Líbano, una gigantesca derrota del imperialismo

No hace falta recurrir a los ‘especialistas’ para saber cómo ha concluido, al menos provisionalmente, la guerra de Israel contra Líbano. Basta simplemente mirar en una pantalla de televisión las caravanas de familias libanesas que retornaron eufóricas hacia sus hogares, incluso en el sur del país, apenas se conoció la vigencia del ‘cese de hostilidades’. El impulso elemental que empujó a las calles y a las rutas destruidas a centenares de miles de personas, ni qué decir que con la V de la victoria y las banderas de Hezbollah, puso fin a todos los fines prácticos a la ocupación israelí, que en ningún momento había logrado, por otra parte, afirmarse en el territorio. Del otro lado, los entrenados soldados del sionismo se retiraban agobiados, por sobre todo, psicológica y moralmente. Una vez más, un ejército poderoso y ultrasofisticado debía rendir sus pretensiones ante una guerrilla.


“Histórica y estratégica”


El líder de Hezbollah, Nasrallah, presentó la realidad como es cuando dijo que había obtenido una “victoria histórica y estratégica”. Histórica, porque ha demostrado que el Estado sionista no puede imponer sus pretensiones en un medio social antagónico; ha quedado planteada, de una manera concreta, la cuestión de su viabilidad política. El fracaso de la guerra del Estado sionista en el Líbano culmina el ciclo de lucha abierto por la primera Intifada, que se iniciara en 1987. El método de la ‘guerra permanente’, que los teóricos del sionismo pusieron como condición de su existencia, se ha convertido en un sistema que atiza la sublevación ininterrumpida.


La victoria ha sido estratégica, porque a corto plazo, como resulta obvio, se ha ingresado en una impasse. Pero el fracaso en Líbano ha dejado al régimen sionista sin perspectivas. Ha fracturado al establishment político y militar. La derecha pretende ahora pasar su factura, oponiéndose a cualquier tentativa de ‘retiro unilateral’ de Cisjordania, como tenía previsto el gobierno actual. Se trata de un ‘retiro’, claro, que mutila el territorio cisjordano y lo descompone en cantones incomunicables, pero que implica asimismo el levantamiento de algunas colonias judías menores. Por otro lado, sin embargo, un ‘retiro’ no concertado (unilateral) implica mantener un régimen de vigilancia, represión y asesinato en Gaza y Cisjordania, o sea, incubar un nuevo estallido, aún más catastrófico. El golpe descomunal que ha recibido el régimen israelí y la impasse que se ha creado como consecuencia de ello, sacudirán la modorra política de las masas israelíes, que no acaban de darse cuenta del pantano en que está metido el sionismo. Pero lo más importante no es ni siquiera esto: lo más importante es la sacudida que este viraje de conjunto habrá de provocar, como ya lo ha hecho, en las enormes masas mesorientales —una sacudida que se verá acentuada aun por el pantano que tiene por delante el régimen israelí. Un régimen acosado es una fuente inagotable de provocaciones.


Bush y Rice


¿Se acuerda el lector cuando Bush y Rice adjudicaron a esta guerra la tarea de “reestructurar democráticamente el Medio Oriente” y la necesidad de ‘proceder’ hasta que fueran “erradicadas las fuentes del conflicto”? Con este programa obstaculizaron por largas semanas una declaración de cese del fuego, que luego tuvieron que salir a reclamar en estado de desesperación. Se comprometieron a evitar, por todos los medios que fueran necesarios, el retorno al ‘statu quo’ anterior. Por supuesto que lo lograron pero no como ellos imaginaban, pues en lugar de ‘aniquilar’ a la guerrilla, la transformaron en una fuerza de masas que no tiene precedentes. En este viraje de los acontecimientos y de las expectativas, los periodistas más destacados han documentado la quiebra interna entre Bush y Rice, en los últimos días de la guerra, no sólo con respecto a la conveniencia de continuarla sino al conjunto de la política imperialista en la región. La dama de negro se ha pasado al equipo de seguridad nacional que reclama un urgente acuerdo con Siria e incluso con Irán. Todas las vacilaciones del gabinete israelí en la última semana de guerra fueron un reflejo directo de las contraórdenes que venían de Washington. Ahora está más claro que la masacre de Qana fue un operativo premeditado (el crucero general Belgrano de esta guerra) para impedir que fructificara el giro impreso por el ala del Departamento de Estado que acabó llevando al cese del fuego. El imperialismo yanqui ha salido enormemente golpeado por la victoria político-militar de Hezbollah.


Lo que resulta de todo esto es que el fracaso sionista en el Líbano ha sido un golpe para el conjunto del régimen político norteamericano y para el gobierno de Bush. Por sobre todo, es la consecuencia de los límites infranqueables que tiene el imperialismo para movilizar todas las fuerzas sociales y los recursos necesarios para una guerra sin límites. Para que Israel vuelva a encontrar una oportunidad de imponer soluciones por medio de una guerra, tendrán que producirse cambios muy acentuados en la situación de completa crisis del imperialismo mundial, o sea, su economía, sus regímenes políticos y sus gobiernos. El desastre del Líbano potencia el enorme fracaso en Irak. De acuerdo a las informaciones que ha comentado el periodista norteamericano Seymour Hersh, de que el ataque al Líbano fue una medida preparatoria de un plan de bombardeos a Irán, para proteger a Israel de una represalia de parte de Hezbollah, la derrota israelí ha sido todo un golpe para la política de Bush. Hemos ingresado en una nueva etapa internacional, que potenciará cualquier estallido de todo el complejo de contradicciones decisivas que caracterizan al capital en la situación actual.


Interregno


La resolución del alto del fuego que votó la ONU recién pudo ver la luz cuando Israel la necesitaba para salir de una impasse mortal. La primera versión que ordenaba el desarme de Hezbollah por medio de una fuerza armada de la Otan, no salió de las conversaciones privadas; simplemente la Otan está agotada para esta función. El gobierno del Líbano rechazó luego otras pretensiones. El documento final establece la ocupación militar del sur de Líbano, lo que implicaría establecer una especie de protectorado militar; delata las intenciones del imperialismo y su programa. Pero se trata de un compromiso entre las fuerzas en disputa y de cara a la realidad, pues establece un compromiso, no solamente en los hechos sino hasta en el lenguaje, ya que la fuerza de la ONU carece de mandato oficial y de capacidad política o militar para desarmar a Hezbollah. La guerrilla seguirá siendo la fuerza dominante en el sur del país. Los tres mil italianos y los seis mil franceses que se insinúan para la misión no lograrán lo que no logró el sionismo; es más seguro que su actuación será un factor de crisis políticas para sus gobiernos en sus propios países. Por primera vez, las fronteras de Israel serán protegidas, nominalmente, por fuerzas extranjeras. La operación de rescate al ejército israelí es un golpe al ejército israelí.


La ONU no condena la agresión israelí, a pesar de que admite sinuosamente, en sus primeros parágrafos, que la captura de soldados por parte de Hezbollah es legalmente un incidente fronterizo, no un acto de guerra. No condena los crímenes de guerra cometidos contra una población indefensa. Con esta resolución, la ONU se saca la última máscara de su condición de ‘guardián del derecho internacional’. El orden mundial sigue gobernado por la explotación, la arbitrariedad y la violencia.


El compromiso establecido es inestable y puede ser considerado un interregno, pero no solamente entre guerras sino entre sublevaciones. El peligro inmediato para la lucha popular vendría de las presiones y negociaciones para acercar a Siria y a Irán a un acuerdo con el imperialismo. La resolución de la ONU da a entender que las Granjas de Cheeba, en poder de Israel, deberían volver a Líbano; en los mismos términos podría buscarse un acuerdo con Siria por otra zona de fronteras — los Altos del Golán. Estos acuerdos se harían a expensas del pueblo palestino. Existe de hecho y desde largo tiempo un frente único mundial contra las reivindicaciones nacionales palestinas entre los principales Estados, no importa que sean ‘amigos’ o ‘enemigos’.


Palestina


La cuestión es Palestina. La derrota político-militar de Israel abre una veta que solamente puede ser ensanchada poniendo en el centro las reivindicaciones palestinas. Primero, el retiro militar sionista de Gaza y Cisjordania, el desmantelamiento de las colonias en estos territorios, el derribamiento del Muro y la recuperación de las tierras usurpadas, la libertad de los diez mil presos políticos y del gobierno de Hamas, la indemnización por los crímenes y destrucciones de la ocupación, el libre tránsito entre las regiones y el control de sus aduanas. Para imponer estas reivindicaciones serán necesarias huelgas generales y manifestaciones, no sólo en los Territorios sino en común con los trabajadores árabes de las demás naciones; lograr la unidad de las masas árabes por entre todas las confesiones y el laicismo. Una lucha de este alcance pondrá realmente en la agenda la reorganización de Medio Oriente sobre nuevas bases sociales y políticas. Este marco permitirá realizar la consigna histórica del pueblo palestino, el derecho al retorno a las tierras de las que fueron expulsados, desde 1948 y antes, y la construcción de una República Palestina única, laica y socialista, o sea, poner fin a esa plaza política del imperialismo mundial que es el Estado sionista.