los bancos pueden evitar reportar pérdidas en algunas de sus inversiones tóxicas declarando, simplemente, que ‘es probable’ que no se desprendan de ellas hasta que recuperen su valor anterior”.

La cosa sigue. Porque luego de que el Estado comprara 700 mil millones de dólares en hipotecas basura, regalara préstamos a tasas casi nulas y aceptara todo tipo de inventos contables para que los balances no mostraran los valores reales de los activos, los bancos simplemente advirtieron que no había ningún negocio en prestarle ese dinero a los industriales para volver a impulsar una “recuperación”, por la sencilla razón de que la sobreabundancia de mercancías invendibles plantea, más bien, la necesidad de recortar la producción y despedir trabajadores. El gobierno yanqui se dedicó entonces a imprimir todavía más billetes, es decir a crear dinero de la nada, para comprar los bonos que los bancos retenían. Con el dinero “inventado” por el Estado, claro está, los bancos compraron bonos del Tesoro: el crédito sigue parado y el empleo en caída. Tal como dijo un analista de un fondo de inversión: “Hay que subirse al tren, tan sólo se trata de saber en qué momento exacto saltar antes de que caiga al precipicio”.

Sucede que es más fácil hacerlo cuando se cuenta con la información adecuada. Mientras inyectaban estas millonadas en paquetes de “estímulo”, los funcionarios del Tesoro y la Reserva Federal contrataban los servicios de “consultoría” de los grandes bancos privados. Es decir que “además de recibir grandes sumas de dinero, los bancos también recibían señales acerca de cuándo iba a suceder, lo cual les permitía hacer las inversiones necesarias para posicionarse en el mercado”. No sólo eso. La transformación de los bancos de inversión en bancos tradicionales implicó que ahora las mismas compañías pueden recomendar una inversión a sus clientes y al mismo tiempo invertir, por cuerda separada, en contra de ese mismo cliente. Supongamos que un gran cliente le pide a Goldman que haga una gran inversión en petróleo: sabiendo que esa inversión hará subir el precio del petróleo, Goldman actúa antes y compra el mismo producto para venderlo más caro un momento después. El mecanismo se conoce como “flash trading” y es una de las principales fuentes de las ganancias bancarias.

Piñata con bombos y platillos

A fines del año pasado, Goldman anunció enormes ganancias y otorgó a sus ejecutivos premios anuales que ya están al nivel de los que recibían durante la burbuja especulativa anterior. El impacto causado por la nota de la Rolling Stone obedece a que se dedicó a divulgar los diversos mecanismos especulativos y fraudulentos que permiten que los ejecutivos de Wall Street naden en la abundancia, gracias a un plan de “rescate” dictado por sus propios intereses, mientras las noticias del desempleo y el desmantelamiento industrial se generalizan en todo el mundo. “Hacia fines de 2009, lo inimaginable estaba sucediendo: la burbuja se estaba reinflando. Una política de estímulos diseñada para ayudarnos a salir de la crisis de la mayor burbuja de la historia estaba produciendo exactamente el resultado opuesto, en tanto toda la inyección de fondos del Estado se dirigía otra vez a los activos más tóxicos y destructivos”. O sea que el intento capitalista de evitar, por medio de la intervención estatal, que se proceda a un ajuste entre el capital ficticio y el capital real (ley del valor) ha impulsado una nueva ola de especulación que bloquea la salida a la propia crisis y prepara las condiciones para un colapso aún más brusco.

Es una lástima, aunque previsible, que el artículo concluya con un lamento sobre la “falta de ética” de los banqueros que, dice, es lo que provoca este nuevo colapso. Prensa Obrera promueve la discusión y el análisis del desarrollo de la crisis mundial -y de las estafas que los banqueros y capitalistas quieren mantener en la oscuridad de las columnas de los diarios “de negocios”- porque la comprensión de las leyes capitalistas por parte de los trabajadores es fundamental para terminar de una vez con los capitalistas, con sus estafas y con su “ética”.