Elecciones norteamericanas: La obamanía no duró nada

“Una paliza”, así definió Barak Obama a la derrota estrepitosa que sufrieron los demócratas en las elecciones de mitad de mandato. Aunque lograron retener -por poco- el dominio del Senado, perdieron la mayoría en la Cámara baja y cuatro Estados. En las puertas de una nueva recesión, se acentúa la fractura de la burguesía norteamericana y la crisis de su régimen político.

La elección de Obama había sido vista como una salida al impasse político e internacional creado por Bush. Sólo dos años después, su debacle refleja el impacto de la bancarrota capitalista que se expande por el mundo. A pesar de los planes de estímulo a los capitalistas, que llevaron el déficit presupuestario a 1,4 billones de dólares, Obama ha sido incapaz de hacer frente a los desalojos masivos -casi uno de cada cuatro propietarios están “con el agua al cuello” (The Economist, 23/10)- y a una desocupación que alcanza casi los 27 millones de personas desempleadas o subempleadas, una proporción que se sostiene desde hace más de treinta meses, algo que no ocurría desde la gran crisis del ’30. Con 49 millones de personas que comen porque reciben vales de comida o visitan despensas de comidas o comedores populares, Estados Unidos sufre una crisis social que no conoce precedentes (US Department of Agriculture, Economic Research Service, noviembre de 2010).

La derrota de Obama obedece a la abstención electoral de gran parte de su base: la juventud y los sectores hispanos y afroamericanos, quienes se sienten defraudados por el incumplimiento de sus promesas electorales: con mayoría propia en las dos cámaras del Congreso, Obama no impulsó la reforma migratoria, no retiró las tropas de Irak y Afganistán, y desnaturalizó su propio proyecto de reforma sanitaria. En cambio, se ocupó de financiar a los bancos, utilizando 1,5 billones de dólares para restablecer sus ganancias.

¿Se viene el ‘derechaje’?

No es extraño que haya resurgido, entonces, el ala derechista a la que se había culpado por la derrota republicana de 2008. El Partido Republicano obtuvo unos 700 legisladores, más del doble del promedio de lo que ha ganado un partido de oposición en una elección de medio término. Sin embargo, el reanimamento de su militancia, canalizado a través del llamado Tea Party, está muy lejos de una movilización derechista de mayorías. Por ese motivo, estrechó la base electoral de los republicanos (véase PO Nº 1.147, 23/9). Efectivamente, el avance del Tea Party terminó costándole al Partido Republicano bancas que eran decisivas para alcanzar la mayoría en Diputados. El ascenso de los derechistas no es un factor de salida a la crisis. Su programa de ajuste afecta solamente a los gastos sociales, no a los abultados rescates que hunden el Presupuesto. Por ese motivo, desde la jerarquía republicana, para poder llegar a la Casa Blanca en 2012, tratan de despegarse del Tea Party, sin saber cómo hacer para no enajenarse, en el camino, a su necesario activismo.

En el partido Demócrata, la derrota acentuará también su derechización. El reducido grupo de demócratas que se ubicó políticamente a la izquierda de Obama sufrió la indiferencia de parte de la Casa Blanca y retrocedió en su representación parlamentaria.

Fin de ciclo

Se trata del final de una fase. El agujero fiscal y los aprietes internacionales aumentarán las presiones hacia un ajuste del gasto público.

De hecho, los líderes de la comisión bipartidaria establecida por Obama para reducir el déficit fiscal -que implica medidas de austeridad draconianas que incluyen un recorte significativo de los beneficios de la seguridad social, el aumento de la edad de la jubilación de 66 a 69 años, la reducción de un 10% de los empleados públicos y el congelamiento de sus salarios durante tres años, así como también una disminución drástica de los gastos de defensa, han puesto en marcha una bomba de tiempo. “Si estas medidas son instrumentadas -comenta una corresponsal- podrían conducir a una explosión parecida a las que se vieron recientemente en París y Londres” (Clarín, 12/11).Se acelerará así la resolución del ‘factor subjetivo’, que por ahora sólo se expresa como crisis en la cima de la burguesía (y su incapacidad para gobernar como lo venía haciendo).