Medio Oriente, el imperialismo yanqui y la crisis mundial

Las piezas del tablero político en Medio Oriente se han movido con mucha rapidez luego del criminal ataque al convoy de naves con ayuda humanitaria para la población palestina. Ya al día siguiente, el mandamás del gobierno israelí, Benjamín Netanayahu, quien justificó la acción en nombre del bloqueo a Gaza, planteó la posibilidad de “relajarlo”, eliminando la prohibición de todo abastecimiento que no fuera por vía terrestre y con medios de transporte provistos por el sionismo. En el control, insinuó, podrían intervenir las Naciones Unidas. Poco después, un representante de Hamas apoyó una propuesta surgida de la Unión Europea para desplegar observadores de la UE en su frontera y permitir el levantamiento del bloqueo. El canciller del gobierno turco, que había reclamado un castigo internacional por la sangrienta matanza, “tendió la mano a Israel al anunciar que las relaciones pueden volver a normalizarse si se levanta el bloqueo impuesto a Gaza” (El País, 3/6). Finalmente, el gobierno egipcio resolvió por su lado abrir la frontera con Gaza que mantenía cerrada hasta el momento.

Pequeña historia

El bloqueo fue impuesto en 2006 con el propósito de quebrar al gobierno local de Hamas, especulando con la desesperación de un millón y medio de habitantes sometidos a las condiciones de vida de un gigantesco campo de concentración a cielo abierto. Pero fracasó. La brutal invasión posterior, a fines de 2008, con sus centenares de víctimas, tampoco logró su objetivo. La impasse llevó a una división en el seno del mismo gobierno derechista israelí, cuando los “ortodoxos” plantearon superar los problemas de la ocupación mediante una política extrema de “apartheid”, suprimiendo la nacionalidad a la minoría árabe israelí, procediendo a una limpieza étnica en la región, liquidando incluso los compromisos con la dirección palestina títere de los yanquis y sus mentores. El empantanamiento del bloqueo se transformó así en una crisis política de alcance internacional: en marzo pasado, la reanudación unilateral de los asentamientos de colonos en Cisjordania provocó un enfrentamiento con la diplomacia norteamericana.

Una propuesta que se vuelve a agitar en estos días es reformular el gabinete de Netanayahu, desplazando a los partidarios del extremismo ortodoxo e incorporando al partido centrista Kadima, de la ex canciller Tzipi Livni, alineada con la política del gobierno norteamericano.

La iniciativa naufragó por temor a que se desmadrara con la caída, no ya de algunos ministros, sino del propio jefe de gobierno, cuyo partido de la derecha “tradicional” también se encuentra dividido por la presión de sus propios partidarios de la política de “judaizar” Palestina. En este contexto floreció un creciente movimiento de oposición al callejón sin salida de la ocupación, que forma parte del proceso de desintegración más general del régimen sionista. En ese proceso, hay que incluir las denuncias sobre los crímenes del Ejército, las deserciones y la división en la comunidad judía internacional. Como se ve, el reacomodamiento de las piezas del tablero político en Medio Oriente se procesó y procesará en medio de grandes crisis, que, además, superan largamente las fronteras del conflicto regional.

Gran historia

El tablero político militar en Medio Oriente es parte de un ajedrez más amplio. Dado el supuesto carácter unilateral de la aventura emprendida por Netanayahu, la prensa mundial ha insistido en la “pérdida de influencia de los Estados Unidos” en la región. El enfoque, sin embargo, es superficial. Los medios de los yanquis para influir sobre el sionismo son inmensos. Pero Estados Unidos no puede eludir, aun con su influencia sin igual, las consecuencias de una crisis mundial sin precedentes, que golpea la línea de flotación del régimen capitalista más poderoso del planeta. La burguesía norteamericana está obligada a integrar los problemas de Medio Oriente a su propio pantano, que se extiende hacia Irak e Irán y se vincula al hundimiento capitalista, al derrumbe europeo, a la bancarrota no resuelta de su propio capital financiero, al desastre ecológico sin precedentes en el Golfo de México que sacude a la Casa Blanca, a la polarización creada por la cuestión de la inmigración ilegal… y esto apenas para citar las aristas más notorias de la crisis.

El gobierno de Obama es parte de una transición política provocada por esa misma crisis, que acabó por derrumbar a los Netanayahu yanquis y sus aliados (Bush), en los cuales cree encontrar un punto de apoyo la derecha israelí. Aunque los derechistas yanquis aparecen en ascenso en los Estados Unidos, medrando con las dificultades que enfrenta el gobierno de Obama, el imperialismo carece por ahora de alternativa a la política de garrote y compromisos que procura llevar adelante el presidente afronorteamericano. Luego del fracaso de Bush, no serán la réplica de los colonos ortodoxos los que tendrán su hora en la tierra norteamericana.

Aun si la derecha yanqui surge como victoriosa en las elecciones parlamentarias de setiembre próximo, lo más probable es que acabe por dividirse, siguiendo la ruta que muestran los propios sionistas. El llamado establishment yanqui no aceptará seguir el libreto de la desbocada pequeña burguesía nacionalista que añora al KuKuxClan (el ascendente Tea Party), al cual pretende usar eventualmente como elemento de presión en su favor.

En una época de crisis mundial sin parangón, es completamente natural que florezcan los aventureros variopintos y que la confusión reine en la cúpula de la política mundial. Hay que recordar que el mayor colapso capitalista anterior al actual, en la primera mitad del siglo pasado, acabó por quebrar al medio al establishment mundial que pretendía entonces presentarse como un frente común para terminar con la revolución rusa.

Quien quiera orientarse en los meandros del sinuoso conflicto en Palestina deberá tener presente una máxima clintoniana: “no es Medio Oriente, estúpido; es la crisis mundial”.