La revolución en Indonesia se acelera de día en día

“Ningún país en la historia reciente, no digamos uno del tamaño de Indonesia, ha sufrido jamás semejante reversión de fortuna. Ha estallado un desorden social que ha sacudido el verdadero núcleo de la estabilidad política de la nación”.


Esta caracterización del Banco Mundial (International Herald Tribune, 22/7), es apenas una abstracción de la “violenta insurgencia que está barriendo Indonesia”, según el corresponsal del mismo diario. El rápido incremento de la desocupación y la emigración de las ciudades al campo ha dado lugar a saqueos generalizados y a ocupaciones de tierra. El comando del ejército advirtió que dispararía contra los saqueadores sin importarle que estuvieran motivados por el hambre. “Independientemente de quien posee los bienes o las propiedades”, declaró el general Wiranto, “el saqueo no será condonado incluso si sus perpetradores están motivados por los estómagos vacíos”. Esta amenaza fue proferida luego que se conocieran informes acerca de “multitudes que asaltan las plantaciones de cacao, café, langostinos y arroz, para robar estas valiosas cosechas comerciales, muchas de las cuales son normalmente exportadas”. El director general de PT Bakrie Sukera, que maneja una plantación de 23.000 hectáreas de aceite de palmera en el centro de Sumatra, declaró que “se trata de un enorme problema que está resultando muy costoso”. Los trabajadores ocupan también los campos de maíz y los de juegos de golf. La conclusión del informe es que las “pérdidas de puestos de trabajo empujan a Indonesia al levantamiento”.


El diario The Washington Post (24/7) confirma, acentuado, este panorama. “Indonesia tiene un problema de ley y orden”, dice. “Gente con bronca, hambre y sin temor a las autoridades, está atacando en todo el país las plantaciones de arroz, saqueando los criaderos de langostinos y ocupando los campos de golf, para plantar sus propios granos a como se pueda. También han confiscado propiedades agrarias que pertenecen a miembros de la familia del depuesto presidente Suharto. Dos meses después que Suharto dejó la administración, el archipiélago de más de 200 millones de habitantes parece peligrosamente cercano al caos”. En 1998, el producto bruto interno de Indonesia deberá caer un 19,9%, según informa este mismo diario (23/7).


Indonesia tiene, además, “un creciente problema de secesión. Las manifestaciones que reclaman la autonomía en Timor Oriental se han extendido a otras provincias con aspiraciones independentistas, como Irian Jaya. El nuevo presidente Habibe declaró el sábado que estaba preocupado de que las presiones centrífugas puedan despedazar al país. El pueblo común está desafiando a las autoridades, atacando y pillando las tierras agrícolas, plantaciones, almacenes y hasta campos de golf, en lo que varios analistas califican como equivalente a una quiebra generalizada de la ley y el orden”. El corresponsal del Washington Post opina que “las fuerzas armadas parecen impotentes para parar el desorden. La credibilidad de los militares, que era grande durante los acontecimientos que provocaron la caída de Suharto, se encuentra en ruinas debido a las revelaciones que la ligan a secuestros, violaciones y torturas durante esos mismos acontecimientos”.


Ya con anterioridad a estas manifestaciones revolucionarias en el campo y en el movimiento nacional, “los obreros se están uniendo y reuniendo fuerza y coraje para reclamar aumentos salariales a los empresarios” (Financial Times, 24/6). “En Surabaya, la segunda ciudad del país, 25.000 trabajadores de las fábricas Maspion paralizaron el tránsito durante cuatro días a principios de este mes durante la mayor huelga de las últimas décadas. 5000 obreros portuarios hicieron lo mismo a la semana siguiente. Ayer, 3000 obreros ocuparon el patio del parlamento local donde sus representantes se reunieron con empresarios y funcionarios del gobierno. Los obreros de Maspion obtuvieron un aumento de salarios del ciento por ciento y pudieron elegir una dirección sindical propia, expulsando a la designada por la patronal. En varias fábricas alrededor de Surabaya, han surgido a la superficie organizaciones laborales que se encontraban en la clandestinidad. Advertido de la amenaza de disturbios sindicales, el gobierno ha puesto fin al monopolio de la dócil central sindical oficial. La nueva Unión sindical reformista (reforma ha sido el slogan de las manifestaciones que derribaron a Suharto) ya controla el 20% de las empresas y está logrando reincorporar a obreros despedidos en los últimos años”.


En Indonesia, un país en el que hasta hace dos meses el pueblo gemía bajo el yugo de una dictadura y la bota militar, se está produciendo una conjunción revolucionaria de las luchas obreras, agrarias y nacionales, que no podrán menos que profundizarse, dado el desmoronamiento económico del país y la parálisis política del Estado, incluidas las fuerzas armadas.