La guerra comercial

Como se viene repitiendo una y otra vez hace 7 años, la Ronda Uruguay del GATT (Acuerdo General de Tarifas y Comercio), que debe resolver la liberalización del comercio internacional, está al borde del fracaso. Los países imperialistas no se ponen  de acuerdo en eliminar subsidios, cuotas de importación, restricciones a las importaciones, y toda suerte de trabas legales, que les sirven para defender a “sus” burguesías contra la competencia de sus rivales. La guerra comercial que se ha agudizado como consecuencia de la crisis mundial,  ha puesto “en colapso”  al sistema comercial mundial, establecido a partir de los años 50, según los dichos de Peter Sutherland, director del GATT (The Wall Street Journal, 19/10).


La crisis del GATT traduce una crisis más general, la que se refleja en la  sobreproducción que aqueja a numerosas ramas de la economía. Un ejemplo es la industria del acero. Según Ronald Mac Donald, del Departamento de Comercio de EE.UU., “el gran problema que afecta actualmente a la industria siderúrgica mundial es el comportamiento del comercio internacional, en que el exceso de capacidades de producción corre atrás de  la escasa demanda de producción”. Se estima  un sobrante de 100 millones de toneladas anuales (un 25% de la producción mundial), por lo que “seguirán cayendo los precios, se restringirá la producción y se cercenarán aún más las inversiones” (ídem, Congreso Siderúrgico Latinoamericano). Cada potencia imperialista pretende, naturalmente,  que las otras paguen las consecuencias de esta sobreproducción. En estas condiciones, la “guerra del acero” define el callejón sin salida en que se encuentran las negociaciones. Siempre en el caso del acero, EE.UU. planteó la exigencia de “abrir” el comercio mundial, pero sólo con referencia a sus competidores, porque el gobierno norteamericano pretende retener su derecho a bloquear las importaciones de acero del resto del mundo, cuando el precio de las importaciones sea inferior a los precios norteamericanos. Los yanquis plantean que la siderurgia europea se “ajuste”, en especial en España, Italia y Alemania, e incluso consideran insuficiente el plan de la italiana Ilva para despedir a 11.600 trabajadores en los próximos dos años (1994-96). Sin embargo, dentro de EE.UU. las industrias consumidoras de acero protestan contra la protección que goza la siderurgia norteamericana, y en esto hacen causa común con la competencia extranjera. Las recientes devaluaciones europeas han acentuado la guerra comercial en la siderurgia, empantanando aún más cualquier posibilidad de liberalización comercial.


Pero no es sólo el acero. En el caso de la industria aeronáutica, una lucha feroz opone a la Boeing norteamericana y a la Airbus europea, ambas receptoras de enormes subsidios. Estados Unidos ha llegado a clasificar a cualquier forma de empresa pública como una forma de subsidio industrial por parte del Estado, lo que equivale a hacer de las privatizaciones una condición del comercio mundial. Pero en este caso habría que privatizar los bancos centrales, cuyas políticas monetarias sostienen todas las formas de subsidio que pueden impulsar los Estados.


Otro caso es la agricultura, que recibe unos 300.000 millones de dólares anuales en concepto de subsidios, o mejor dicho, sus beneficiarios son los pulpos exportadores. Un reciente estudio destacó que estas firmas (Cargill, Continental, la francesa Dreyfus y la italiana Ferruzzi) recibieron el 60% de los fondos de un programa del gobierno norteamericano de fomento de las exportaciones, entre 1986 y 1989, por 2.300 millones de dólares (I. Herald Tribune, 9/10).El informe destaca que, sin embargo, las exportaciones norteamericanas no crecieron en ese período. Como esos pulpos reciben subsidios, a su vez, en Europa y en otros países agrícolas, está claro que a los monopolios de exportación de granos no les interesa un comercio “libre”, o sea sin subsidios. De ahí que el pre-acuerdo agrícola alcanzado entre EE.UU. y Europa sólo prevé una liberalización “gradual” y “parcial”, es decir que autoriza a disfrazar los subsidios del Estado bajo otras formas. Una liberalización del comercio agrícola pondría de relieve la sobreproducción de este sector, y la caída resultante en los precios provocaría, de un lado, una crisis agraria espectacular y, del otro, una tendencia al acuerdo monopolista entre los pulpos para mantener los precios al consumidor, en tanto que caen a nivel de materia prima.


 


Japón y China


Los choques comerciales entre Estados Unidos y Japón son violentos y harto conocidos, al punto que los norteamericanos acaban de proponerle a los japoneses la construcción de un sistema de defensa misilístico para poder colocar allí su tecnología y productos (I. Herald Tribune, 24/9). Para justificar la operación, EE.UU. descubrió que los misiles de Corea del Norte ponen en peligro la seguridad japonesa.


Ahora acaba de acentuarse otra disputa, relativa al acceso de EE.UU. a las obras públicas japonesas, que Japón reserva para sus empresas.  Muchos acreditan que el reciente descubrimiento de corrupción en el otorgamiento de obras públicas en Japón, obedece a la mano de la CIA.


La sobreproducción mundial no ha sido mitigada por la apertura de los mercados de Europa del Este y de la ex URSS; al revés, el colapso de las monedas de estos países está redundando en la exportación de numerosos productos a precios de liquidación, como ocurre con el aluminio. Ni siquiera el  colapso de las industrias de los países del Este ha mitigado la sobreproducción existente en las principales ramas mundiales.


China es, precisamente,  una fuente de conflictos, porque, por ejemplo, los productos textiles chinos están desplazando a la producción norteamericana. Días pasados, EE.UU. y Europa llegaron a un pre-acuerdo de intercambio textil, con rebajas arancelarias mutuas, exclusivamente con el fin de cerrarles el mercado a los países del sudeste asiático, en especial China,  que inundan esos mercados gracias a los bajísimos salarios e incluso al empleo de mano de obra esclava o de campos de concentración. Mientras que el mercado chino podría ser potencialmente una salida al capitalismo mundial, en la actualidad EE.UU. y Europa se ven obligados a coaligarse para cerrarle a China sus propios mercados.


 


Propiedad intelectual


Los EE.UU. exigen vehementemente un acuerdo en torno a las patentes de la propiedad intelectual, pero no para garantizar el libre comercio, sino un monopolio que tendría 25 años de vigencia. La burguesía norteamericana quiere explotar así sus ventajas en materia de investigación y desarrollo, y controlar por este medio el futuro desarrollo industrial. Semejante acuerdo eliminaría al 90% de la humanidad de cualquier tentativa de investigación ajena a los monopolios norteamericanos, con el consiguiente retraso para la ciencia mundial y el desarrollo de las fuerzas productivas.


 


Libertad para la guerra


Todas estas contradicciones no podrían ser superadas por una liberalización del comercio; al revés, ésta las agravaría; una liberalización comercial sustituiría a la firma de aranceles y de cuotas por una guerra de precios. El proteccionismo y la liberalización son, no antagónicos, sino armas diferentes de un mismo conflicto. Así como el resultado histórico del libre comercio ha sido el monopolio, el resultado de una “liberalización” comercial sería la quiebra de numerosos capitales y la concentración de los capitales. Para llegar a  esto, las masas deberán pasar antes por enormes penurias —la principal, el desempleo en masa. Ni el proteccionismo ni la “libertad” son una salida; no en vano, el capital mundial se orienta, no a la industria o al comercio, sino a la especulación financiera. La economía mundial se mantiene en pie gracias a esta “burbuja” especulativa, que es precisamente la que la hará estallar.