Masacre en Waco

El FBI norteamericano, actuando bajo órdenes directas de Clinton, y utilizando tanques de guerra, helicópteros equipados con detectores de “calor humano” (usados en la guerra del Golfo) y gases prohibidos por la Convención sobre Armas Químicas (Washington Post, 22/4), produjo una terrible masacre contra los seguidores del “mesías”  David Koresh atrincherados en un rancho de Waco, estado de Texas: más de 80 muertes, entre ellas las de 21 menores. La utilización de estos armamentos, algo que no fue negado por el FBI —que incluso reconoció la utilización de gas prohíbido—, revela que no se trató en ningún momento de un “intento de desalojo” sino de una matanza fríamente planificada. El incendio intencional que arrasó la finca y desfiguró los cadáveres, sirve para ocultar las pruebas de la responsabilidad del FBI. Todos y cada uno de los pocos que lograron sobrevivir negó terminantemente que los ocupantes hubieran prendido el fuego o que hubieran intentado suicidarse.


El gobierno, Clinton y el FBI acusaron a Koresh y a sus seguidores de “suicidio colectivo”, consecuencia de una “locura mesiánica” y del “fanatismo”. Pero si hay alguien que ha demostrado hasta el hartazgo su “fanatismo” y su “locura” en la utilización de los gigantescos arsenales acumulados —millones de veces más poderosos que los del infeliz de Waco— son las propias camarillas estatales. ¿Quién si no desató el “apocalipsis” de los bombardeos masivos a pablaciones civiles en Vietnam o Irak? Aunque, ciertamente, los Clinton y los Bush no pueden ser acusados de “suicidio” sino de genocidas, en defensa de los privilegios de un puñado de capitalistas. La masacre de Waco, como ayer la de la cárcel de Attica; ese es el verdadero, descarnado y real rostro del Estado yanqui. La “democracia” —la comisión parlamentaria investigadora que se formó horas después– solo sirve para contar los muertos y encubrir a los asesinos.