La vigencia de la Revolución de Octubre

Para sus líderes, la Revolución de Octubre debía ser, en perspectiva, el comienzo de la revolución socialista mundial, en el marco de una época histórica de guerras y revoluciones.


Inauguraba un período político e histórico de sublevación de las fuerzas productivas. Tanto Lenin como Bujarin ya habían analizado, antes de la revolución, la nueva configuración de la economía mundial que significaba el desenvolvimiento del imperialismo. Los revolucionarios rusos no se planteaban, de ningún modo, realizar el socialismo solamente en su país. Por eso, una de sus primeras medidas, después de la revolución, fue la convocatoria a crear una nueva Internacional, por la cual venían luchando desde el momento en que la Internacional existente, la 2ª Internacional, se había pasado al campo imperialista al comenzar la primera guerra mundial.


A partir de 1922, una burocracia anticomunista (aunque se la siguió llamando comunista hasta su extinción), pretoriana, represiva, sustituyó en el poder a la clase obrera. También comenzó a entrelazarse con el capitalismo internacional y, en un determinado momento, con la contrarrevolución imperialista. En los años 60-70 hubo, entre la burocracia de los llamados estados obreros y el capitalismo mundial, una relación social profunda. La burocracia pensaba en aumentar más y más sus beneficios aprovechándose de su condición de intermediaria entre el capitalismo mundial y la estructura estatal creada por la revolución en la Unión Soviética. A medida que se internacionaliza, este proceso se enfrenta a otro que está en contradicción con él mismo. En 1953, con el levantamiento de la clase obrera de la parte oriental de Alemania, se inicia, en las naciones dominadas por la burocracia rusa, un proceso creciente de revoluciones políticas.


El levantamiento de la clase obrera polaca en 1980 se inició cuando la burocracia intentó aplicar, una vez más, pero ahora en una escala nunca vista antes, los programas fondomonetaristas de aumento de precios, de liberación de mercado, etc. Provocó con eso un movimiento nacional sin precedentes, que puso en evidencia la función de la burocracia como mera intermediaria con el capital internacional. La revolución política de la clase obrera empuja entonces definitivamente a la burocracia stalinista al campo del capitalismo y de la contrarrevolución. Es como consecuencia de esto que nace, después, la política de apertura de mercado conocida como ‘perestroika’. La‘perestroika’ mostró la comprensión, por parte de la burocracia, de que los días de su “socialismo en un solo país”estaban contados. El Partido Obrero advirtió, desde 1983 y 1984, que las burocracias de Rusia y China habían emprendido un rumbo de restauración del capitalismo.


En esas circunstancias, cabe preguntarse si las condiciones históricas que dieron lugar a la Revolución de Octubre y que determinaron su caracterización como el inicio de la revolución socialista mundial siguen presentes en la actualidad, o si se encuentran más atenuadas o más intensificadas.


En la última década ha florecido la seudo-teoría de la ‘globalización’ que, en líneas generales, afirma que el capital se ha transformado en mundial. Las rivalidades nacionales, si no es que desaparecieron, tenderían a desaparecer; no habría más guerras y podría ser construido un mundo de paz. Pero todo esto no pasa de ser, en realidad, una versión novelesca de la teoría del ultra-imperialismo de Kautsky, que tampoco era original, pues ya el economista Hobson, en 1902, había establecido la perspectiva del ultra-imperialismo como futuro del capitalismo mundial.


Criticando la tesis de la ‘globalización’ algunos marxistas dicen que ella es engañosa, porque su naturaleza social es la mundialización sí, pero del capital. El capital mundial se habría transformado en único, o sea que ya no sería un capitalismo compuesto de muchos capitalistas con intereses contradictorios, y además habría perdido su base nacional para transformarse en ‘trasnacional’.


En realidad, sin embargo, la tendencia del imperialismo no es en dirección a la mundialización, sino a una creciente nacionalización; del mismo modo como tiende a concentrarse en menos manos, también tiende a hacerlo en menos países. Esto fue irrefutablemente aclarado por Bujarin en su libro El imperialismo y la economía mundial. Solamente si el desarrollo capitalista fuese exactamente igual desde el punto de vista tecnológico, económico y social, en todos los países, se podría admitir que un capital se aliase a otro en iguales condiciones. Sin embargo, ¿por qué un capital se uniría a otro en iguales condiciones, si aquél, por ejemplo, posee mejores condiciones que éste?


Las contradicciones del capitalismo son hoy más profundas que en 1917, a medida que se internacionalizan las fuerzas productivas, es decir, el comercio de mercancías y capitales. Pero el capitalismo es incapaz de estructurar un Estado mundial, o una coordinación mundial de esta internacionalización de fuerzas productivas. La perspectiva no es un condominio mundial, sino la dominación del imperialismo más fuerte sobre los rivales. Esto implica Estados nacionales (imperialistas) cada vez más opresivos, a través de su entrelazamiento más profundo con el capital, para defender e impulsar aún más los intereses del capitalismo de su propio país. Las privatizaciones de los sistemas sociales de jubilación (salud), mediante decisiones despóticas y confiscatorias de los Estados, demuestran el grado de este fortalecimiento; también lo muestran los bombardeos impunes de Irak o Bosnia y la imposición sobre ellos de las condiciones deseadas por el imperialismo yanqui.


Estas contradicciones ponen de manifiesto que la naturaleza de la época histórica iniciada con la Revolución de Octubre, de guerras y revoluciones, se ha acentuado, y el desmoronamiento de los descomunales aparatos de las burocracias estatales stalinistas así lo confirma. La afirmación, por lo tanto, de que la Revolución de Octubre inició un período de revolución socialista mundial, está más vigente que nunca.


Rusia es actualmente un país amenazado por la desintegración social y nacional, pues nunca fue un país nacionalmente afirmado. En la apertura del mercado al capital extranjero las relaciones internas de circulación económica dejaron de existir, porque sus industrias, confrontadas con el capital extranjero, se evidenciaron obsoletas desde el punto de vista del mercado y de la acumulación del capital. Esto provoca una serie de tendencias centrífugas y separatistas enormes: crisis en el poder, agravamiento de las guerras locales.


La naturaleza social de Rusia, que marcha abiertamente por el capitalismo, no ha sido zanjada por la historia, porque ese desenlace dependerá del resultado del gigantesco choque entre el proletariado y la burguesía mundiales. La Rusia actual es un terreno de luchas entre Japón, los Estados Unidos y Alemania. La Unión Europea es otra manifestación de este crecimiento de luchas nacionales. No es un fenómeno de mundialización, sino de contradicción entre el desarrollo internacional de las fuerzas productivas y la ultranacionalización del capital. Los “bloques regionales”expresan la disputa entre los diversos imperialismos por el mercado mundial.


La propia crisis del capital genera una masa enorme de desocupados y pobres, que constituyen una fuente permanente de revueltas sociales. Seguimos, por lo tanto, en pleno siglo XX, el siglo que inauguró políticamente la Revolución Rusa.


El final del siglo será testimonio de crisis, guerras y revoluciones inéditas en la historia contemporánea.