Milosevic y el imperialismo


El 11 de marzo de 2006, Slobodan Milosevic, ex presidente de Yugoslavia y Serbia, fue encontrado muerto bajo circunstancias “misteriosas” en su celda de La Haya, donde estaba secuestrado por la infame Corte Internacional establecida por el imperialismo y liderada por un verdadero monstruo del “humanitarismo” burgués, la procuradora suiza Carla del Ponte.


 


Hasta el momento, seis prisioneros políticos de la ex Yugoslavia fueron encontrados muertos en las celdas de la Corte Internacional de La Haya, tanto por “suicidio” como por otras misteriosas “razones patológicas”. Sobre Milosevic circularon todo tipo de rumores a pesar del hecho de que la Corte se apresuró a publicar un informe patológico negando un posible caso de asesinato. El mismo Milosevic había denunciado, en enero de 2006, que sus captores le habían dado rifampicin, una droga contra la lepra y la tuberculosis, que neutralizó su medicación contra la hipertensión arterial. En los últimos meses, la Corte rechazó un pedido urgente suyo, apoyado por sus médicos así como también por las autoridades del Estado ruso, de ir a Rusia para realizar un tratamiento adecuado. Los rumores esparcidos desde la oficina de Del Ponte sobre la posibilidad de un suicidio no tienen fundamento: un día antes de su muerte Milosevic habló por teléfono enfatizando que continuaría su lucha hasta el final; pero, aun si hubiera querido cometer suicidio, ¿cómo habría podido encontrar las drogas necesarias en una prisión de máxima seguridad?


 


En Serbia se comparte la convicción, y no sólo entre los partidarios de Milosevic, de que el ex líder serbio fue asesinado. Se había convertido en un problema para una Corte ya desacreditada. En un juicio que se continuó por cinco años, Milosevic montó una defensa legal y política que socavó no sólo la escasa evidencia presentada sino también la operación en su totalidad. Los imperialistas querían estos juicios en La Haya no porque estuvieran preocupados por “castigar los crímenes de guerra yugoslavos”. Al banquillo de los acusados nunca se llevó, por ejemplo, a los oficiales holandeses que dejaron a los bosnios musulmanes de Sbrenica totalmente desprotegidos; y nunca se acusó de criminal de guerra al general William Clarke, al mando de las fuerzas de la Otan en 1999, que lanzaron 35.788 ataques aéreos contra la población civil de 200 ciudades de Serbia y bombardearon escuelas, hospitales, trenes, mercados públicos, etc., con 1,5 millón de bombas, la mitad de ellas de uranio empobrecido.


 


La Corte Internacional fue armada para legitimar, después de la tragedia, las bárbaras acciones del propio imperialismo. Esta legitimación es necesaria para la reconstrucción de las relaciones sociales en los arruinados Balcanes en conformidad con las líneas de los intereses geoestratégicos y económicos del imperialismo.


 


Pero en los últimos años la Corte de La Haya fue completamente deslegitimada por los propios imperialistas estadounidenses, cuando declararon que no aceptarán la autoridad y jurisdicción de ninguna corte internacional que juzgue a ciudadanos y soldados estadounidenses acusados por crímenes de guerra. Después de la guerra de agresión contra Irak y Afganistán, después de Guantánamo y Abu Ghraib, ¿cómo podrían los “humanitarios” en Washington aceptar ser juzgados bajo su propia “ley internacional”?


 


La Corte de Carla del Ponte, desde todo punto de vista, no puede tener más “legitimidad” que la Corte norteamericana con títeres iraquíes establecida en la Bagdad ocupada para juzgar a otro ex aliado de los Estados Unidos, luego demonizado al igual que Milosevic: Saddam Hussein.


 


Desde Milosevic a Hussein, desde La Haya hasta Bagdad, se puede trazar la línea de los crímenes imperialistas que siguieron al final de la Guerra Fría. El desmembramiento de Yugoslavia y la guerra en los Balcanes fue el primer acto de una guerra permanente conducida por el imperialismo para rediseñar el caótico mundo de posguerra como una salida de su crisis y declinación histórica. La Corte Internacional quería institucionalizar una mitología fabricada por el imperialismo: que la tragedia yugoslava fue causada solamente por los llamados odios étnicos atávicos en los Balcanes, por algunos señores de la guerra locales y por carniceros, pero de ninguna manera por alguna interferencia imperialista.


 


Las fuerzas centrífugas que condujeron al ocaso del burocrático “socialismo autoadministrado en un único país balcánico” se extendieron no sólo por los desmanejos burocráticos y la corrupción en un país relativamente atrasado y sobreendeudado, sino por la acción del propio FMI, que hizo abismal la brecha entre las repúblicas yugoslavas más ricas del norte y las más pobres, al sur del Estado federal. Entonces, después del colapso del stalinismo y de la implosión de la Unión Soviética, los imperialistas europeos son los primeros que promueven el desmembramiento de Yugoslavia de acuerdo con el acuerdo sellado en el Tratado de Maastricht de 1991, entre el imperialismo francés y el reunificado imperialismo alemán. El impulso hacia la unión política y financiera de la Europa capitalista, como respuesta al final de la Guerra Fría y a la nueva etapa de rivalidad interimperialista, fue alimentado con la sangre de los pueblos yugoslavos brutalmente divididos en conformidad con líneas étnico-sectarias. En este proceso, los imperialistas encontraron colaboradores voluntarios en las existentes fracciones nacionalistas de una burocracia que quería mantener el poder y unirse al curso de reintegración al mercado capitalista europeo y mundial. La Federación construida por la revolución socialista yugoslava fue destruida por la rivalidad étnica conducida por las élites burocráticas restauracionistas manipuladas por el imperialismo.


 


El mismo Slobodan Milosevic tuvo enormes responsabilidades políticas por la tragedia. Inicialmente, cuando los imperialistas estadounidenses estaban a favor de un “camino centralizado hacia el capitalismo” y sobre estas bases mantener con vida a una Yugoslavia capitalista, Milosevic y sus seguidores nacionalistas serbios tenían el apoyo de los anglosajones para mantener viva a una Yugoslavia como un Estado centralizado bajo la supremacía del nacionalismo serbio. Después del patético fracaso del imperialismo europeo, particularmente después de Bosnia, el imperialismo estadounidense bajo Clinton cambió su línea y promovió el desmembramiento de Yugoslavia. En Bosnia, las fuerzas aéreas de los Estados Unidos y la Otan comenzaron a atacar las posiciones serbias. A pesar de la resistencia inicial, las autoridades serbias capitularon vergonzosamente en el Tratado de Dayton, el cual transformó a Bosnia en un protectorado del imperialismo fragmentado en conformidad con líneas étnicas, en pequeños Estados fantasmas. En una escala mayor, lo mismo sucedió más tarde con Kosovo y las conversaciones de Rambouillet. Pero esta vez, a pesar de las tendencias a la capitulación de Milosevic, los imperialistas estadounidenses y europeos, incluyendo a los social-imperialistas como el mutante stalinista D’Alema en Italia o el ex izquierdista “verde” Yoschka Fischer en Alemania, cambiaron hacia su propia “solución final al problema yugoslavo”: lanzaron la agresión de la Otan de 1999, que destruyó los restos de Yugoslavia, con la ayuda de la Rusia de Yeltsin. Era, entonces, una cuestión de tiempo tener el primer derrocamiento “naranja”, el de Milosevic por parte de fuerzas financiadas por el imperialismo, incluyendo las mismas ONGs que más tarde fueron activas en Georgia y Ucrania, y el establecimiento de un régimen títere, 100% proimperialista, en Belgrado. Fue este régimen el que, siguiendo órdenes de los imperialistas estadounidenses y europeos, entregó a Milosevic a la Corte de Carla del Ponte en La Haya y, finalmente, a la muerte.


 


La muerte de Slobodan Milosevic, que fue considerado por el representante diplomático estadounidense Richard Holbrook en 1995 como “un líder iluminado” y luego, en 1999, como el “carnicero de los Balcanes”, es mucho más que el epílogo de una tragedia o el eco de un pasado ahora distante. Es, más bien, el preludio de la tormenta. Las noticias no pueden sino agitar los traumatizados sentimientos nacionales del pueblo serbio; llegaron en la víspera de un referéndum planeado para destruir los últimos lazos entre Serbia y Montenegro, así como también justo antes de la preanunciada, por los mismos imperialistas, “independencia” de Kosovo — una “independencia” que lejos de establecer el derecho a la autodeterminación de la población albana, tratará de eternizar el status actual de Kosovo como un protectorado nacionalmente impotente y como un bastión estratégico del imperialismo en la región.


 


Nuevas nubes se ciernen en los ya devastados Balcanes. Pero esta vez, las condiciones han cambiado. Las poblaciones locales socialmente disminuidas, que aún se esfuerzan por encontrar los medios más elementales para la supervivencia, se concentran cada vez más en los problemas sociales y menos en las declaraciones de los demagogos nacionalistas. A pesar del agotamiento de energía social que sigue a una década de masacres y guerras, emergen los primeros signos de reanimación, como por ejemplo, la ola de huelgas obreras y las ocupaciones de fábricas que conoció Serbia recientemente. La necesidad de reorganizar al proletariado y a las fuerzas populares con una perspectiva socialista e internacionalista, enfrenta importantes obstáculos pero también nuevos impulsos. Esta es la tarea que el Centro Socialista Balcánico “Christian Rakovsky” lucha por realizar.