¿Llegó la hora de Brasil?

La pregunta está en la tapa de la prensa mundial. Hace dos semanas el JP Morgan, el Citi, el Bank of América y el alemán Dresdner KW “recomendaron a sus clientes internacionales que se saquen de encima una buena cantidad de bonos de la deuda brasileña, de modo de no correr más riesgos (…) ya no se puede confiar en el futuro brasileño” (Clarín, 22/4). El anuncio de que la Reserva Federal norteamericana aumentará la tasa de interés “agudizó la fuga de capitales y los mercados (de los países endeudados) pasaron, en cuestión de días, del paraíso al infierno, sin escala en el purgatorio” (ídem).


Cuando, en 1994, un fenómeno similar produjo el colapso de México, el presidente Clinton tuvo que recurrir a medidas excepcionales (que significaron el desembolso de 50 mil millones de dólares) para rescatar los bancos de la quiebra. Pero entonces las finanzas norteamericanas no tenían el descomunal déficit que tienen ahora y la economía de ese país experimentaba un “boom” especulativo que se vino abajo al final de la década pasada.


Ahora sería necesario un paquete de salvataje negociado con el imperialismo europeo; algo que ya estaría discutiéndose. Brasil, entonces, puede ser la “punta del iceberg” de un quebranto financiero de alcance mundial.