Las elecciones francesas

Que la segunda vuelta electoral en Francia, prevista para el próximo 5 de mayo, tenga lugar entre dos candidatos derechistas, y que uno de ellos sea el fascista Le Pen, ha provocado en Europa una conmoción política. En la misma noche de las elecciones, unas 300.000 personas desfilaron por distintas ciudades de Francia en repudio a Le Pen. Las manifestaciones antifascistas continuaron en los días siguientes. Los comentaristas se empeñaban en señalar una tendencia a la derecha del electorado europeo. Esta caracterización, ¿ clarifica o disimula la situación política real en Francia y en Europa?


Descomposición de Izquierda Unida


La eliminación del socialismo francés de la segunda vuelta, obedece a la descomposición de la coalición de gobierno conocida como Izquierda Unida o Izquierda Plural. Un grupo histórico de esta coalición, encabezado por el ex ministro Chevenement, había roto con el gobierno y se presentó con lista propia. Del otro lado, varias fracciones internas del Partido Comunista, otro miembro de IU, adoptaron una posición abstencionista o por el voto a alguna de las listas trotskistas. Esta dislocación política alcanza por sí sola para explicar el derrumbe del candidato oficial, el cual de otro modo se habría asegurado un poco menos del 25% de los votos. Esto, incluso, dejando de lado el extraordinario 11% que obtuvieron las tres listas que se reivindican trotskistas.


La dislocación política oficial se pone aún más de manifiesto cuando se observa el derrumbe electoral del propio presidente Chirac, que obtiene un mínimo histórico del 19%, fundamentalmente debido a una división de la derecha, ya que el chiraquiano Bayrou consigue cerca del 7% de los sufragios emitidos. A esto hay que agregar que el ala “anti-europeísta” del partido de Chirac, dividió sus votos entre Le Pen y la abstención. Como quiera que derecha e izquierda gobernaban en “cohabitación”, la dislocación política de una y otra pone al desnudo la completa inviabilidad del conjunto del régimen político francés. Este es el punto crucial de la elección.


No han sido las tendencias del electorado las que han determinado el resultado de las urnas, sino la dislocación política del régimen la que ha condicionado las tendencias electorales.


La crisis de la Unión Europea


El co-gobierno derechista-izquierdista de Francia (Chirac-Jospin) tenía por base la defensa de la Unión Europea tal como la diseñó el Tratado de Maastricht (1991), basada en el ajuste fiscal y en el gobierno monetario del Banco Europeo (es decir, sus banqueros). Estos parámetros, sin embargo, han entrado en una completa crisis como consecuencia de las tendencias a la recesión, por un lado, y de la competencia norteamericana, por el otro. Portugal y Alemania, por ejemplo, no están en condiciones de cumplir con el tope de un 3% del PBI de déficit fiscal (Portugal está al borde de un colapso), y otros países, como Italia, tienen dificultades para satisfacer la exigencia de mantener la deuda pública por debajo del 60% del PBI. Mientras los Estados Unidos se han lanzado a un fuerte déficit fiscal para combatir la recesión y la Reserva Federal bajó con el mismo fin la tasa de interés al 1,7%, la burguesía europea se ha visto enchalecada por sus compromisos de ajuste. Como consecuencia de esto, no puede hacer frente a la enorme competencia que le ha desatado la burguesía norteamericana en el campo de los gastos en tecnología (presupuesto de defensa).


Un autorizado columnista del Corriere della Sera (14/4) advierte sobre el “crecimiento de las divergencias entre Europa y EE.UU.” y reclama la firma de “un nuevo pacto del Atlántico” para evitar, dice, “una crisis… que será infinitamente más grave de la que hoy concentra nuestra atención” (en alusión a la guerra del acero y las sanciones comerciales que se están aplicando recíprocamente). Nada menos que Alemania enfrenta dificultades para rescatar a sus pulpos nacionales, a pesar de que sus quiebras amenazan con poner las empresas en manos de monopolios ingleses o norteamericanos. Durante la campaña electoral, las revistas francesas de finanzas destacaban la ausencia de recursos para que se pudieran cumplir las promesas de los candidatos acerca de la modernización industrial. Por último, la crisis de la Unión Europea está planteando obstáculos insalvables a la incorporación en su seno de los países de Europa del Este. Lejos de formar un eje con Europa, Rusia marcha aceleradamente a un acuerdo con Estados Unidos contra Europa.


Los izquierdistas franceses agotaron las posibilidades del keynesianismo y del reformismo para revitalizar la economía, como lo prueba el fracaso de las 35 horas semanales para reducir la desocupación. La reducción del horario laboral no sirvió para incorporar trabajadores sino para reforzar la flexibilización laboral, y de paso sirvió para reforzar la diferenciación entre los ocupados y los desocupados. La patronal francesa quiere ahora la privatización del sistema jubilatorio; lo mismo ocurre en Italia. Es una muestra del escenario de gran confrontación clasista que se diseña en Europa.


La crisis capitalista condiciona a la Unión Europea y la crisis de ésta se manifiesta en la serie de crisis políticas en cada uno de sus países. La ruptura del frente chiraquiano (Bayrou) obedeció al planteo de proceder al desmantelamiento del estatismo francés y flexibilizar el mercado laboral, para relanzar la acumulación de los grandes capitales en un marco aún más internacional; la ruptura de Chevenement con Jospin responde al movimiento contrario: acentuar el nacionalismo francés frente a la competencia tanto norteamericana como europea. A la misma tendencia responden los chiraquianos que alimentaron la abstención o el voto a Le Pen.


La caída de Jospin desatará en el PS una lucha de fracciones que también pondrá en liza a los dos grupos que confrontan en todos los planos de la burguesía francesa. Las elecciones del domingo pasado, en definitiva, han puesto en evidencia una crisis política de envergadura, que podría convertirse en revolucionaria de acuerdo a la evolución de la economía y la política mundiales, de un lado, y de la maduración política de las masas francesas, del otro.


¿Derechización o subibaja?


Los fascistas franceses han hecho su mejor elección nacional cuando se encuentran en el punto más alto de su reflujo político. Los lepenianos no protagonizan desde hace tiempo las movilizaciones de hace una década atrás. La prensa dice incluso que se habrían “civilizado”, aunque no han llegado ni de lejos al nivel de “respetabilidad” del fascismo italiano, que hoy ocupa la vicepresidencia de Berlusconi. Los diarios afirman que el grueso del abstencionismo, que llegó al récord histórico del 30%, afectó a los bastiones del centroizquierda, como por ejemplo en la ciudad de Lille, algo que “infla” el porcentaje de Le Pen. En Francia no existe un movimiento fascista de masas; el tema del fascismo es manipulado por la izquierda democratizante, que bombardeó Yugoslavia y tolera las masacres sionistas, para justificar su voto a Chirac en la segunda vuelta.


De otro lado, los tres grupos trotskistas han obtenido un 11% de la votación nacional, lo que duplica su mejor elección. El Partido Comunista ha quedado licuado; la caída de su actual dirección podría provocar su desaparición. A pesar del potencial revolucionario de la votación trotskista, el asunto es saber si refleja una polarización política o una atomización del electorado centroizquierdista. Los grupos trotskistas han presentado plataformas reivindicativas y denuncian los atropellos capitalistas, pero ninguno ha desarrollado una agitación de conjunto contra el régimen político y el Estado burgués. Por el contrario, la organización Lucha Obrera subestima o ignora la crisis mortal del régimen político y pone todo su énfasis en negar las potencialidades revolucionarias de la situación mundial; la Liga Revolucionaria es simplemente democratizante (propone superar la anarquía del capitalismo y hasta la miseria social con un impuesto llamado Tobin), y algo más si se tiene en cuenta que pide una fuerza militar imperialista para interceder en Palestina, o la “ayuda” del FMI para los países pobres. El otro grupo, el PT (0,5% de los votos), ha hecho su campaña en defensa… de la “democracia comunal”, algo que lo empareja con la masonería. En Francia es relativamente frecuente encontrar tendencias que reivindican las tradiciones medievales, algo que por reaccionario no deja de ser interesante sobre las revoluciones burguesas, más de doscientos años después de la Grande Revolution de 1789/93.


La lucha antifascista y los republicanos imperialistas


El fascismo despierta una emoción histórica en Francia, porque la burguesía “republicana” se inscribe, de un lado, en las grandes masacres obreras del siglo XVIII/XIX (el Termidor y el aplastamiento de las revoluciones de 1848 y 1871) y, del otro, en el fascismo del siglo XX (apoyo al golpe fascista de 1934 y la colaboración con los nazis entre 1940 y 1944). Es decir que puede provocar una radicalización política de la juventud y de las masas. Algunos comentaristas conjeturan que la reacción antifascista podría modificar las condiciones de las elecciones legislativa que tendrán lugar dentro de 60 días, en especial porque se podría reducir en forma notoria la abstención. En este caso, la “derechización” se habría convertido en su contrario en apenas un par de semanas, lo que traduciría impecablemente la convulsión política que se va apoderando de Europa y que han testimoniado las movilizaciones de Génova contra el Grupo de los 7, y la manifestación obrera de los tres millones y el paro general que tuvieron lugar recientemente en Italia.


El fracasado centroizquierda ha decidido combatir a Le Pen, no con el arma de la lucha en las calles y la huelga general, sino con el voto a Chirac en el segundo turno. Convierte a este fascista disfrazado en un defensor de la democracia. Convierte la afirmación de que el fascismo es el enemigo fundamental de la clase obrera no en un arma de combate sino en una maniobra parlamentaria de corte derechista. Los trotskistas, por su parte, han sido ganados por un ataque de “sutilezas”: en un comunicado, la candidata Arlette Laiguillier declara en el primer renglón que “No llamo a la abstención en el segundo turno de la elección presidencial”; llama “a no votar a Le Pen” porque, además de antiobrero, “es portador de una ideología que hay que condenar”, algo que, dice, “Chirac no pregona”. Ignora, por lo que se ve, que el fascismo, si es realmente tal, no es una “ideología” sino una fuerza social y política de choque que debe ser aplastada por medio de la lucha. Ideológicamente, por otro lado, el 90% de la burguesía es fascista, algo que oculta en la televisión o en el Parlamento, pero que expone abiertamente en los lugares de trabajo. Con respecto a Chirac, Laiguillier propone “que los trabajadores no caigan en la trampa” y que Chirac “no sea electo con los votos de los que oprimirá durante cinco años”. Es decir que se opone a la abstención y también al voto a Le Pen o a Chirac. Si este intríngulis responde a una política, su significado es que Lucha Obrera no se va a movilizar por la abstención electoral y que “tolera”, aunque no comparte, el voto por Chirac, que “ideológicamente” no es fascista, o sea que es, como dice Jospin, un “republicano”, como si el fascismo en Francia pudiera ser monárquico. Con respecto “a la derrota de Jospin”, Laiguillier la calificó en la televisión de “lamentable”, aunque de su “responsabilidad”. ¡Pero la derrota de Jospin a manos de Le Pen es el “mal menor”, pues peor aun habría sido que le ganara a Le Pen con los votos socialistas que votaron a las listas trotskistas! (El candidato de la LCR, Olivier Bensanconet, el 21 de abril llamó “al conjunto de los electores de izquierda… a organizar una resistencia popular al ascenso de la extrema derecha, a un todos juntos contra la derecha y la patronal”).


Ninguna unidad “republicana” con la burguesía: unidad obrera de acción y de organización contra el fascismo.