La última “descortesía” del Wall Street Journal

Un columnista del Wall Street Journal, el diario más representativo de la bolsa neoyorquina, se atrevió a escribir, al día siguiente del rescate, que “El capitalismo salvó a los mineros”. Para Daniel Henninger fue una “victoria fenomenal del capitalismo de libre mercado”. Y aunque su posición pudiera parecer un tanto descortés, dice: “vivimos tiempos descorteses” y, más importante, es “mucho lo que está en juego”. Como le ocurrió a Piñera, este hombre también vive el hundimiento de la mina como una crítica lapidaria al capitalismo, en tiempos de bancarrota capitalista.

Henninger escribre sin eufemismos que todo el operativo mediático tuvo que ver con eso -con exaltar al capitalismo. Le atribuye una capacidad “milagrosa” para salvar vidas, mientras los ‘drones’ de la Otan masacran a diestra y siniestra en Afganistán, como lo siguen haciendo en Irak o en Palestina, y antes en Yugoslavia. Los “tiempos descorteses” son estos que registran una desocupación en Estados Unidos de más de 20 millones de personas. Cuando el pueblo norteamericano va ya las urnas en un par de semanas, lo hará en un estado de bronca y desilusión. El descomunal derrame de petróleo por BP en el Golfo sigue presente en la conciencia popular, incluso la incapacidad para enfrentar el huracán Katrina y reparar sus consecuencias.

Es cierto que el progreso técnico permitió que los enormes trépanos producidos por una pyme de Pensilvania pudiera acoplarse a la gigantesca grúa alemana, utilizando fibra óptica japonesa de última generación para conectarse con la última maravilla coreana en sistemas de comunicación. El capitalismo, que “orgullosamente busca el beneficio” (textual de DH), sería así el responsable del “milagro” del rescate (curas de distintos credos no dejaron de tratar también ellos de apropiarse el crédito por el rescate). El costo de la operación, 22 millones de dólares, sería la retribución por ese gesto humanitario.

De cualquier modo, sería absurdo suponer que ese progreso tecnológico se concibió para operar en el improbable rescate de 33 mineros. Lo que reunió las distintas posibilidades tecnológicas fue la presión popular para que no se declare muertos a los mineros sepultados en la mina San José y para que se proceda a su rescate. Libradas a las fuerzas del mercado, esas tecnologías hubieran quedado donde se encontraban -ociosas. Las capacidades personales que lograron esa articulación de medios no fueron aportadas por los pulpos de las minas privadas, sino por Codelco y el Estado, o sea por una autoridad pública con capacidad para imponer coercitivamente sus decisiones a los protagonistas necesarios y para asignar los fondos correspondientes sin la venia de los accionistas o acreedores financieros. El rescate nos mostró el rostro del capital y del mercado, o sea el de la explotación y de la anarquía de la producción; el rostro del capitalismo quedó de manifiesto en el derrumbe de la mina y en el encierro sin salida de los mineros. Los derrumbes de minas, una rutina cotidiana, y los accidentes en innumerables emplazamientos industriales son una muestra de la completa inseguridad que rodea al trabajo asalariado, porque las inversiones necesarias para esa seguridad son consideradas como una carga que reduce los beneficios ‘orgullosos’ del capitalista -aunque pudieran ofrecer una ganancia, orgullosa o no, a quienes podrían proveer los instrumentos de esa seguridad, y sin que sepamos si esos proveedores aseguran sus propias normas de seguridad.

A la ‘descortesía’, descortesía: los mineros fueron rescatados por una operación que fue arrancada por la presión popular, que recurrió en forma extendida a métodos impropios del capitalismo: la coordinación (no la competencia), la cooperación, la apropiación unilateral de recursos (cuyo monto se mantiene secreto hasta hoy) -siempre bajo la mirada vigilante de un campamento de familiares y con los ojos de los chilenos en la nuca de sus autoridades políticas. El éxito de la operación tuvo su base granítica en la conciencia social de los 33 mineros enterrados, que descubrieron al mundo la capacidad del ser humano para superar infortunios cuando recurre a los métodos colectivos.

Al reivindicar para el capital un rescate en un derrumbe provocado por ese capital mismo, The Wall Street Journal exhibe la disminuida capacidad intelectual de la prensa financiera. Justamente, si los recursos técnicos se volcaron esta vez para salvar a los trabajadores (mientras mueren decenas todo el tiempo en las minas de Chile y de todo el mundo), fue por la enorme presión social del proletariado minero chileno y de su pueblo. Los capitalistas chilenos y su gobierno ya habían tirado la toalla dos semanas después del derrumbe, mientras los mineros desde el fondo del socavón se autoorganizaban, votaban y decidían colectivamente cómo sobrevivir, sostenidos desde arriba, aunque sin conexión, por sus familiares y los rescatistas. La experiencia y la pericia de los rescatistas no fueron forjadas en las escuelas o salones de los pulpos mineros, sino en años de pelearle a las decadentes condiciones de la explotación minera; fueron los factores humanos que permitieron utilizar lo mejor de la tecnología disponible, que de otro modo pudo terminar en la improvisación y la aventura, como suele ocurrir.

El rescate en Chile es una metáfora de la bancarrota capitalista mundial: sólo la clase obrera puede superar el hundimiento social de esa mina destartalada que es el capitalismo, y reunir los recursos creados por el trabajo vivo de la humanidad para atravesar la aventura de la vida. Esta coincidencia o comunidad entre el factor objetivo de la crisis y del colapso del capital, por un lado, y el factor subjetivo de la organización y actividad del proletariado, por el otro, es la ‘descortesía’ final que tiene preparada la historia para la última forma social de explotación del hombre por el hombre.

Arriba los mineros, carajo.