Japón: Ni sismo ni tsunami, la barbarie capitalista

Luego de casi tres semanas del sismo que sacudió a Japón -que dejó 10 mil muertos y 17 mil desaparecidos oficiales-, la amenaza de una catástrofe nuclear tiende a agravarse, según reconoció Yukiya Amano, el director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA). La situación en la planta nuclear de Fukushima es de suma gravedad, en contraste con las informaciones difundidas por el gobierno y la empresa que opera la central, la Tokio Electric Power Co (Tepco), quienes minimizan, constantemente, la gravedad de los hechos. Algunos expertos denuncian que incluso puede haber una “fisura” en el núcleo de uno de los reactores, dado que se ha detectado Cesio 137, un elemento radioactivo cuya vida media es de 30 años, el cual sólo puede provenir de ese lugar (Clarín, 14/3). Al menos cuatro reactores están fuera de control, con daños graves en su estructura e, incluso, en su núcleo.

Mientras el gobierno destaca que han logrado reanudar parcialmente la electricidad en algunos sectores de la planta (con energía externa), en los últimos días ha salido a la luz una denuncia de enorme gravedad, que indica que los operarios que intentan enfriar los reactores no son empleados calificados, sino obreros subcontratados por Tepco, pertenecientes a empresas fantasma. Muchos de ellos ya han salido heridos considerablemente y uno perdió la vida. Sin embargo, dada la falta de información por parte de las autoridades, existe la sospecha de que el número de víctimas fatales entre los trabajadores podría ser mayor, así como de que el daño sufrido por la exposición a la radiactividad tendría consecuencias inmediatas sobre ellos. El nivel de improvisación en las tareas de rescate por parte del gobierno agrava la crisis, dado que utilizan agua de mar sin ningún control, lo cual luego facilita la extensión de la contaminación.

Por otro lado, las fugas -que se repiten sin ningún registro real- han producido elevados niveles de radiactividad en varias regiones. En los alrededores de Fukushima, los niveles han superado largamente los 500 microsiervets (unidad de medida de la radiactividad), considerada la dosis máxima de radiaciones inocua para la salud. En las cercanías de la central se llegó a detectar picos de radiactividad de 1.200 microsiervets. Para las personas expuestas a esa dosis, se espera en 30 días una mortalidad de 10%. También fue detectada una alta radiactividad en el mar. En el agua, a 330 metros de la planta nuclear, la radiactividad supera 1.250 veces el nivel permitido (La Nación, 17/3). Esto profundiza el riesgo de contaminación alimentaria (que ya fue registrada en varios productos, como leche y verduras cercanos a la central), además de comprometer severamente al conjunto de la industria pesquera japonesa. Por si fuera poco, en los últimos días se encontraron uranio y plutonio en varios puntos de los alrededores de la central nuclear. Estos hallazgos demuestran que estamos ante un desastre potencialmente mayor que el ocurrido en Chernobyl, el cual registra emisiones radiactivas hasta el día de hoy.

En oposición a las versiones periodísticas que circulan sobre el inquebrantable orden en la vida social nipona a pesar de la catástrofe y la crisis nuclear, las restricciones en la circulación de alimentos, los cortes temporales en la provisión de electricidad a las ciudades y la paralización de ramas productivas enteras de la economía (como la misma industria nuclear) ponen a Japón al borde del colapso y de la completa desorganización social.

La corporación nuclear

La impresionante tarea de encubrimiento que con tanto esmero llevan adelante el gobierno nipón y la Tepco sobre toda esta situación está ligada a lo que el diario Le Monde (25/3) definió como “el lobby nuclear”, integrado por la Federación de Empresas Eléctricas (FEPC), la Agencia de Seguridad Industrial y Nuclear (Nisa), los grupos que construyeron las centrales (Toshiba, Hitachi, etc.) y los grupos que las operan, con Tepco a la cabeza, dado que había sido recientemente beneficiada con la extensión por diez años de su licencia para operar los reactores de Fukushima, además de la construcción de un nuevo reactor en el norte del país -ahora paralizada por el escándalo en marcha. Este conglomerado de pulpos energéticos ocupa un lugar neurálgico en la economía japonesa, al punto que la crisis que atraviesan puso a la tercera economía del planeta virtualmente en el abismo. Por este motivo, su historia está profundamente ligada al ocultamiento de accidentes y negligencias de todo tipo, partiendo de la construcción de reactores en regiones absolutamente inadecuadas para ello. La acción de los pulpos energéticos está estrechamente vinculada a la anarquía del modo de producción capitalista, que también incluye una sobreproducción de mercancías que consumen energía excesivamente -como la industria automotriz, emblema de la industria nipona. Por lo tanto, la única crítica realista que se puede desarrollar frente a la crisis nuclear es que sólo con una reorganización social sobre nuevas bases puede plantearse un desarrollo sustentable para la humanidad, sobre la base de una planificación de sus recursos y sus necesidades.