La ‘norteamericanización’ del mercado mundial

Casi setenta países firmaron recientemente en Ginebra un acuerdo mundial de ‘desregulación’ de las telecomunicaciones, que ha sido unánimemente caracterizado como mutuamente satisfactorio para todos sus firmantes. “Un pacto con el que todos ganan”, tituló el vernáculo Ambito Financiero (18/2). La prensa internacional pronosticó “un boom económico mundial” (International Herald Tribune, 17/2) como consecuencia de la ‘desregulación’ de las telecomunicaciones.


Los países firmantes –que cubren más del 90% de las telecomunicaciones mundiales– se comprometen a poner fin a los monopolios del ramo –sean estatales o privados–, a permitir la competencia de firmas extranjeras en sus propios mercados y a aceptar que empresas extranjeras puedan adquirir los paquetes accionarios mayoritarios de las telefónicas de sus países. En resumen, el acuerdo permite que las compañías de todos los países inviertan en cualquier otro mercado, casi sin ninguna restricción, y que compitan con las compañías locales. ¿Estamos, entonces, como dice la prensa especializada, en presencia un nuevo ejemplo de la ‘irrefrenable mundialización del capital’?


Norteamericanización


Apenas se escarba un poco, salta a la vista que la consecuencia de este acuerdo será, lisa y llanamente, la ‘nacionalización’ –o, más precisamente, la ‘norteamericanización’– de las telecomunicaciones mundiales. A este respecto, la historia del propio acuerdo es elocuente: se firmó después de tres años de “extenuantes negociaciones” (International Herald Tribune, 15/2). Estados Unidos había vetado un acuerdo preliminar en abril del año pasado, porque “consideró que no había suficientes ofertas satisfactorias. Esta vez aproximadamente 69 países hicieron solicitudes consideradas aceptables, y muchos mejoraron significativamente los términos de sus ofrecimientos” (Financial Times, 19/2). Así y todo, los norteamericanos otra vez “amenazaron con abandonar el acuerdo a menos que obtuvieran concesiones adicionales de Japón, México y Canadá” (The New York Times, 15/2). La firma del acuerdo, entonces, revela que los Estados Unidos impusieron la inmensa mayoría de sus posiciones a sus ‘asociados’.


¿Por qué este acuerdo significa la ‘norteamericanización’ de las comunicaciones mundiales? Ocurre que para cualquier compañía europea o japonesa –no hablemos de las ‘tercermundistas’– la posibilidad que le ofrece al acuerdo de ingresar al mercado norteamericano, y hasta de ser propietaria del 100% de las acciones de una compañía que opere en los Estados Unidos es, apenas, un saludo a la bandera: la potencia financiera y tecnológica de compañías como la ATT, la MCI o la Sprint las barrería del mercado norteamericano en cuestión de semanas. A la inversa y por los mismos motivos, las compañías norteamericanas podrán apoderarse de los mercados de los países a los que ingresen, ya sea comprando el paquete mayoritario de compañías locales o, directamente, montando sus propias subsidiarias. “Las compañías norteamericanas aplaudieron el acuerdo”, informa el International Herald Tribune (17/2), y con razón, porque “el pacto para la apertura de las telecomunicaciones sólo beneficia a los grandes operadores … como ATT, MCI, Sprint (norteamericanas) y British Telecommunications y Cable & Wireless (británicas)” (Financial Times, 19/2).


El primer paso será, lógicamente, el copamiento (privatización) de las empresas estatales de los países atrasados, lo que lleva a pronosticar que “el mayor impacto (se sentirá) en Asia, América Latina y Africa” (International Herald Tribune, 17/2).


La penetración norteamericana, sin embargo, no parará en la ‘periferia’. Un reciente informe de la Unión Europea sostiene que en el terreno de las telecomunicaciones “el progreso europeo en cerrar la brecha tecnológica con Japón y Estados Unidos es lento e incluso inexistente” (Financial Times, 2/2). Si a estas enormes diferencias tecnológicas se agrega la revalorización de la moneda norteamericana frente a las europeas, salta a la vista que los norteamericanos son candidatos a apoderarse de los mercados de telecomunicaciones europeos. Esto explica que “la parte del acuerdo más fieramente disputada” fuera la que permite a una compañía basada en un país comprar el paquete mayoritario de la telefónica de otro país (International Herald Tribune, 17/2). En este punto, incluso, los norteamericanos no pudieron imponer todos sus reclamos: ni Canadá ni Japón lo aceptaron. Las enormes resistencias europeas a la ‘apertura’ – y hasta el rechazo de Canadá y Japón a permitir que firmas norteamericanas copen sus grandes empresas telefónicas– delata la manufactura ‘made in USA’ del acuerdo.


A diferencia de la industria aeronáutica –donde se libra una guerra a muerte entre la recientemente fusionada Boeing-McDonell (norteamericana) y el consorcio europeo Airbus– en las telecomunicaciones los europeos han cedido a los Estados Unidos. También cedieron los japoneses, aunque no en la medida en que lo exigían los norteamericanos. No pudiendo defender ‘sus’ mercados telefónicos contra los norteamericanos, los europeos y japoneses están obligados a ‘defenderlos’ candidateándose como sus ‘socios’ menores: la MCI (la segunda operadora norteamericana) está a punto de ‘fusionarse’ con la British Telecommunications, es decir, de absorberla; la Sprint (tercera operadora norteamericana), por su parte, se asoció con la France Telecom y la Deutsche Telekom. En todos lados, “el acuerdo acelerará la presión competitiva para llegar a alianzas y fusiones, quizás relacionando a los mayores operadores asiáticos, europeos y norteamericanos” (ídem) … para operar los mercados de Asia y Europa.


Lo que realmente revela el acuerdo de las telecomunicaciones no es el cuadro idílico de una inexistente ‘mundialización del capital’ y una utópica perinola en la que ‘todos ganan’. Lo que nos enseña es la aspereza que están adquiriendo los choques entre las grandes potencias imperialistas y el estrechamiento de la base nacional del capital mundial cada vez más concentrado en pocas manos. Lo que nos muestra es el copamiento y la destrucción del capital más débil por el más fuerte, es decir, el proceso vivo de la crisis capitalista.


Argentina: la excepción que confirma la regla


El gobierno menemista adhirió al acuerdo mundial de ‘desregulación’ de las telecomunicaciones con la salvedad de que sólo lo pondrá en vigencia a partir del año 2000.


Si se considera que el acuerdo fue impulsado por el imperialismo norteamericano, ¿la dilación significa un principio de resquebrajamiento de las ‘relaciones carnales’


Nada de eso. El menemismo ha decidido suspender la ‘apertura’ a la ‘competencia’ de terceras compañías hasta el 2000 porque, hasta ese año, los pliegos de la privatización telefónica garantizan el monopolio de Telefónica y Telecom en sus respectivas ‘áreas de influencia’, y su monopolio conjunto en las comunicaciones internacionales. El silencio de los norteamericanos frente a semejante ‘desacato’ se entiende por una razón muy sencilla: el principal accionista de Telefónica no es otro que el Citibank … que no admite ‘competencia’ en sus propios monopolios.


Argentina viene a ser así la excepción que confirma la regla: el acuerdo mundial consagra la supremacía de las telefónicas norteamericanas sobre sus competidoras de todo el mundo.