La victoria de Bolsonaro abre otra etapa en la crisis brasileña

Jair Messias Bolsonaro se consagró, el 28 de octubre, presidente electo de Brasil, con una ventaja de 11 millones de votos sobre el candidato del PT, Fernando Haddad. La ola derechista de los comicios quedó también en evidencia con la victoria de João Doria, del PSDB, para gobernador del estado de São Paulo, que logró sobrellevar el retroceso que le marcaban las encuestas, con un apoyo declarado a Bolsonaro. Lo mismo ocurrió en otros estados representativos, como Río de Janeiro y en Río Grande do Sul -un ‘bastión’ del PT-, o en Minas Gerais, donde un advenedizo derrotó en el primer turno al gobernador del PT y se quedó con el estado en la segunda vuelta.


Bolsonaro ha llegado a la presidencia montado en una crisis económica y política de enorme envergadura, que primero liquidó al gobierno de Dilma Rousseff y luego al de su vicepresidente, Michel Temer, convertido en titular de gobierno mediante un golpe de Estado. El interinato de Temer acabó con todos los partidos tradicionales que integraron su gobierno, como consecuencia de la acentuación de la crisis en marcha. La crisis industrial ha dejado un ejército de desocupados formales que se aproxima a 15 millones de personas -un tendal que se suma a un desempleo fluctuante, no registrado, de proporciones enormes. El derrumbe del PT antecede mucho en el tiempo al ascenso de Bolsonaro, porque quedó de manifiesto en la violenta política de ajuste que aplicó como gobierno desde 2012 y que se manifestó en multitudinarias manifestaciones.


Una crisis política a toda velocidad


Es oportuno recordar que los llamados ministros y banqueros ‘neo-liberales’, que ahora están apuntados para integrar el gabinete de Bolsonaro, hicieron sus primeros oficios bajo los de Lula y Rousseff -Henrique Meirelles, del Banco Boston, designado en el Banco Central, y Joaquim Levy, otro banquero, como ministro de Economía en 2015. La desmoralización política que los gobiernos petistas provocaron en la masa trabajadora se expandió a partir de las pruebas de corrupción perpetradas por su gestión, en beneficio de grandes capitales -en especial las poderosas empresas de la construcción. El período de reacción política que pretende imponer Bolsonaro y la camarilla de militares pasivos y activos que lo ha promovido, no se funda en una derrota explícita de la clase obrera en lucha contra las patronales y el capital, sino en la bancarrota política y moral de su dirección. De otro modo no se explica que en las ciudades del ABC paulista, el centro de la industria automotriz y metalúrgica de la periferia de São Paulo, y cuna simbólica del PT, Bolsonaro se haya podido acercar al 70% de los votos en el reciente balotaje.


La velocidad del ascenso de Bolsonaro, que todavía a principios de año orejeaba un 20% de la intención de voto, es un testimonio de la velocidad de la crisis política. Al inicio de la campaña por la primera vuelta, la inmensa mayoría del capital financiero apostaba por el Macri paulista, Gerardo Alckmin, del PSDB (un animador del golpe contra Rousseff y sostenedor del gobierno Temer), que nunca pudo levantar vuelo a pesar de sus ‘calificados’ apoyos. La pulverización de la ‘vieja política’ pavimentó el camino de Bolsonaro, no al revés; Bolsonaro desfiló con todos los corruptos del Congreso brasileño (se calcula que abarca a un 65% de sus miembros) en el operativo de destitución de la presidenta de entonces.


Militares y banqueros


Bolsonaro mismo logró explotar el vacío político en su beneficio, no por su destreza; se vale de un lenguaje propio del bajo fondo. El pilotaje de la crisis, en especial el golpe contra Dilma y el encarcelamiento de Lula, estuvo a cargo del alto mando del Ejército y de su comandante Eduardo Vilas Boas. Lo hizo incluso en forma desembozada, a lo Trump, por medio de Twitter. Fue el alto mando el que operó el pasaje de Alckmin a Bolsonaro, incluso cuando observó que no arrancaba la candidatura del ‘laborista’ Ciro Gómes, un ‘desarrollista’, que gobernó el estado de Ceará. Varios especialistas han subrayado que la campaña de Bolsonaro en las redes sociales supone una infraestructura altamente sofisticada. Se ha configurado, en consecuencia, la junción entre el alto mando militar y un demagogo fascista, que viene de ninguna parte, de naturaleza contradictoria, en especial porque el advenedizo tiene ahora 55 millones de votos.


Para dejar en evidencia aún más estas contradicciones, Bolsonaro ha anunciado desde el inicio un gabinete compuesto, por un lado, de banqueros asociados a la actividad de fondos especulativos, como Paulo Guedes, ex mandamás del Banco Itaú, el mayor de Brasil, y por el otro, de la burocracia tecnocrática-militar, que encara la economía desde la seguridad nacional. Figura fundamental, que ocupará el ministerio de Defensa, Antonio Heleno, ha sido comandante de las tropas de ocupación de Haití, donde los ejércitos latinoamericanos se han ejercitado en el combate urbano, mientras sus Estados les tenían prohibida la inteligencia interna. Viejos zorros del capital brasileño, como Delfim Neto, ministro de Economía de la dictadura, o reputados economistas, como Nogueira Batista, se han adelantado en asegurar que este mejunje ministerial no tiene posibilidades de durar. De todos modos, The Wall Street Journal ha festejado el triunfo de Bolsonaro con la certeza de que “drenará el pantano” ‘populista’ -la consigna de la campaña de Trump.


Fascismo


El nuevo Presidente ha sido reclutado en el bajo fondo fascista, pero esto no alcanza para que su victoria establezca un régimen político fascista. Para esto hay que reunir todavía condiciones apropiadas. El crecimiento electoral le da la oportunidad de formar una bancada fuerte en el Congreso y de obtener adhesiones de los terratenientes, evangélicos y militares que han entrado por medio de otros partidos. Desarrollar una fuerza organizada propia es condición para el fascismo. Ha ganado una base electoral masiva, pero de ningún modo disponible para ser movilizada contra la clase obrera o para imponer un ajuste mediante aprietes extra-parlamentarios. La posibilidad de un ascenso fascista es todavía un asunto del futuro -que se será determinada por la crisis económica y la lucha de clases entre el capital y el Estado, de un lado, y los trabajadores del otro. Obligado por las condiciones políticas objetivas a establecer un régimen de arbitraje con características autoritarias. Bolsonaro debería conquistar una autonomía respecto a sus mandantes, el Ejército y el capital financiero. Se trata de un desenlace incierto, pavimentado de crisis políticas de diversa naturaleza.


De conjunto, sin embargo, el pasaje del régimen pseudo-democrático que se estableció en 1985 a un régimen bonapartista potencial, compartido por el Ejecutivo y el alto mando militar, constituye un retroceso histórico -una expresión de la incapacidad de la burguesía para gobernar con métodos que disimulan su dominación (democracia) y la obligación de recurrir al recurso de regímenes de excepción, que ponen al desnudo la violencia política del Estado.


Como muy bien recuerda nuestro compañero Hernán Gurián desde Río de Janeiro: “En 1990, Fernando Collor de Melo se convertía en presidente del Brasil, derrotando a Lula, del PT, en segunda vuelta. Collor, un político aventurero y casi desconocido hasta ese momento, repetía incansablemente que el Brasil no se iba a transformar en un país comunista, que ‘nuestra bandera jamás será roja’ y nunca se iba cambiar el himno nacional por “La Internacional”. Entre 1991 y 1992, el pueblo brasilero salió masivamente a las calles para poner fin a un gobierno privatizador, hambreador y represor mediante una rebelión popular. El 29 de diciembre de 1992, el gobierno de Collor CAYÓ”.


Guerra de clases


Brasil atraviesa por una crisis económica descomunal, que la burguesía quiere abordar por medio de una cirugía mayor. De ahí que plantee privatizaciones en gran escala, por unos 200 mil millones de dólares, para rescatar en forma anticipada una deuda externa bruta que supera el billón de dólares -y creciendo. Entran en el paquete numerosas empresas estatales, empezando por Petrobras y sus satélites, Electrobras, empresas de los estados federales, incluso la joya aeronáutica, Embraer.


Para ir por la eliminación del déficit fiscal, el capital financiero pretende liquidar el régimen público de reparto por otro de capitalización, de modo de convertir a los fondos privados en fuente financiera barata. Esta reforma ha llevado, en todos lados, durante la transición, a mayor déficit y mayor endeudamiento internacional. El aumento de la edad jubilatoria, otra pieza del ataque, se aplicaría a un población sin protección social: la reforma laboral aprobada bajo Temer ha impuesto el trabajo intermitente (lo que supone menores aportes previsionales) y la liquidación del derecho laboral. El equipo de Bolsonaro propone sustituir los convenios colectivos por la emisión de una tarjeta verde, donde se anotarían salarios y prestaciones, en una suerte de contrato individual -de aquí sale el ataque que los bolsonaristas han emprendido contra el aguinaldo. El movimiento obrero enfrenta el desafío de prepararse para colisiones gigantescas. Los apologistas del nuevo rumbo denuncian que Brasil tiene una economía “cerrada” y una industria incapaz de “competir”, lo cual anuncia una liquidación gigantesca del patrimonio industrial y tecnológico. La guerra de clases que desataría un plan de esta envergadura pondría en la agenda de la burguesía un pasaje al fascismo -y en la del proletariado, obligado a una lucha histórica, un pasaje a la revolución. La deforestación y sojización de la Amazonia acentuaría el régimen fascista que existe ya en el campo, bajo los gobiernos democráticos, incluso petistas.


Trump apenas le deseó “suerte” a Bolsonaro, sin que quede claro si encogió el apoyo por la proximidad de las elecciones norteamericanas o si por el convencimiento de que Brasil no se distanciará de China -por lejos, su principal socio comercial y hasta financiero. El centro del choque entre Estados Unidos y China, en América Latina, es Brasil, donde la ‘prosperidad’ del capital agrario depende del mercado de China. Detrás de Bolsonaro opera un lobby yanqui, dirigido por el senador Marcos Rubio, jefe del anticastrismo y partidario de atacar a Venezuela. Por de pronto, las Fuerzas Armadas brasileñas están negociando la instalación de bases norteamericanas en la frontera norte del país.


La burguesía yanqui, sin embargo, no está unida en esta aventura. Macri, por su lado, a través del brasileñista Dante Sica, ministro de Industria, le ha dado un apoyo contundente al fascismo ultra-fronteras: “Dará estabilidad -dijo- a Brasil” (Ambito, 13/10). Paulo Guedes, el candidato a dirigir Economía, ha adelantado, sin embargo, que congelaría el Mercosur, a favor de una “economía abierta”. La prensa ha pasado por alto que el petista Fernando Haddad, en este ambiente privatizador, había anunciado la preferencia por Persio Arida, como ministro de Economía, un Sturzenegger brasileño. La penetración de la banca norteamericana ha crecido sustantivamente en Brasil, lo que explica los candidatos que se mencionan para el gabinete y los planes económicos. Trump posiblemente no pretenda anular la relación comercial China-Brasil, pero sí valerse de esa penetración financiera para profundizar su guerra económica con China por otros medios y otras vías.


Transición política


Brasil se encuentra en una transición política que deberá mutar sucesiva y explosivamente su régimen político. El fascismo está planteado en esta transición; “hay que barrer a los rojos”, “a la cárcel o el exilio” -son las consignas de Bolsonaro. El PT y las burocracias sindicales, sumidas en una crisis profunda, han anunciado su adaptación política a la nueva situación con el planteo de la batalla parlamentaria. La izquierda brasileña, el PSOL, subida ayer en el ‘palenque’ del PT, junto a Haddad, dejó claro que no es alternativa a nada. Es necesaria otra estrategia política; no pueden haber partidos obreros o de trabajadores con direcciones y aparatos pequeño burgueses, que es el núcleo explicativo de este derrumbe político ante un aventurero sin escrúpulos. No harán frente a las grandísimas batallas de clase que tendrán lugar en este período explosivo. En estas condiciones, la convocatoria a una deliberación de la clase obrera, por medio de asambleas y congresos de delegados electos, ocupa un lugar estratégico, porque introduce la necesidad de un planteo de conjunto y de un plan de lucha debidamente preparado, en consonancia con el desafío que ha quedado planteado.


América Latina ha quedado conmovida por el desarrollo de la crisis brasileña, que no es una crisis local sino de conjunto. Lo muestra el derrumbe de Centroamérica y la migración en masa por diversos territorios. Las luchas contra la reforma previsional llevó a una prolongada huelga general en Costa Rica y a un levantamiento popular en Nicaragua, en tanto que ha abierto una lucha enorme en Argentina. La crisis brasileña, como parte de la crisis mundial y de la crisis de gobernabilidad en América Latina, está presente, en forma harto deformada, pero presente sin duda, en la batalla política que se libra en las elecciones norteamericanas del próximo 8 de noviembre. La crisis brasileña interpela a la crisis capitalista mundial, por un lado, y al conjunto de la vanguardia obrera en el mundo entero, por el otro, atravesada por una gran crisis de dirección.