Las barbas de américa latina en remojo

La bochornosa renuncia de Fujimori no solamente retrata el derrumbe ignominioso de un gobierno anti-obrero y entreguista sino igualmente el fracaso de la transición diseñada, por dos veces consecutivas, por el imperialismo norteamericano para darle una salida ordenada a la enorme crisis política peruana. Fujimori ha producido la rareza histórica de refugiarse en Japón (seguramente no para asistir al partido Boca-Real Madrid); tal es la magnitud de la descomposición que afecta al régimen político peruano.


A nadie se le puede escapar que Fujimori se retira del gobierno y hasta se niega a retornar al país cuando su asesor Montesinos aún se encuentra con paradero desconocido –quizás refugiado en una base militar, quizás muerto. En cualquier caso, se pone de manifiesto una trama mafiosa de alcance internacional, en la cual está involucrada la CIA, y que tiene ramificaciones en las fuerzas armadas peruanas. Pero la crisis militar es más profunda todavía, como lo reveló el alzamiento nunca superado en una guarnición del sur del país. A la vista de esto, cualquier recambio político tendrá lugar sobre bases completamente podridas.


La caída de Fujimori ha servido para que se hiciera público el choque entre el gobierno y sus financistas internacionales, que fue producido por la creciente inviabilidad de la atención de la deuda externa. Perú, como Argentina, Perú pasa por un prolongado período recesivo, lo que demuestra la caída de las inversiones y la fuga de capitales. El asistencialismo que generalmente acompaña a los gobiernos autoritarios como el de Fujimori, ya no tenía entonces la menor base de sustentación.


Bajo la batuta de los yanquis, sin embargo, hubo un intento de prolongar la vida del régimen hasta el final de su mandato dentro de cinco años. Solamente la aparición de un video que mostraba a Montesinos en una actividad de soborno, llevó a Fujimori a acortar su mandato hasta abril del 2001 con el acuerdo de la OEA. Las dos tentativas fracasadas del imperialismo ilustran claramente la impasse política tanto de Perú como de la burguesía internacional.


El alejamiento de Fujimori no cierra la crisis peruana; recién la inicia. Ahora vendrán las peripecias del derrumbe económico, en el que se combinan tanto los factores internos como los internacionales. Es por eso que los candidatos a la herencia del “chino” no se animan a recogerla, como lo sería si propusiesen elecciones inmediatas. Reclaman una transición, la tercera, esta vez bajo la batuta del presidente del Congreso. Se busca de este modo legitimar la representación parlamentaria ya existente, es decir que las eventuales elecciones no serían generales. Como se puede ver, los renovadores de la política peruana se aferran a los restos del fujimorismo con la misma necesidad que tienen de apartarse de él.


El pollo del imperialismo continúa siendo Alejandro Toledo, quien se apresuró a ratificar un programa compuesto casi exclusivamente de privatizaciones. A Toledo, sin embargo, lo afecta claramente el derrumbe de Fujimori, porque con esto pierde el principal argumento que lo había erigido en candidato único de la oposición. Esta comenzará necesariamente a diferenciarse y a dividirse.


Se abre una oportunidad enorme para la izquierda revolucionaria peruana. Aquella democratizante que formara IU hace casi dos décadas, fracasara luego en el gobierno de Lima y terminara votando a Fujimori en 1991, no tiene remedio. En oposición a la salida democratizante sustentada sobre los restos poderosos aún del fujimorismo, es necesario reclamar la disolución de todos los poderes públicos y el pasaje del poder a una Asamblea Constituyente libre y soberana que enjuicie a la cúpula militar, disuelva los aparatos represivos y los reemplace por el armamento de los trabajadores, y reconstruya el país sobre nuevas bases sociales.