La lucha armada palestina acelera la descomposición del sionismo

Desde el punto de vista estrictamente militar, la ofensiva sionista fue inservible: “Nadie en el Shin Beth (el servicio de seguridad interna sionista) cree que estas operaciones frenarán los ataques” (Washington Post, 16/3).


 


El ascenso de la lucha nacional palestina


El factor clave de toda la situación en el Medio Oriente es el espectacular nivel de desarrollo de la lucha nacional del pueblo palestino.


En primer lugar, porque abarca a los palestinos que viven en Israel, como lo revela una reciente huelga general en respaldo de la Intifada, que “fue largamente apoyada” en las ciudades y sectores palestinos dentro de Israel (Le Monde, 11/3).


En segundo lugar, porque la Intifada ha comenzado a ser una lucha guerrillera, que de una manera creciente y audaz enfrenta al Ejército israelí. La prensa da cuenta del crecimiento tumultuoso de las organizaciones que organizan la lucha armada contra Israel, incluso de las milicias de la propia organización de Arafat.


El pasaje de las piedras a la lucha guerrillera significa un salto político, de organización y de conciencia. Los blancos militares y el combate con el Ejército en los territorios gana preeminencia sobre los atentados suicidas en Israel. Sólo entre febrero y marzo, murieron en combate en los territorios más soldados israelíes que en todo un año promedio de la guerra del Líbano (The New York Times, 13/3). Las guerrillas palestinas han atacado exitosamente puestos de control del Ejército y han tenido éxitos resonantes como la destrucción de cuatro tanques Merkava, “considerados invencibles en el campo de batalla” (Clarín, 15/3).


 


“Limpieza étnica”


La masacre prueba que el sionismo ha llegado a su límite histórico; su “causa nacional” sólo puede sobrevivir en un océano de muerte y sangre. En el gobierno sionista plantea la alternativa de la “limpieza étnica”. La extrema derecha reclama la anexión de los territorios y la expulsión de los tres millones de palestinos que viven en ellos. Otro sector reclama su ocupación temporaria para aplastar la resistencia e imponer, luego, “la auto-administración municipal de las ciudades palestinas con nuevos dirigentes locales que estén dispuestos a trabajar con Israel” (Le Monde, 15/12). Finalmente, “una idea que gana terreno” (The Wall Street Journal, 3/12) es la completa separación de israelíes y palestinos mediante la construcción de muros y cercas electrificadas que rodeen las zonas “no israelíes” de Gaza y Cisjordania, es decir convertir a las ciudades palestinas en campos de concentración; plantea, además, la expulsión del millón de palestinos que hoy viven dentro de las fronteras de Israel.


Las “operaciones punitivas” destruyen viviendas (800 en los últimos dos meses) e instalaciones civiles; se arrancan olivos (113.000 desde el comienzo de la Intifada), se bloquea la circulación de mercancías y se destruyen cientos de hectáreas de sembradíos. “La política sistemática de demolición de casas *dice el profesor Jeff Halper, de la Universidad Beer Scheva*, es ‘el arma del miedo permanente. El miedo a perderlo todo obliga a muchos (palestinos) a marcharse, que es exactamente lo que pretenden los israelíes’…” (El País, 13/3).


Nada de esto, por supuesto, habría sucedido sin la directa complicidad del imperialismo norteamericano. Eugene Rogou, del Centro del Medio Oriente de la Universidad de Oxford, la resumió en pocas palabras: “Estados Unidos le dio luz verde a Sharon” (Página/12, 8/12).


 


“Bancarrota estratégica”


La descomposición del sionismo se manifiesta en la crisis mortal del gabinete de “unidad nacional”. Hace ya casi un mes, el Financial Times (23/2) señalaba la “bancarrota estratégica” del gobierno encabezado por Sharon. Tan evidente es la crisis que, “en medio de la última ofensiva, el más respetado diario israelí declaró en un editorial que el país estaba siendo gobernado por ‘gente desequilibrada’…” (The Washington Post, 16/3). Un hundimiento de Sharon, sin embargo, puede llevar al poder a Netanyahu y a la extrema derecha representante de los colonos, partidarios de la “solución militar” de la “cuestión palestina”.


Otra expresión de esta descomposición es la crisis en el ejército. Varios cientos de oficiales de la reserva firmaron una declaración pública en la que sostienen que “no tomaremos parte en una guerra declarada por la seguridad de los asentamientos (…) No aceptamos ocupar, deportar, destruir, bloquear, asesinar, hambrear y humillar a todo un pueblo” (Le Monde, 3/2). “Existe resentimiento” entre muchos soldados enviados a “exponerse” en los territorios palestinos, y entre sus familias (Financial Times, 2/2).


En lo que fue calificado como un “apoyo objetivo” a la declaración de los oficiales rebeldes, “el Consejo por la Seguridad y la Paz” (que agrupa a un millar de generales y altos oficiales retirados de las fuerzas armadas y de seguridad) reclamó la retirada unilateral de los territorios palestinos” (El País, 12/12). Pero la muestra más nítida de la crisis militar es el elogio de los oficiales rebeldes que hizo el general Ami Ayalon, nada menos que un ex jefe de el Shin Beth, el servicio de seguridad interno, que ofreció su “simpatía” ya que “pocos soldados rechazan obedecer órdenes ilegales. La orden de disparar sobre un niño desarmado *continúa Ayalon* es manifiestamente una orden ilegal. Estoy muy inquieto por el número de niños palestinos que han sido asesinados en el curso del último año” (Le Monde, 3/2).


La descomposición del sionismo se ha convertido en una trampa mortal para la población judía, que nunca ha vivido tan aterrorizada como hoy. La “sicosis de guerra” (La Nación, 12/3) de la población israelí ha duplicado la compra de armas personales y lleva a una creciente emigración hacia Europa y Estados Unidos (Clarín, 15/3). Todo esto en un cuadro de empobrecimiento de las masas trabajadoras como consecuencia de la crisis económica, la peor desde 1953: la fuga de capitales es masiva y los hoteles y las firmas de alta tecnología, las dos principales ramas de la economía israelí, “cierran en cadena” (ídem), lo que llevó la desocupación a una tasa récord. “Sólo en el mes de febrero ha habido huelgas de los trabajadores de la salud, del seguro nacional, de los profesores de la Universidad de Tel Aviv, de los trabajadores del gas y textiles. También se desarrolla una importante huelga de los lisiados en reclamo de una pensión equivalente al salario mínimo” (Liga Obrera Socialista de Palestina, “La crisis económica mundial y sus efectos en el Medio Oriente”).


 


El “plan de paz” saudita


En este cuadro, el príncipe heredero saudita Abdula anunció un “plan de paz” por el cual los Estados árabes reconocen a Israel a cambio de su retirada a las fronteras anteriores a la guerra de 1967. El plan saudita deja el 82% de los territorios palestinos en manos sionistas, abandona la reivindicación nacional del retorno de los refugiados y hasta permitiría la continuidad de los asentamientos sionistas en Gaza y Cisjordania al plantear la posibilidad de un “intercambio de tierras”.


Israel ya lo rechazó; según el secretario del gabinete, Gideon Saar, “el retiro a las fronteras de 1967 amenaza la seguridad de Israel” (Clarín, 4/3). “¿Por qué Israel aceptaría la renuncia total a sus conquistas cuando incluso en los momentos de mayor voluntad negociadora se reservó el derecho a mantener Jerusalén bajo su control y sus colonias en Gaza y Cisjordania?” (El País, 3/3). Esta “modesta propuesta”, como la calificó The Economist (1/3), nació muerta.


El “plan de paz” saudita pretende obtener algunas concesiones para los palestinos a cambio de un guiño al ataque que prepara Estados Unidos contra Irak. “Estados Unidos puede contar con Arabia Saudita para dejarle en claro a Irak que debe implementar las resoluciones de la ONU (sobre el control de sus arsenales)” (Financial Times, 16/3).


Pero “la asunción norteamericana de que Irak puede ser divorciado de otras crisis de la región, que el conflicto árabe-israelí puede ser contenido, y que los regímenes autoritarios de la región pueden suprimir la oposición popular a una campaña contra Bagdad, es dudosa. Irak y el conflicto árabe-israelí no pueden ser separados el uno del otro” (Financial Times, 11/3).


Si Estados Unidos se limita a un “temporario apaciguamiento de sus aliados árabes” (ídem), a costa de limitar un poco a Sharon, fracasará como ya ha fracasado en el pasado. El movimiento nacional palestino no acepta las colonias sionistas y el ejército de ocupación en los territorios.


Pero si decide ir más lejos y desplegar una intervención excepcional, o incluso una fuerza de interposición, como reclama Arafat, Estados Unidos entraría en una explosiva fricción con el sionismo. Una intervención norteamericana de este alcance apuntaría, en primer lugar, contra el movimiento nacional palestino, pero al mismo tiempo pondría en evidencia que el sionismo ya no garantiza la “seguridad” de Israel.


 


Una crisis de conjunto


La prensa internacional dice ahora que Sharon pone en crisis las relaciones de Israel con Estados Unidos, cuando en realidad Bush ha alentado todas las masacres sionistas. La amenaza de atacar a Irak no puede menos que envalentonar al sionismo. Pero, como le han advertido Jordania y Arabia Saudita al vicepresidente norteamericano Cheney, en el cuadro político del ascenso de la Intifada, el ataque de Estados Unidos a Irak puede incendiar todo Medio Oriente.


El imperialismo enfrenta una crisis de conjunto en el Medio Oriente. Esto explica el verdadero pánico que ha comenzado a prevalecer en todas las cancillerías.