La rebelión se extiende después de la masacre de Falluja

"Abrumador apoyo popular a la resistencia"

El asesinato a sangre fría de un iraquí herido y desarmado en una mezquita de Falluja por un ma­rine norteamericano muestra el ver­dadero carácter de la “liberación” de la ciudad: una gigantesca masacre. Sin embargo, “no fue el único” (The Guardian, 16/11); los norteamerica­nos no informaron de rebeldes heri­dos.


La ciudad fue destruida hasta sus cimientos. Las víctimas civiles son in­contables. Voceros de la Media Luna Roja (el equivalente a la Cruz Roja en los países musulmanes) estiman que 800 civiles fueron asesinados en los bombardeos previos. No hay evalua­ción del número de bajas civiles cau­sadas por el ataque terrestre porque los ocupantes no permiten el acceso de los socorristas. Las organizaciones humanitarias calculan un número muy elevado dado que no se permitió a los hombres de entre 15 y 50 años abandonar la dudad. Entre las prin­cipales víctimas se encuentran los ni­ños, que “pagaron un alto precio por el asalto de Falluja”, según el corres­ponsal de The Guardian (16/11).


En Falluja, dice Haifa Zangana, un escritor iraquí que fue opositor a Saddam, fue “un castigo colectivo al estilo de los nazis, antes, y de sionis­tas, en la actualidad: una carnicería de civiles, acompañada de una enor­me destrucción de casas e infraes­tructura” (ídem). Los “castigos colec­tivos -denuncia-, están creciendo en todo Irak”: en Tall Afar, los nortea­mericanos bloquearon durante tres días la provisión de agua y alimen­tos para 150.000 refugiados; en Samarra, 130 civiles iraquíes fueron asesinados durante una reciente “operación antiterrorista”. No es una guerra contra los “terroristas”, es una guerra contra el pueblo.


Fracaso


Los norteamericanos tomaron Falluja, pero no lograron quebrar la rebelión. Mientras se luchaba en Falluja, los insurgentes atacaron en Mosul, Baquba, Samarra, Tall Afar, donde desarmaron a Ion mer­cenarios del gobierno títere y toma­ron las comisarías y otras instala­ciones.


Al mismo tiempo, se extendieron los sabotajes contra los oleoductos (que obligaron nuevamente a sus­pender las exportaciones) y los aten­tados en el centro de Bagdad. “La ex­tensión de la rebelión -debe recono­cer The Washington Post (16/11)-, minimiza el alcance de la victoria en Falluja”.


La brutalidad de la masacre de Falluja aisló todavía más a los ocu­pantes y al gobierno títere. Zangana da cuenta del “abrumador apoyo po­pular al pueblo de Falluja”, informa acerca de manifestaciones numero­sas contra el ataque en Bagdad, Basora y Heet, y señala la masiva con­currencia a las plegarias conjuntas de shiítas y sunitas en varias mez­quitas de Bagdad en el cuarto día del ataque a Falluja. “Las plegarias co­munes —recuerda—, fueron el distin­tivo de la revolución de 1920”, el le­vantamiento nacional iraquí contra la ocupación británica. En Falluja, reconocen los propios norteamerica­nos, la masacre y la destrucción ha­rán crecer el resentimiento y la re­sistencia de la población.


La masacre de Falluja no ha re­suelto ninguno de los problemas de los ocupantes. Sólo ha servido para confirmar la profundidad del pantano en que están metidos.