Negocian la invasión inminente

Las Naciones Unidas acaban de dar, otra vez, su “disciplinado” acuerdo a una nueva invasión norteamericana, esta vez a Haití. La resolución revela el fracaso del gobierno de Clinton para deshacerse en forma ordenada de una parte de la junta militar haitiana, lo que a su vez refleja las divisiones dentro del imperialismo yanqui en torno a la salida a la crisis haitiana.


Pero lo que es más importante es que la decisión de invadir aún forma parte de todas las medidas dilatorias adoptadas por el imperialismo mundial para mantener en vida a la dictadura militar que encabeza Cedrás, desde hace más de tres años. Las expectativas en una salida “democrática”  impuesta por los Estados Unidos sirvieron para que la dirección del movimiento Lavalás, el partido del depuesto presidente Jean Bertrand Aristide, evitara plantear la cuestión de la lucha armada y de la guerra civil contra la dictadura, a pesar de contar con el apoyo del 80 por ciento de la población haitiana. El movimiento, que debutó como una expresión de la lucha popular por la independencia nacional haitiana, se ha ido convirtiendo en un instrumento de la política del imperialismo. Esto se ve claramente en las declaraciones que formulara recientemente Renaud Bernardín, ex ministro de Aristide, y que todavía “sigue perteneciendo al pequeño círculo de sus confidentes y allegados”: consultado (Brecha, 22/7) sobre “el riesgo de una respuesta violenta de la población”, respondió que “no habrá tal reacción, mucho menos ahora, sabiendo la gente que el retorno de Aristide podría verse complicado con una reacción de esa naturaleza”. Está claro, entonces, que la decisión de votar una invasión constituye, antes que nada, un intento último de impedir un levantamiento popular.


Todo el mundo admite sin la menor vergüenza que la invasión para derrocar a Cedrás sería un simple paseo. Lo que la detiene es, entonces, una razón eminentemente política: la seguridad que necesitan los invasores de contar con los cuadros del ejército haitiano para reconstruir el aparato político-militar del Estado que sería afectado por una invasión, y para formar una policía independiente de las fuerzas armadas. Esta fue la salida prevista en el acuerdo de la Isla de los Gobernadores, en julio de 1993, que finalmente fracasó por la oposición de la mayoría del alto mando haitiano y de la burguesía instalada en el país, al retorno a la presidencia de Aristide, aun con un gabinete de “unidad nacional”. De cualquier manera, la invasión es un intento último de rescatar al Estado duvalierista y a la oligarquía haitiana, procediendo “manu militari” a una reforma política democratizante.


Mientras que en los últimos días la prensa tuvo una tendencia a contraponer la invasión militar con la negociación política, como factores excluyentes, una y otra se están complementando para asegurar el éxito político de la operación militar. El diario The Washington Post  (28/7) informa, por ejemplo, que se está negociando el reemplazo de Cedrás por su segundo comandante, quien a su vez removería a los jefes del golpe contra Aristide (el general Blamby y el general Francois), destinándolos “a importantes nuevos puestos”, y que incluso se canjearía la renuncia de Cedrás por la de Aristide. Aunque para el diario, un éxito de estas negociaciones evitaría la invasión, lo más seguro es que la precipite, porque sólo una presencia militar extranjera podría garantizar el cumplimiento de estos acuerdos y porque la presencia de Aristide continúa siendo importante para evitar un levantamiento popular. La principal resistencia contra Aristide parte del Vaticano y del clero local, que han expulsado a este padre salesiano de sus filas. Es sabido que en ningún lugar anida tanto rencor como en los que profesan la necesidad de perdonar al prójimo.


La invasión a Haití ha confirmado nuestro pronóstico acerca del completo colapso del Foro de San Pablo, dominado ampliamente por los partidos de la izquierda democratizante continental. En tanto que Cuba y sus seguidores advierten contra el peligro de que la invasión siente un precedente contra la revolución cubana, Aristide y Lula han dado su apoyo a la invasión, en especial el sector del Foro que forma parte de la clique que dirige la política latinoamericana de Clinton.


La expedición militar y las negociaciones políticas forman ya un solo paquete, en el que se condicionan recíprocamente, no se excluyen de ningún modo. A partir de esto, la única auténtica salida del pueblo haitiano es levantarse en armas para repetir la gesta de principios del siglo XVIII, que mantuvo en jaque a los ejércitos consulares e imperiales de la Francia colonialista.