Nepal: mucho más que un desastre natural


El terremoto de 7,8 grados en la escala Richter que devastó Nepal, con epicentro en las proximidades de Katmandú, es uno de los más anticipados de todos los tiempos. El desastre que provocó más de 7 mil muertos (y que podría ascender a 10 mil en cuanto los recatistas logren acceder a localidades que permanecen aisladas), 10 mil heridos, 450 mil desplazados internos, y 8 millones de afectados (sobre 28 millones de habitantes) dista mucho de ser una fatalidad.


 


“La mayoría, si no todos, sabíamos del sismo de 1934 y de la posibilidad de que uno de tal o mayor magnitud se repitiera” (El País, 27/4), según la periodista Juanita Malagón, que vivió tres años en el país. El terremoto era materia de debate cotidiano en la población. Un grupo de sismólogos había arribado a la capital una semana antes del sismo para estudiar la preparación de la populosa capital ante un fenómeno inevitable. “Lo ocurrido física y geológicamente fue exactamente lo que habíamos pensado que sucedería” (La Nación, 27/4), según el jefe del departamento de ciencias de la tierra de la Universidad de Cambridge, James Jackson. Días antes, el grupo GeoHazards International había advertido: “con un crecimiento anual de la población de 6,5% y una de las densidades urbanas más altas del mundo, los 1,5 millones de habitantes del Valle de Katmandú evidentemente enfrentaban un peligro grave” (idem).


 


Aun así, las autoridades aseguran que el sismo “desbordó las previsiones y la capacidad de organización de los operativos de ayuda”. “Ha habido debilidades en la gestión de las operaciones de socorro”, según el ministro de comunicaciones (Página/12, 30/4).


 


Pese a todos los anticipos, “en Katmandú se seguían construyendo edificios y escuelas que no eran sismo-resistentes, no se fortalecían suficientemente las construcciones ya hechas, y se ampliaban vías sin mucha planeación” (El País, ídem). Es decir que reinaba la ausencia completa de una planificación. “Durante años no hubo normas de construcción y sí un desarrollo urbano sin control, debido a lo cual casas y otras estructuras podían ser construidas sin tomar en cuenta la resistencia a algún sismo” (La Nación, ídem).


 


Según el Servicio Geológico de Estados Unidos, debido a la altura de las construcciones y otros factores sociales, “una sacudida de igual potencia puede causar entre 10 y 30 muertos por millón de personas en California, pero 1000 o quizá más en Nepal, y hasta 10.000 en algunas zonas de Pakistán, la India, Irán y China” (ídem).


 


“Lo peor está por venir”


 


Como el gobierno sólo habilitó quince refugios en Katmandú, “la gente tuvo que improvisar sus propias tiendas y buscarse comida y agua” (Clarín, 28/4). El desastre desató la especulación: “los precios de los alimentos se dispararon y cuestan el doble” (ídem). El corte de las comunicaciones, el transporte, el agua potable y la electricidad atizaron la desesperación popular. Multitudes armadas con palos secuestraron camiones con bidones de agua para repartirlos ellas mismas. También hubo choques en la terminal de ómnibus, donde el incumplimiento oficial en proveer transporte derivó en una represión con las fuerzas antidisturbios protegidas detrás de un alambrado de púas.


 


“Lo peor está por venir”, según la periodista referida inicialmente (El País, ídem). “Con la comida y el agua escaseando en una ciudad que en condiciones normales ya tenía racionamientos fuertes, el panorama no es alentador” (ídem). Deberíamos añadir uno de los factores más importantes de todos: la 'comunidad internacional'. Las grandes potencias no dan puntada sin hilo y su módica ayuda se corresponde con el enorme negocio que ofrece como contraparte la reconstrucción del país, que por ascender al 20% del PBI, 5 mil millones de dólares (Página/12, 28/4), no puede ser costeada por el gobierno local. El fantasma de la fallida reconstrucción de Haití, donde aún pululan en campamentos miles de personas afectadas por el terremoto de 2010, se cierne sobre Nepal, cuya familia media vive en la pobreza.