Los yanquis asesinan a un muerto

La operación para asesinar a Osama Bin Laden pone de manifiesto varias facetas. La primera de ellas es el derecho que se arroga el imperialismo para ejecutar a sus opositores fuera de su territorio y de cualquier norma de derecho, así como la absolución que dictó en beneficio del agente de la CIA, el gusano Posadas Carriles, que hizo explotar un avión de la Cubana y ocasionó la muerte de 165 inocentes. Parafraseando a Teddy Roosevelt, los yanquis liquidan a los hijos de puta y protegen a sus propios hijos de puta.

La ejecución de Osama ha sido presentada poco menos que como una hazaña, cuando el hombre fue agarrado desarmado y carente de cualquier cordón de seguridad y de defensa. Ha sido descripta como el final del terrorismo y una expresión de la supremacía de Estados Unidos cuando se trata de proteger al género humano. En realidad, ningún terrorista ha derrotado en la historia a ningún Estado: han sido las masas las que han tomado en sus manos el cambio de la historia. Es precisamente esta constatación la que permite asegurar que los yanquis han cumplimentado un acto virtual, porque el motor de la historia en el mundo árabe nunca ha sido el terrorismo y ahora menos que nunca, cuando el mundo árabe se encuentra sacudido por revoluciones en cadena que involucran a centenares de millones de personas. Obama se jacta de haber derrotado a un enemigo que está alojado en su imaginación, en el mismo momento en que se potencia como nunca el verdadero enemigo del imperialismo: las masas árabes. La liquidación de Osama no tiene la jerarquía siquiera de un premio consuelo.

Un legislador norteamericano resumió bastante bien la situación: ahora que matamos a Osama, dijo, cantemos victoria y retirémonos de Afganistán. En efecto, varios analistas interpretan que el traslado del comandante yanqui en ese país, David Petraeus, a la dirección de la CIA es un paso hacia ese retiro. Al final, Bin Laden no fue pescado en el territorio enemigo de los talibanes, sino en el aliado de Pakistán, donde Osama se encontraba escondido desde 2005. Karzai, el presidente de Afganistán, se lo había advertido hace tiempo al director de Newsweek, F. Zacaria, según éste “al oído”. Hace tiempo que todo el mundo sabe que los yanquis peleaban en el país equivocado por la imposibilidad de hacerlo allí donde se cocina el terrorismo, desde que ellos mismos armaron a los Osama para la guerra contra los rusos en Afganistán. Estados Unidos no ha invadido nunca ningún lugar por consideraciones relativas al terrorismo, sino para apropiarse de sus riquezas y, en el caso afgano, para dominar a las naciones musulmanas de la ex URSS.

Según los medios, los yanquis llegaron a Osama a fuerza de ‘interrogatorios’ del tipo de los que usaban Videla-Galtieri en Argentina. Estados Unidos se ha convertido en un Estado de torturas sin la necesidad de una dictadura militar. Guantámano es el vaciadero de basura de la democracia y del estado de derecho de Estados Unidos. La Corte Suprema de Estados Unidos ha declarado a este sistema -que viola el derecho a la defensa en juicio y establece la supremacía del código militar sobre el civil- conforme a derecho en tanto cuente con el voto del Congreso. Esta sentencia judicial es sencillamente maravillosa: hasta ahora, el liberalismo aceptaba a la democracia dentro de los límites de la garantías personales (el derecho de propiedad). Ahora, se resigna a dejar en pie solamente aquellas garantías que cuenten con el aval del poder legislativo. Obama había prometido superar esta ‘anomalía’, pero sólo la ha profundizado. La devaluación política del estado de derecho corre paralela a la devaluación del dólar -ambas son la expresión de la declinación imparable del capitalismo mundial.

Las tropas especiales de Estados Unidos han tirado el cadáver de Osama al mar, porque no pueden hacer lo mismo con la revolución árabe -que se encargará de echar al mar al imperialismo.