La responsabilidad del Estado francés


La solidaridad incondicional con los trabajadores y el pueblo francés a raíz de la masacre perpetrada contra los periodistas del semanario humorístico Charlie Hebdo y demás víctimas no puede ni debe confundirse con un apoyo al Estado francés y sus representantes políticos. 


 


El grupo comando que atacó las oficinas de la revista y que se reivindicó parte integrante de la organización Al Qaeda del Yemen, no era desconocido para la inteligencia francesa. Miembros de esa organización, incluidos aquellos que perpetraron el atentado, habían salido del país años antes con absoluta impunidad, para formar parte de las “milicias de la libertad” que han estado combatiendo al presidente de Siria Al Assad e intentaron, sin éxito, desplazarlo del poder. Otras camadas de jóvenes franceses pelearon del lado de la Otan, en Libia y en Irak. Equipados con armamento de sofisticada tecnología, fueron financiados por las monarquías árabes -en especial por Arabia Saudita. Pero también por empresarios europeos, quienes, entre bambalinas, gigaron generosas partidas en apoyo a la resistencia armada siria, para colocar la lucha contra el reaccionario Al Assad bajo la tutela imperialista. Estas denuncias coinciden con las revelaciones hechas por Wikileaks, el sitio de Julián Assange, de que el armamento y adiestramiento de comandos del Estado Islámico (EI) y otros grupos continuó aún después del ofrecimiento del presidente sirio de cooperar en el combate a los grupos islámicos. Para el envío de armas al EI, el gobierno de Obama usó bases clandestinas en Jordania y Turquía. 


 


Las diferentes vertientes de Al Qaeda, como Al Nusra, o el propio EI, que es un desprendimiento del primero de ellos, crecieron bajo el amparo y aliento de las potencias occidentales y de los régimen árabes reaccionarios. El gobierno francés, que se rasga las vestiduras y condena al atentado es uno de los padres de la criatura. Lo mismo le pasó a los jerarcas de Washington con respecto a Bin Laden o los talibanes afganos que fueron entrenados y armados por los yanquis para hostigar a los rusos en Afganistán y procurar desalojar al gobierno de Kabul, aliado a Moscú. Ahora, estos Frankenstein se han escapado del control de sus patrocinadores para levantar vuelo propio. 


 


En tiempos de Sarkozy, el Estado francés fue uno de los principales instigadores de los mercenarios libios que acompañaron la intervención imperialista en dicho país, y que culminó con el desalojo de Khadafy del poder. Hollande no se ha quedado atrás, acompañando todas las cruzadas bélicas y colonialistas del gobierno norteamericano, como la reciente escalada en Medio Oriente.


 


Más allá de los vínculos con los inspiradores de esta masacre, no se puede dejar de lado el papel del Estado francés en incontables tropelías contra los pueblos, arrasando poblaciones enteras, bombardeando territorios y torturando salvajemente a los revolucionarios haitianos y argelinos, encarcelando por cientos a militantes vascos, bretones o corsos. Los manuales de tortura elaborados por los militares franceses siguen siendo hasta hoy la fuente de inspiración y consulta de los regímenes represivos de turno del planeta, incluida la dictadura militar argentina.  El accionar criminal de los gobernantes franceses no puede ser soslayado con el pretexto de una masacre perpetrada por un terrorismo de clara connotación fascista, de cuyo desarrollo y crecimiento no son ajenos. En definitiva, el terror fascista de EI es un resultado de las conspiraciones de la Otan para estrangular la revolución árabe.