Los pulpos petroleros detrás de las masacres en Chechenia

Cientos de mortíferos misiles Grad, artillería pesada, aviación de combate y otras armas de exterminio masivo fueron utilizados por el ejército ruso para conquistar la aldea de Piervomaiskaia (en la frontera entre Chechenia y la república de Daguestán, en el Caucaso), ocupada por  las milicias separatistas chechenas. En la ‘operación’ fueron masacrados un número indeterminado de civiles; para justificar el baño de sangre de la población civil, “el ministro de Interior ruso, Anatoli Kulinov, llegó al punto de afirmar que decenas de rehenes eran en realidad guerrilleros o ‘cómplices’ de los chechenos, incluidas varias mujeres que –según la versión oficial– rechazaron la liberación ofrecida (por los chechenos) porque no querían abandonar a sus maridos” (Clarín, 21/1). La salvaje carnicería rusa contra la población civil no rusa de la república de Daguestán (mayoritariamente caucasiana) “abrió un abismo entre los rusos y las poblaciones musulmanas del Caucaso”, mucho más allá de Chechenia (Página/12, 17/1).


La ocupación de Piervomaiskaia —a la que hay que agregar la toma de un barco turco que se dirigía a Rusia  en el vecino Mar Negro y el secuestro de una treintena de técnicos rusos en Grozny, la capital chechena— muestran que la resistencia independentista está muy lejos del aniquilamiento anunciado por Yeltsin. Al contrario, la “operación de diez horas” con que Moscú prometió aplastar la independencia chechena ya entró en su segundo año, a pesar de haber causado más de 30.000 muertes (la mayoría entre la población civil).


El movimiento de resistencia es masivo. En las principales ciudades (Financial Times, 12/12) contra las ‘elecciones’ a la ‘presidencia de la república chechena’ que organizó el gobierno de Moscú en consonancia con las elecciones parlamentarias rusas, 10.000 personas desfilaron por las calles de la destruida Grozny –y ante la mirada de las tropas de ocupación– con dos consignas centrales: ‘fuera las tropas rusas’ y ‘anulación de las elecciones’. El boicot de los chechenos fue contundente: “sólo votaron los soldados rusos” (Le Monde, 18/12).


El salvajismo de la represión no tiene límites. A fines de diciembre, un comando checheno ocupó por tres días la segunda ciudad del país, Goudermes. Cuando los milicianos se retiraron, el ejército ruso cercó la ciudad —para impedir el escape de la población— y la sometió a una semana de un bombardeo “punitorio” brutal en el que fueron asesinados más de 300 civiles. Ni una palabra de condena se escuchó en las cancillerías occidentales contra esta masacre.


En esta guerra contra los chechenos “el FMI paga, sin condiciones políticas” (Le Monde, 29/12). Es que Chechenia es una pieza clave para el éxito del ‘negocio petrolero del siglo’, la exportación del petróleo de Azrbaiján a Occidente. El aplastamiento del reclamo nacional checheno es “tanto más necesario” para Yeltsin “cuanto Rusia deberá firmar el 29 de enero un acuerdo con el consorcio petrolero del Caspio (integrado por capitales ingleses y estadounidenses) sobre el tránsito del oro negro a través de Chechenia” (ídem).


El diario Novedades de Moscú denunció que la “vía de fuerza en Chechenia… es una de las primeras etapas de múltiples movimientos cuyo fin último es reunir las condiciones para anular las elecciones prsidenciales (de junio de 1996)”. Para el Financial Times (31/10), “Occidente podría aceptar una ‘pausa’ en el desarrollo democrático de Rusia” (la suspensión de las elecciones presidenciales)  y “un régimen autoritario… si el elegido para encabezarlo es (el actual primer ministro) Chernomyrdin”… justamente, el representante de los intereses de los pulpos petroleros y gasíferos privatizados en el gobierno de Yeltsin.


La masacre del pueblo checheno sería, entonces, la antesala del golpe yeltsiniano en Rusia.