Los yanquis se quedan con el ex Zaire

Después de treinta y dos años de sangrienta dictadura, fue derribado el tirano más antiguo del Africa. Ante el avance de la Alianza de Fuerzas Democráticas por la Liberación de Congo-Zaire (AFDLCZ), el ejército zaireño huye en desbandada; sus jefes negociaron por separado el ‘ingreso ordenado’ de las tropas de la alianza a la ciudad, a cambio de salvoconductos para abandonar el país e, incluso, de promesas de que “jugarían un rol en el nuevo ejército después de la guerra” (The Guardian Weekly, 18/5).


El régimen de Mobutu estaba podrido hasta los tuétanos. La corrupción de las camarillas gobernantes era monumental y el retroceso económico del país era simplemente fantástico: en el curso de la última década su producto bruto se redujo a la mitad y la producción de cobre, uno de sus principales rubros de exportación, cayó de 400.000 a 30.000 toneladas anuales.


No fue ésta la primera rebelión que tuvo que enfrentar Mobutu; la gran diferencia en esta ocasión radicó en que Estados Unidos no corrió en su socorro.


Sólo Francia, que armó y entrenó al ejército zaireño y a las milicias hutus de la vecina Ruanda, defendió a Mobutu hasta el final. Reclamó una intervención internacional para frenar el avance de la Alianza rebelde; organizó el reclutamiento de mercenarios serbios y movilizó a sus títeres africanos (Chad, Gabón, Congo, Guinea Ecuatorial, República Centroafricana); Francia, por esto, chocó violentamente con los Estados Unidos. Clinton vetó la intervención internacional. Mercenarios norteamericanos, sin embargo, organizados por ‘agencias privadas’ que habitualmente realizan ‘trabajos encubiertos’ para el gobierno, combatieron junto a los rebeldes. Estados Unidos ha desarrollado un operativo de copamiento del centro de Africa, que comenzó con la llegada al poder de Robert Museveni (en Uganda) y Paul Kagame (en Ruanda), reputados como “estrechos aliados” de los norteamericanos. Así, “el convencimiento de que la única superpotencia que queda en el mundo había tomado en sus manos a la AFDL-CZ de Kabila es la causa de la extraordinaria resignación con la que el país espera (el) colapso (de Mobutu)”, escribía un corresponsal del Financial Times (10/3), ya bastante antes de su caída. Junto a Kabila, lucharon tropas de Ruanda, Uganda, Burundi, Tanzania y Angola, todas ellas gobernadas por gobiernos‘pro-norteamericanos’. Del lado de Mobutu lucharon los opositores a los gobiernos de Ruanda y Angola. La caída de Mobutu está provocando violentos ‘cruces’ y choques en el seno de la ya dividida coalición gubernamental francesa.


El ex Zaire, ahora República Democrática del Congo, es el escenario de una violentísima disputa interimperialista, que está muy lejos de haber terminado, por el monopolio de los riquísimos recursos minerales del Zaire (diamantes, oro, plata, cobre, zinc, cobalto, uranio).


Durante la dictadura de Mobutu, el pulpo sudafricano-belga De Beers había obtenido un contrato monopólico para la compra de la producción de diamantes de la empresa estatal. Este cártel internacional ha sufrido varios ‘agujeros’ con la aparición de vendedores‘independientes’ rusos, norteamericanos y australianos. Aun antes de su llegada al poder, Kabila canceló el monopolio del que gozaba De Beers y le otorgó a su rival, la empresa norteamericana American Mineral Fields (AMF), que apoyó abiertamente la rebelión de Kabila, un contrato por mil millones de dólares para la explotación de un conjunto de yacimientos de cobalto, cobre y zinc que pretendía De Beers. Poco antes de la victoria de Kabila, el vocero de la AMF se alegraba porque “el control rebelde de los principales centros mineros y diamantíferos puede facilitar la privatización de las riquezas minerales del Zaire …” (Financial Times, 21/4). La AMF es originaria de Arkansas, el estado natal de Clinton, y algunos de sus directores ocupan puestos de importancia en el gobierno norteamericano. De la mano del gobierno norteamericano, la AMF se está convirtiendo en “el nuevo gigante de la minería africana” (Le Monde, 23/4).


La carnicería africana es, antes que nada, una expresión mayúscula de la crisis mundial.