La OTAN hace un frente con Milosevic contra la revolución

La caída de Milosevic fue para el Financial Times (6/10) “una rebelión popular sin precedentes en Serbia desde el final de la Segunda Guerra Mundial”. El País (7/10), coincide. Una “insurrección popular” que “había desbordado a las fuerzas de seguridad y logró tomar por asalto el Parlamento, varios cuarteles de policía y los medios controlados por el régimen” (The Guardian, 7/10). Pero, “como en la guerra de Kosovo del año pasado, la intervención de Rusia permitió una salida negociada” (ídem). La salida de Milosevic fue pactada a espaldas de las masas y a expensas de las grandes reivindicaciones populares.


 


Explosión popular


Luego del triunfo electoral del 24/9, la Oposición Democrática de Serbia (DOS) *fogoneada por las cancillerías imperialistas* había entrado en negociaciones con el régimen de Milosevic. Fue por esto que no llamó a la huelga general sino a una inocua campaña de ‘desobediencia civil’ que “no logró la convocatoria deseada” (La Nación, 3/10).


Pero el pueblo, y en especial la clase obrera, desobedeció el llamado a la ‘paz social’ de la DOS y enfrentó el fraude de Milosevic con sus propios métodos. Una impresionante huelga general tomó cuerpo a partir del paro de las grandes minas carboníferas. “Los 17.300 mineros, técnicos y administrativos de Kolubara están liderando esta lucha *decía el Financial Times (4/10)*, habiendo entrado en huelga por tiempo indeterminado desde el viernes, contrastando con las esporádicas acciones en otros lados. La determinación de los mineros parece estar inspirando otras protestas y puede sacudir al régimen, por la causa no menor de que Kolubara suministra el 62% del carbón que utilizan las usinas eléctricas serbias”. Cuando Milosevic intentó reprimir y detener a los dirigentes de la huelga, los mineros “ocuparon la mina” (ídem) y obligaron al repliegue de las tropas. La respuesta de Milosevic fue provocar una serie de cortes de energía en ciudades industriales del interior, como es el caso de Nis, gobernadas por la oposición, para conseguir su auxilio contra los huelguistas. Pero ya era tarde, porque “hasta unos días atrás los partidos de la oposición eran los que conducían a la población, ahora es la población la que arrea a los partidos” *decía un periodista serbio (ídem, 3/10).


Es que “cuando los trabajadores de las usinas eléctricas (se suman a la huelga), la situación del régimen se vuelve definitivamente crítica” (ídem, 5/10). La huelga se impone en todo el país, los cortes de ruta se extienden y “las caravanas de micros llenos de trabajadores desde el sur y el centro de Serbia” (ídem, 6/10) convergen en una multitud estimada en 500 mil personas que se concentra frente al Parlamento federal en Belgrado para derrocar a Milosevic. Cuando éste intenta su última maniobra y anula las elecciones, desencadena el quiebre y el desbande de las fuerzas policiales y el ejército. “Al ver el ímpetu de las masas, los policías se quitaron los uniformes, arrojaron sus escudos y máscaras de gas, descargaron sus fusiles y abrazaron a los manifestantes, entregándoles sus cascos y hasta los peines de sus metralletas. Otros agentes directamente huyeron” (La Nación, 6/10). Recién después de que Milosevic ‘aparece’ por televisión junto al enviado ruso, reconociendo la victoria de Kostunica, y dimite, sólo entonces “la revolución popular gradualmente finaliza” (Financial Times, 7/10).


 


La democracia contra la revolución


La situación que se ha creado en Yugoslavia es absolutamente excepcional. Kostunica arribó a un acuerdo con la policía, el ejército y la iglesia ortodoxa de Milosevic para evitar una verdadera revolución popular. Kostunica y la DOS actuaron bajo la presión conjunta, pero en parte enfrentada, de las potencias occidentales, por un lado, y de las masas sublevadas, por el otro. La confianza de éstas en Kostunica y la DOS es muy limitada, lo que se verá cuando éstos comiencen a aplicar los planes que le reclaman el FMI y la Otan.


El imperialismo alienta a Kostunica a apoyarse en las instituciones de Milosevic. Kostunica ha arribado a un acuerdo para que el mismo Parlamento federal contra el que se alzaron las masas, donde el partido Socialista de Milosevic es la principal fuerza política, lo consagre como presidente. Las masas quieren el ‘juicio y castigo’ de Milosevic y su régimen; sin embargo, Kostunica parece proponer un gobierno de ‘unidad nacional’, incluso con el partido de Milosevic.


“Occidente puede ayudar a reforzar a los opositores de Milosevic si no mina *dice el Financial Times, 6/10* su independencia. Si fueran vistos como títeres de la Otan, el respaldo arrollador que hoy tiene Kostunika podría desvanecerse. Kostunica es sabio al mantenerse limpio de esos contactos”. El editorial recomienda que “mejor sería sacrificar un principio” (el juzgamiento de Milosevic en Occidente)… que ‘sacrificar’ a Kostunica. El ‘demócrata’ ha dicho que no hará nada para detener a Milosevic. Gracias al imperialismo, Milosevic no acabó como Ceauscescu diez años atrás. Las ‘sanciones’ contra Milosevic fueron siempre un escudo tras el cual Occidente mantuvo relaciones con el dictador. Recién ahora, en el clímax de la crisis, “Suiza congela 100 cuentas del entorno del presidente” (El País, 3/10).


 


Rusia


El cierre provisional de la crisis yugoslava contó con el concurso de la burocracia rusa. Antes de este desenlace, la prensa planteaba que “Rusia puede jugar (otra vez) el mismo rol constructivo que en Kosovo” (Financial Times, 6/10). Así fue: “Gazprom, el monopolio ruso del gas, reveló el miércoles que había dejado de suministrarlo poco tiempo antes de las elecciones como fruto de que las deudas yugoslavas alcanzaban casi 400 millones de dólares” (ídem, 4/10), una “decisión tomada por Putin” (ídem). China no le fue a la zaga: “Tras haber (Milosevic) enviado al país asiático parte de las reservas de oro del país” (y de que los burócratas le ofrecieran asilo), China envió “un mensaje de felicitación a Kostunica. China y Rusia se unen así a los países occidentales” (El País, 7/10).