La movilización de Seattle confirma la internacionalización de la lucha de clases

El fracaso de la reunión de la Organización Mundial de Comercio fue un adecuado corolario para las enormes manifestaciones que tuvieron lugar en la ciudad norteamericana de Seattle, con el objetivo, precisamente. de boicotear y hacer fracasar esa reunión. Es que el fracaso destaca esa combinación peculiar a toda verdadera crisis política: el empantamiento por arriba y la movilización por abajo.


En lo que hace al naufragio de la negociación comercial propiamente dicha, no es correcto atribuirlo a esta o a aquella diferencia; a los intereses opuestos en la agricultura; a la divergencia sobre los mecanismos proteccionistas unilaterales de Estados Unidos; o al asunto de la libertad de comercio para los alimentos genéticamente modificados. La impasse obedece a una crisis mayor, que se manifestó con toda claridad en la crisis de Asia, Rusia y Brasil, en el ‘97-’98; en el peligro de bancarrota bancaria en Estados Unidos, en 1998; en el empantanamiento en que se encuentra la Unión Europea, tanto para incorporar a los países del este como a la acentuación de las rivalidades nacionales entre las principales potencias; en la desintegración que están sufriendo dos bloques de integración comercial como el Mercosur y el de libre comercio de Asia; y, por último, en el fracaso de Japón para salir de una depresión económica que ya supera la década y que no tiene precedentes en la economía mundial por su duración y profundidad.


El comercio mundial está fuertemente condicionado por los procesos financieros, no puede reestructurarse al márgen de éste, pero es precisamente el desequilibrio financiero mundial el que se encuentra más alejado de una salida. Lo prueba el crecimiento geométrico de las deudas externas y el aún más intenso, si cabe, del endeudamiento interno de las principales potencias. La fuerte dependencia de la banca norteamericana de las operaciones en Wall Street, por ejemplo, podría arrastrarla a la quiebra en caso de caída fuerte de la Bolsa o aún en el caso de la devaluación del dólar. Esto último podría ocurrir si cae la Bolsa y salen los capitales de Estados Unidos, o como consecuencia del déficit comercial norteamericano que ya ronda los 300.000 millones de dólares anuales.


Los estragos que ha producido la crisis del capital entre las masas y las naciones más débiles, así como la enorme tensión que genera en todas las clases la impasse actual, explican la gran movilización ocurrida en Seattle. Lo más destacado de ella fue, sin duda, la participación de los sindicatos y de los obreros norteamericanos, que muchos habían relegado ya a los libros de cuentos viejos. Desde estas páginas, en cambio, hemos venido reflejando en forma permanente el firme ascenso del movimiento obrero norteamericano y la re-emergencia de los sindicatos. Sólo para la memoria, destaquemos las huelgas victoriosas en la gigante del transporte de correo, UPS, en 1997, y en la General Motors, en 1998.


La movilización de Seattle puso de relieve también, esto por su alcance internacional, las modificaciones que se han ido produciendo en las relaciones internacionales entre las clases, desde la revolución albanesa de 1995, que fue acompañada por otros episodios significativos, como el derrocamiento de Bucaram, en Ecuador, o la movilización minera y siderúrgica en Alemania, que forzó al gobierno de Kohl a retroceder en la intención de cerrar las minas y de despedir a los obreros mineros y a los de los pulpos Thyssen-Krupp. La revolución indonesia, de hace más de un año, volvió a registrar la enorme perturbación que está sacudiendo a la economía y política mundiales.


Las direcciones que encabezaron las movilizaciones en Seattle se dividen, sumariamente, en dos tendencias: las que abogan por el proteccionismo nacional, como es el caso de la burocracia sindical norteamericana, y las que acercan propuestas de regulación internacional del capitalismo, como las organizaciones ecológicas de diverso tipo y el nuevo agrupamiento Attac, que aboga entre otras cosas por un impuesto a los movimientos de capital de corto plazo para graduar las convulsiones económicas en curso. Además de inocuos, los planteos que pretenden controlar o manejar los efectos de la crisis, en lugar de desarrollar las tendencias revolucionarias a superarlo, son sencillamente reaccionarias.


El panorama político mundial que se va perfilando en las vísperas del 2000 plantea señalar las limitaciones insalvables de los movimientos pequeño burgueses que se han adueñado momentáneamente del escenario y, por sobre todas las cosas, aprovechar estos fenómenos absolutamente objetivos para estimular el internacionalismo de la clase obrera, es decir su organización política independiente a nivel mundial.