Libia después de la muerte de Gaddafi

Una rebelión copada por el imperialismo

El jueves 20 de octubre, poco más de un mes después de la caída de Trípoli, fue capturado y ejecutado Muammar Gaddafi, el ex dictador libio que se encontraba refugiado en la ciudad costera de Sirte, último reducto de las fuerzas leales al viejo régimen. La captura se produjo cuando se derrumbó la resistencia de los gaddafistas, luego de semanas de asedio terrestre por parte de las fuerzas rebeldes y bombardeos aéreos nocturnos permanentes de la Otan, que según algunas informaciones habrían dejado más de tres mil muertos en una ciudad de 100 mil habitantes (El País, 27/9) -organismos humanitarios denunciaron la aparición de más de medio centenar de cuerpos de leales a Gaddafi asesinados en un hotel de la ciudad, con las manos atadas a la espalda (Financial Times, 25/10).

Según diversas fuentes, Gaddafi intentaba escapar de Sirte junto con una comitiva en una serie de vehículos que fueron atacados por aviones de la Otan, y luego capturado por los milicianos rebeldes, que lo detuvieron cuando intentaba refugiarse en una cañería al costado de la ruta. Los videos caseros tomados en el momento muestran que Gaddafi fue capturado con vida, pero luego ingresado en un vehículo del cual lo bajaron muerto de un tiro en la cabeza -lo mismo que ocurrió con uno de sus hijos. Hillary Clinton había estado en Libia pocas horas antes, en un viaje sorpresivo, y había llamado a que el ex jefe de Estado fuera “capturado o asesinado” lo más rápido posible (Huffington Post, 19/10).

La ejecución sumaria de Gaddafi, cuando ya había sido detenido, obedece no sólo al temor de que el prisionero se convirtiera en un factor de reagrupamiento de la oposición al nuevo régimen, sino también a las consecuencias imprevisibles que podrían haber tenido las revelaciones del dictador, en un eventual juicio, sobre sus más que estrechos vínculos con las potencias imperialistas que ahora impulsaron su derrocamiento. A ocho meses de iniciado el levantamiento contra Gaddafi en la ciudad de Bengasi, la rebelión ha sido virtualmente copada por las fuerzas imperialistas y sus personeros locales al mando del Consejo Nacional de Transición, actual gobierno interino del país.

Crisis política

Aún luego de la ejecución, el ex dictador se ha convertido en un factor de la crisis política: su cadáver no fue trasladado a Trípoli ni a Bengasi sino a la ciudad de Misrata, controlada por milicias que no responden directamente al Consejo Nacional de Transición, donde fue colocado sobre un colchón en una cámara frigorífica y la población realizó largas filas para ingresar a ver el cuerpo. La crisis se puso en evidencia cuando el entonces primer ministro del CNT no logró establecer un acuerdo con los líderes militares de la ciudad sobre qué hacer con el cuerpo, que continuó en exposición pública varios días -a pesar de que la ley islámica dispone que sea enterrado dentro de las 24 horas posteriores a la muerte. En las últimas horas se informó que el cadáver de Gaddafi y su hijo habían sido enterrados en un “lugar secreto del desierto”.

Las discusiones sobre el lugar del entierro son un reflejo de las profundas contradicciones del campo ‘rebelde’, que prometen profundizarse con la caída del dictador que actuaba como factor de unificación de los distintos grupos opositores. El CNT acaba de anunciar, con respaldo del imperialismo, la ‘liberación de Libia’ y la formación de un nuevo gabinete: la crisis ya se cargó al primer ministro Yibril, que fue desplazado de su puesto y reemplazado en forma interina por el “tecnócrata” Abdurrahim el-Keib. Según el comentarista de El País, “el desgobierno, la incapacidad palmaria para someter a las anárquicas brigadas de alguna ciudad libia, las pugnas territoriales, la división entre liberales e islamistas y el vacío político marcan el nacimiento de la nueva Libia” (25/10).

En este cuadro, la dirigencia del CNT ha acelerado un giro derechista y pro imperialista: el presidente Abdul Jalil reafirmó que la sharia o ley islámica será “el fundamento constitucional de la nueva Libia”, al tiempo que restableció disposiciones que atacan los derechos de las mujeres y reclamó una mayor intervención del imperialismo para reforzar su posición y asegurar la ‘reconstrucción’ del país. En un editorial, el Washington Post destaca que “los líderes libios pretenden un rol más activo de los Estados Unidos” y exigen al gobierno de Obama una respuesta positiva: “La estabilización de Libia bajo un gobierno democrático podría ayudar a inclinar la marea de cambio en el Medio Oriente en favor de aquellos que defienden la libertad” (20/10).

Reparto imperialista y desarme de las milicias

Aunque según un informe del grupo Barclays a sus clientes “la muerte del depuesto líder libio se verá como un desarrollo positivo para la seguridad de Libia y las perspectivas de producción (petrolera)”, lo cierto es que el precio del barril apenas se redujo y fuentes financieras aseguraron que “la muerte de Gaddafi cambia muy poco las dinámicas subyacentes del escenario petrolero”, esto porque aún no están dadas las garantías de ‘orden’ al interior del país.

Está en curso, en cualquier caso, una virtual carrera entre las empresas de las diferentes potencias imperialistas, para quedarse con la mejor parte del nuevo reparto de Libia. Ya una semana antes de la muerte de Gaddafi, una delegación de ochenta empresas francesas se reunió en Trípoli con el gobierno interino, mientras que el nuevo ministro de Defensa británico reclamó a las compañías de su país “hacer las maletas y viajar a Libia” cuanto antes. Según The New York Times, una compañía británica, Trango Special Projects, está ofreciendo viajes a Trípoli para “hacer negocios en Libia”, garantizando el transporte y el alojamiento con el respaldo “de nuestro discreto equipo de seguridad combinado libio y británico” (28/10). Según el cronista de El País, “se da por hecho que las empresas de los países más afines al régimen de Muamar el Gaddafi, sobre todo Rusia, China y Brasil, no tendrán cabida en la nueva Libia” (El País, 20/10).

La restauración del “orden” reclamada por el imperialismo exige, en primer término, el desarme de la población y la reorganización de un ejército centralizado. No parece tarea sencilla: “El CNT es sólo una de varias fuerzas políticas en el país: desde que las fuerzas rebeldes entraron en Trípoli el 21 de agosto, ha habido un incremento sostenido de grupos armados en zonas como Misrata, Zentan, Trípoli e incluso el este que cuestionan la autoridad de los dirigentes del CNT” (Stratfor, 21/10). En los últimos días circularon noticias de bandas armadas que buscan ‘recuperar’, por propia mano, el control de propiedades que habían sido expropiadas en los años setenta por el gobierno de Gaddafi, a través de disposiciones que establecían que los locatarios de un inmueble podían convertirse en sus propietarios.

Si bien la Otan dio formalmente por terminada la “zona de exclusión aérea” el 31 de octubre, la intervención imperialista, promovida por el CNT, implica la presencia en el terreno de fuerzas militares extranjeras: en los últimos días, dirigentes libios le plantearon a senadores norteamericanos que visitaban el país que estaban dispuestos a pagar por misiones de entrenamiento militar norteamericanas para sus fuerzas de seguridad. Desde hace algunas semanas, Estados Unidos está enviando antiguo personal militar y contratistas para ‘recuperar’, sigilosamente, armamento pesado que ha desaparecido de los arsenales de Gaddafi y cuyo paradero se desconoce (Washington Post, 13/10). La explicación oficial es que se busca evitar que ese armamento caiga en manos del ‘terrorismo’, pero lo cierto es que la preocupación principal es la situación interna de Libia.

Según divulgó hace pocos días la agencia France Presse, cientos de soldados de Qatar participaron en las operaciones militares en el terreno junto a los rebeldes libios; el jefe del Estado Mayor de ese país dijo que una vez concluida la misión de la Otan, “su país va a liderar una coalición que supervisará el entrenamiento de las fuerzas armadas, la recogida de armas, y la integración de los rebeldes en las instituciones militares” (El País, 27/10).