Las rebeliones agrarias en China

Desde hace años, la burocracia china —a nivel provincial, municipal y local— viene expulsando de manera sistemática a los campesinos de sus tierras, para montar parques industriales, emprendimientos inmobiliarios, rutas y plantas de energía. Las compensaciones que se pagan a los campesinos son ridículas; los que no las aceptan son expulsados por la fuerza y marchan a las ciudades para conchabarse como obreros o vegetan en los campos en condiciones de una miseria atroz. Como consecuencia, se han producido en los últimos años centenares de revueltas campesinas en el extendido interior chino. La expropiación de tierras se aceleró a partir de la legalización de la propiedad privada, introducida recientemente en la Constitución.


“Numerosas desde hace tiempo en China, las rebeliones campesinas toman un giro cada vez más violento: frente a los gobiernos locales deseosos de enriquecerse favoreciendo nuevas implantaciones rurales en el campo, las comunidades rurales son cada vez menos crédulas y sumisas. Abandonaron hace tiempo toda esperanza de mejora económica: los salarios son muy bajos (porque) las fábricas emplean trabajadores migrantes venidos de las zonas más pobres (…) la polución alimenta los mayores rencores…” (Le Monde, 24/6).


Las rebeliones tienen un carácter de masas. La censura oficial no pudo ocultar la enorme y victoriosa pueblada protagonizada por los campesinos de las aldeas que rodean el pueblo de Huaxi, al este de China. Allí, hace años, la burocracia expulsó a cientos de campesinos para establecer un parque industrial en el que se radicaron empresas químicas y plásticas, altamente contaminantes. La polución no sólo destruyó los campos de labranza y mató a los animales de las aldeas vecinas sino que, además, las convirtió en “aldeas del cáncer”, con una elevada mortalidad infantil y un número de malformaciones de nacimiento y tumores cancerígenos muy superior a la media nacional. Los reclamos de los campesinos ante las autoridades no fueron escuchados.


Una primera movilización, hace algunos años, terminó con una represión salvaje y con sus dirigentes condenados a penas de cárcel. Pero, junto con las enfermedades y la degradación de los campos, la agitación continuó. A comienzos de marzo, un numeroso piquete en el parque, que se renovaba constantemente, comenzó a impedir el ingreso y egreso de camiones; los obreros migrantes volvieron a sus pueblos de origen; las plantas quedaron paralizadas.


A pesar de las amenazas, el bloqueo se mantuvo. El 10 de abril, después de un mes de paralización, 3.000 policías armados hasta los dientes se presentaron para desalojar el bloqueo. Ante el llamado de emergencia del piquete, 20.000 campesinos de las aldeas circundantes marcharon a defender las carpas. Después de una batalla campal que duró más de dos horas, la policía fue puesta en fuga. Varios días después, los funcionarios reaparecieron con la oferta de trasladar las seis plantas más contaminantes. La pueblada había triunfado.


En el pueblo de Shengyou, en las cercanías de Pekín, varios cientos de campesinos vienen resistiendo la orden de desalojar sus tierras para que allí pueda instalarse una planta de energía. A comienzos de junio, más de 300 hombres armados con armas de fuego y barras de metal intentaron desalojarlos violentamente: seis campesinos fueron asesinados y un centenar fueron heridos seriamente. A pesar de la violencia del ataque, los campesinos no sólo lograron mantener el control de la tierra sino que, además, ocuparon la sede local del partido comunista para velar a los muertos. “Una multitud conmovida colmó los alrededores” (The Washington Post, 15/6).


El ataque, esta vez, no fue obra de la policía sino de una banda criminal organizada por el contratista que pretende construir la planta. Las denuncias de los campesinos pusieron en evidencia las relaciones entre los grupos capitalistas, el gobierno local y las mafias delictivas que operan en China. Uno de los atacantes, en un intento anterior de desalojo, confesó que había sido contratado en un club nocturno por empleados del contratista.


El acaparamiento privado de la tierra por parte de la burocracia está destruyendo las condiciones de vida de millones de campesinos; la rebelión que se está incubando hará temblar a toda China.