Nacionalizaciones en Rusia

La crisis de agosto pasado puso de manifiesto la enorme precariedad del proceso económico ruso. La ‘nueva clase’ que se apoderó de las empresas estatales, y principalmente de los bancos, quedó súbitamente en cesación de pagos frente al capital internacional cuando el Estado anunció que no podía seguir pagando la deuda pública. A partir de ese momento, los acreedores internacionales advirtieron que iniciarían acciones legales para quedarse con los activos que la ‘nueva clase’ tiene en el extranjero. Los funcionarios ‘neo-liberales’ fueron destituidos del gobierno y su lugar lo ha ocupado un nuevo sector, de características intervencionistas, donde también revista el partido comunista.


Los intervencionistas anunciaron de entrada que procederían a realizar nacionalizaciones para salir de la bancarrota, algo que en circunstancias semejantes ocurre en cualquier país capitalista y acaba de ocurrir precisamente en Japón. En Rusia, sin embargo, el impacto es más duro porque afecta a una clase capitalista no largamente consolidada, si no en fase muy incipiente de formación. El nuevo gobierno de Primakov recuperó para el Estado a los bancos que quebraron y también a diversas empresas. Por ejemplo, informa Lutte Ouvrière (8/1), la fábrica más grande de chocolates y golosinas de San Petersburgo fue tomada por su homóloga de Moscú que fuera nacionalizada al pulpo suizo Suchard. Pero también ocurrieron nacionalizaciones imprevistas, para hacer frente a la parálisis económica, como las explotaciones forestales en Carelia, varias empresas en Siberia y los Urales, la empresa de Cronstadt, etc. El caso más importante, por razones evidentes, ha sido la nacionalización de la empresa de pasta de celulosa TsBK de la ciudad de Sivietski, cerca de la frontera con Finlandia, ejecutada directamente por sus trabajadores. A partir de febrero del ‘98 los representantes de la sociedad Nicomor Investments Ltd., que la había adquirido por 32 millones de dólares, fueron expulsados por los obreros, quienes ocuparon la empresa alarmados por los rumores de que habría despidos masivos. La fábrica se encuentra custodiada por una guardia designada por el comité de huelga. Ante el hecho consumado, los diputados de la Duma están elaborando alternativas para nacionalizar legalmente la empresa, lo que supone indemnizar a sus anteriores dueños.


El derrumbe del proceso restauracionista (claro que de ningún modo se puede hablar de su reversión o superación) no se circuncribe a las fronteras rusas. En la república de Kazakhastán, la Corte Suprema decidió confiscar al pulpo Transworld Group, que se especializa en el negocio de metales y materias primas. En este caso, se trata de una acción que apunta a terminar con un conflicto con el socio local de ese pulpo, el Chodiev Group. El Financial Times (13/2), al informar del fallo judicial, dice que se trata de “la última de una larga serie de disputas por la propiedad entre los inversores internacionales, de un lado, y entre sus socios y el gobierno kazhak”. La Corte también transfirió, al grupo capitalista local, las inversiones de Transworld en plantas de energía, hierro, aluminio y cromo. En estas plantas, el gobierno kazhako conserva el control con el 40% de la tenencia de acciones. El grupo local se mantiene en pie gracias a los subsidios del Estado. Aunque nada de esto desmiente, sino que confirma el proceso de restauración capitalista, resulta claro que, luego de una década, la formación de una burguesía local y de un mercado nacional y la asociación con el capital internacional se encuentran en ruinas. Consecuentemente, durante el fin de semana del 13-14 de febrero último, se encontraba reunido el Consejo de Política Exterior y de Defensa del gobierno ruso, para discutir el pedido de renuncia voluntaria de Yeltsin y la convocatoria a elecciones para consagrar a Primakov, probablemente con el apoyo del partido comunista.


Se podría suponer que algo completamente diferente ocurre en la ex Alemania oriental, donde la restauración de la dominación capitalista estuvo precedida por su anexión estatal a la Alemania del oeste. La Alemania unida parecía cumplir todas las condiciones para una restauración exitosa, no solamente de las mejores. Sin embargo, la desocupación en la región este, del 20%, supera holgadamente a la del oeste, que es de un 11%. Pero el desempleo oriental no computa a los 300.000 trabajadores que se encuentran en entrenamiento laboral, lo que hace subir la desocupación al 28%, ni tampoco la emigración del millón y medio de personas, un diez por ciento de la población oriental, lo que hubiera agregado otros veinte puntos al índice, o sea al 48% de la población activa. Luego de una década de anexión capitalista por parte de una de las primeras potencias del globo, las fuerzas productivas en el este del país se encuentran simplemente aniquiladas.


Es instructivo, con relación a todo esto, lo ocurrido con la región que tiene por centro a la ciudad de Dresde, a la que los apóstoles del capitalismo habían prometido convertirla en el ‘Silicon Valley’ del Elba, en alusión al distrito norteamericano que reúne a las industria de punta. “Pero tales esperanzas pueden no sobrevivir, dice el Financial Times (11/2), sea a la prolongada debilidad de los precios de los semiconductores, sea a la decisión de Siemens de transferir la cotización de sus negocios de semiconductores al mercado de valores”. En realidad, los 2.700 obreros de Siemens temen el cierre de la planta, como ocurriera con la que Siemens instaló e inmediatamente cerró en Inglaterra. Es decir que la crisis capitalista mundial es un factor de primer orden en la explicación del fracaso histórico del capitalismo para proceder con éxito a una restauración capitalista.


El nivel de vida en Alemania oriental es del 57% del que prevalece en el oeste, lo cual significa que no se ha consumado la pretensión de la burocracia sindical de que la anexión uniría al movimiento obrero del país y elevaría a los trabajadores del este a las conquistas obtenidas en el oeste. Agrava esta división el hecho de que, en la práctica, no rige en el este el convenio laboral por industria que está vigente legalmente en Alemania. La restauración capitalista no ha resuelto las aspiraciones sociales de la clase obrera; y no solamente ha agravado esa situación sino que también ha provocado un retroceso para los obreros del oeste, que deben admitir la competencia de sus iguales peor pagos de la parte oriental.


En todos lados, la restauración capitalista ha instaurado una economía de saqueo. Una reciente declaración de los tribunales rusos calcula en cerca de 20.000 millones de dólares la fuga de recursos nacionales a través de contratos de venta al exterior; un informe más reciente del Banco Central estima en 50.000 millones de dólares un fondo clandestino depositado por la institución en un paraíso fiscal ubicado en las costas de Gran Bretaña. En el caso de Alemania, se ha estimado en 300.000 millones de dólares la deuda pública que hubo que contraer para financiar la adquisición de empresas en el este; el Financial Times afirma que la recesión en la industria de la construcción en el este ha significado reducir a la nada la “vasta financiación” que recibiera para obras de infraestructura (11/2).


Si a todo lo que se ha dicho hasta aquí le añadimos el derrumbe que está experimentando China, con su montaña de empresas estatales en quiebra y la ola de declaraciones de cesación de pagos que ha suscitado, resulta claro que el destino de la restauración capitalista está ligado al destino de la descomposición capitalista mundial en su conjunto. O sea a la lucha de clases brutal que esa descomposición habrá de provocar, como ya lo está haciendo, a nivel de todo el planeta y, en especial, de los países más desarrollados.