La guerra civil en el campo brasileño

Diez campesinos fueron asesinados en el norteño Estado brasileño de Maranhao, en una nueva masacre de ‘sin tierras’. Como en Rondonia a fines del año pasado, como en Pará hace apenas dos meses, los campesinos que habían ocupado la hacienda de un latifundista fueron cercados y masacrados sistemáticamente. En Rondonia y Pará fue la policía militar; esta vez, las bandas armadas por los propios terratenientes; no hay, sin embargo, ninguna diferencia, ya que los matones gozan de la misma impunidad que los milicos: la gobernadora estadual Roseana Sarney (hija del ex presidente y actual senador José Sarney, uno de los mayores latifundistas de la región) declaró que fueron los ‘sin tierra’ los que atacaron a los matones. En el mismo momento que se conocía esta nueva masacre, la ‘justicia’ liberaba a Almir Gabriel, gobernador de Pará, de toda responsabilidad  en la emboscada que tendió la Policía Militar del Estado a una manifestación de los ‘sin tierra’, en la que fueron asesinados 19 campesinos a mediados de abril.


La seguidilla de masacres y asesinatos y la invariable impunidad de sus ejecutores y mandantes revela de una manera indiscutible que los explotadores brasileños se han lanzado a una campaña de terror y de eliminación física sobre los campesinos movilizados en reclamo de la tierra.


La cuestión de la tierra


Mientras un pequeño puñado de grandes latifundistas (apenas el 0,9% de los propietarios) posee el 35% de las tierras cultivables, doce millones de campesinos no tienen un pedazo de tierra para alimentar a sus familias. La hipótesis más comúnmente escuchada es que la solución a este ‘arcaísmo’ de las relaciones sociales en el campo brasileño reside en una política de ‘modernización’, que mal podrían desarrollar los campesinos sin tierra, carentes de capital.


Sin embargo, “el 80% de la producción agropecuaria brasileña proviene de las haciendas del centro-sur, donde las estructuras arcaicas perdieron terreno a manos de empresas modernas … empresas agrícolas profesionalizadas, altamente maquinizadas y que emplean trabajo asalariado” (Folha de Sao Paulo, 30/5). En estos casos, se ha producido una verdadera “industrialización del campo” (ídem) que, lejos de haber resuelto la cuestión de la tierra, la agudizó violentamente, porque “gracias a las técnicas modernas (y a los cada vez más elevados requerimientos de capital para aplicarlas) millones de pequeños propietarios perdieron sus explotaciones en las últimas tres décadas” (The Economist, 13/4). Más aún, la política ‘moderna’ de ‘integración’ de Brasil al mercado mundial aumentó todavía más el ‘hambre de tierras’: como consecuencia de la reducción de aranceles a la importación de algodón, se perdieron más de 255.000 empleos rurales sólo entre 1992 y 1994 en los estados de Paraná y San Pablo (Folha de Sao Paulo, 30/5).


El ‘campo industrializado’ del centro-sur y los latifundios ‘arcaicos’ del norte están, por otro lado, plenamente entrelazados: es común que los propietarios ‘modernos’ del sur mantengan latifundios en el norte como ‘reserva de valor’ y como garantía de los créditos que obtienen para sus ‘industriales rurales’. Más aún, la puesta en actividad de las tierras ‘ociosas’ del norte –y el consiguiente aumento de la producción– podría derribar la tasa de beneficio de los capitales invertidos en el sur. La conclusión de todo esto es que la política capitalista, cualquiera sea su signo, sólo puede provocar una mayor expulsión de trabajadores rurales y, por consiguiente, una mayor ‘hambre de tierras’ de los campesinos y desposeídos.


Crisis política


La política agraria de Fernando Cardoso, el presidente brasileño, está en conformidad con los intereses capitalistas fundamentales, pues ha prometido  ‘asentar’ a 240.00 familias al término de su mandato de seis años … es decir, a apenas el 5% del total de familias ‘sin tierra’, y porque al cabo de dos años no se ha ‘asentado’ siquiera la décima parte … La afirmación reciente de Cardoso de “acelerar la reforma agraria” pretende —según las palabras del ministro de Reforma Agraria, el ex stalinista Jungmann— que “el Incra (el Instituto de Colonización y Reforma Agraria) paute al MST” (O Globo, 12/5), es decir, confine al movimiento de sin tierras a los límites de las desapropiaciones que el gobierno va pactando con los latifundistas interesados en recibir jugosas indemnizaciones. Una ley que permitiría expropiar tierras destinadas a asentar familias sin tierras en un plazo de 48 horas, prohibiendo a los jueces conceder a los propietarios el derecho de amparo, simplemente se propone forzar a negociar a los latifundistas más renuentes. Hasta hoy, mediante chicanas judiciales, los propietarios lograban diferir hasta dos años las expropiaciones, y elevaban enormemente las compensaciones que está obligado a pagar el Estado.


La burguesía brasileña se ha levantado casi unánimemente contra esta ley, a partir del momento en que los ‘sin tierra’ empezaron a ocupar latifundios para forzar ellos al gobierno a desapropiar en forma sumaria. El bloque ‘rural’ del parlamento (180 de los 513 parlamentarios son terratenientes) ya anunció que votará en contra de la ley, y la CNA, uno de los lobbies terratenientes, anunció que “recomendará el uso de la fuerza para impedir la invasión de sus propiedades si el Congreso aprueba la ley que prohíbe la concesión de amparos para reintegrar la posesión” (O Globo, 12/5). A partir de aquí, un conjunto de voceros e instituciones patronales se ha pronunciado por el cese inmediato de la política oficial de ‘desapropiaciones’ para asentar familias ‘sin tierra’, a pesar de que esta política y el propio Incra fueron concebidas por la dictadura militar que subió en 1964. Es que ahora temen al movimiento de ocupaciones de haciendas. Esto explica que la centroizquierdista Folha de Sao Paulo (30/5), en un suplemento especial destinado a la cuestión de la tierra, reclame una completa retirada bajo la forma de una “reforma agraria por la vía fiscal”.


La cuestión de fondo es que la solución capitalista a la cuestión agraria ha fracasado por completo, por la simple razón de que la humanidad tiene planteada la necesidad de solucionar la ‘cuestión capitalista’ —es decir, la descomposición del capitalismo, que ha creado una masa fenomenal de ‘sin techos’, ‘sin trabajos’, sin salud’, ‘sin educación’ y … ‘sin tierras’.