Libia: guerra civil, desintegración estatal, amenaza de la Otan

A diferencia de lo ocurrido en Túnez y Egipto, o en Yemen y Bahrein, la crisis revolucionaria en Libia ha asumido de entrada el carácter de un enfrentamiento armado entre coaliciones políticas más o menos definidas. La naturaleza proimperialista del oficialismo es incuestionable, ya que desde 2000 ha entregado la riqueza petrolera a los pulpos internacionales y porque ha invertido, él mismo, los ahorros nacionales en corporaciones extranjeras que cotizan en las principales Bolsas. El régimen ha progresado del nacionalismo militar de los ’70 a un régimen entreguista, que también está gobernado por una autocracia familiar. No es casual, por esto, que se hubiera pronunciado de entrada contra las revoluciones en curso en el mundo árabe y ni siquiera que haya desatado una represión feroz, incluido el ametrallamiento de las manifestaciones populares desde el aire. De otro lado, sin embargo, el gobierno de Obama le ha dado un apoyo abierto a la coalición que lidera la rebelión, a medida que se hizo manifiesto el fracaso de la represión brutal del oficialismo. Es evidente que si prospera el copamiento de la coalición de fuerzas rebeldes por parte del imperialismo, éste podría ganar un punto de apoyo para sostener el continuismo de los regímenes políticos en los países árabes, en los cuales la rebelión popular ha derrocado a los gobiernos instalados o donde está a punto de lograrlo. La denuncia del régimen contrarrevolucionario de Gaddafi debe ir acompañada, por estas razones, de una caracterización adecuada de la oposición, de la delimitación política correspondiente y de la denuncia de los lazos que ha tejido o pueda tejer con el imperialismo. La rebelión que comenzó de una forma “pacífica” en Túnez y Egipto asume, en Libia, las características de una guerra civil; y el régimen existente, por otro lado, sufre deserciones de funcionarios militares y civiles relevantes.

“La ira”

La rebelión libia comenzó con la convocatoria de un “día de la ira” contra el régimen. Estuvo precedida por la movilización de los familiares de los presos políticos del régimen, la cual fue brutalmente reprimida. La represión de Gaddafi se cobró más de 300 muertos en las primeras 72 horas de movilizaciones y atizó la rebelión, que soportó los bombardeos y una represión indiscriminada con armas de guerra.

En Benghazi, según El País, el 23 de febrero los manifestantes habían tomado armas y tanques del ejército. Paralelamente, brigadas enteras de soldados comenzaron a pasarse a la rebelión que comenzó a progresar en el este del país. Los imanes islámicos llamaron al ejército a “no tirar contra sus hermanos” (El País, 20/2). La dirigencia del principal clan libio -Werfella, que había sostenido al régimen- abandonó a su suerte a Gaddafi, mientras una serie de ministros del gobierno se pasaban a la oposición.

El triunfo de la insurrección en toda la zona este del país derivó en la formación de consejos populares en las ciudades. Estos comités populares -integrados por sectores intelectuales y parte de la dirigencia tradicional de los clanes e, incluso, por ex funcionarios del régimen pasados a la oposición- se sostienen y han desarrollado milicias populares que contienen la acción de las tropas del gobierno. El carácter del nuevo gobierno provisional es el centro de la lucha política al interior de la oposición.

La insurrección ha provocado la paralización de un tercio de la producción petrolera del país. Las acciones de las petroleras que actúan en Libia han caído en todos los casos. Por ejemplo, ENI, 5,4% en una semana; Repsol, 4,19%. La rebelión también ha colocado en crisis al conjunto de la inversión extranjera, fundamentalmente la europea, en la construcción civil, infraestructura y turismo. Se ha producido una disparada de los precios del petróleo.

Frente a este cuadro general, el imperialismo le ha soltado la mano a Gaddafi. La represión del régimen se ha transformado en una traba para cualquier salida de recambio, incluso se vislumbra la posibilidad de una división formal del país -como por ejemplo acaba de decidirlo un referendo en Sudán, al sur de Libia. Hillary Clinton anunció que podría enviar “apoyo armado” a la oposición en Libia -incluso establecer una cuarentena del espacio aéreo, lo que equivale a una amenaza de derribar los aviones de Gaddafi. Los opositores han iniciado negociaciones con los gobiernos imperialistas. El Consejo de Seguridad de la ONU ha votado la entrega de ayuda alimentaria a cualquier costo, lo cual podría transformarse en una intervención militar. Obama ha puesto a la V Flota en las cercanías de Libia. En los ’80, Ronald Reagan no vaciló en someter a Libia a un bombardeo implacable.

Chávez, Fidel, Ortega, los K y el panarabismo

Los gobiernos del Alba han respondido a la crisis con un apoyo completo a Gaddafi, más allá de la advertencia contra “una intervención de la Otan”. Sin embargo, la única posibilidad de una movilización popular contra la intervención está condicionada al repudio político a Gaddafi, cuyo régimen es repudiado por las masas revolucionarias de los países árabes. Estas masas son las únicas que podrían impedir esa intervención, pero el imperialismo especula, precisamente, con que la represión criminal de Gaddafi pueda disimular esa intervención con argumentos humanitarios o con planteos democratizantes. El apoyo del Alba a Gaddafi fortalece la campaña del gobierno de Obama, que presenta a esos gobiernos como la versión latinoamericana del egipcio Mubarak, el libio Gaddafi o el tunecino Ben Alí. Los K de Argentina no dieron ningún apoyo a la revolución árabe y, en el caso de Libia, su cancillería se ha limitado a “lamentar” la violencia. Ocurre que los países del Alba, por razones opuestas a las del imperialismo, han apoyado sistemáticamente a Gaddafi, en el marco de la coalición internacional de los llamados “países no alineados”. Este bloque, que nació como expresión del nacionalismo burgués popular en 1955, se fue convirtiendo en una colección de gobiernos reaccionarios y proimperialistas. La posición de los K de América Latina sobre los acontecimientos en el Medio Oriente y el norte de Africa es completamente reaccionaria.

La guerra civil potencial en Libia es una nueva refutación de la tesis que ve en estos procesos revolucionarios un renacimiento del panarabismo, es decir la unidad política de los estados árabes. No hay sombra de duda de que la revolución en los países árabes ha provocado un renacimiento del orgullo nacional y del arabismo, pero su contenido político es en esencia la ruptura de la “unidad nacional” árabe entre los explotados, de un lado, y los regímenes feudal-capitalistas, burgueses y pequeño burgueses reaccionarios, del otro. En la historia de la lucha de clases de las naciones o pseudo-naciones árabes, la crisis actual representa, más que su momento ‘nacional’, su momento ‘social’. La independencia nacional y la unidad política del mundo árabe solamente son posibles no por medio del panarabismo, sino de la revolución socialista.