No es la vaca la que esta loca

El mal de la vaca loca ha dejado de ser una “enfermedad inglesa”, donde se había localizado el 90% de los 200.000 vacunos infectados. Ahora, se ha convertido en una epidemia europea. A los casos hallados en España, Austria y Bélgica se han sumado en los últimos días otros registrados en Italia y, principalmente, Alemania, donde “el drama de la vaca loca amenaza con derivar en una catástrofe de dimensiones comparables a la inglesa” (La Repubblica, 15/1/01). El informe redactado por la Unión Europea al respecto reclama al gobierno alemán que abandone los “silencios (y) medias verdades”. La propagación de la “vaca loca” en Alemania ha dado lugar a una crisis política en regla, con la renuncia de los ministros de Agricultura y de Salud. Los funcionarios que investigan el tema ya han reconocido que “lo que se ha descubierto hasta ahora es apenas la punta del iceberg” (ídem). En apenas tres meses, la propagación de la epidemia y la caída a pique del consumo de carnes en toda Europa podría conducir a la bancarrota de mataderos, frigoríficos y cabañas productoras, con su secuela de miles de despidos de trabajadores industriales y agrícolas.


La “prevención” y su fracaso


El mal de la vaca loca se origina en la alimentación de bovinos con harinas animales provenientes de ovejas infectadas. La ingestión de alimentos de origen vacuno contaminado puede generar en el hombre una variante del mismo mal, que provoca daños mentales irreversibles y, luego, la muerte. Pero el proceso de transmisión del “scrapie” (tembladera ovina) a las vacas tiene causas sociales precisas: “Para satisfacer las necesidades de la ganadería intensiva *explica un experto alimentario español* la alimentación de toda la cabaña ganadera en los países occidentales ha pasado de los pastos y fuentes de alimentación tradicionales a los piensos (harinas animales) y forrajes” (Ambito, 18/1). A pesar de que la producción de piensos debe estar sometida a controles, ello no ha impedido “que el canibalismo en la dieta de los animales haya originado el problema de la vaca loca” (ídem). En Alemania, “se encontraron vacunos enfermos en los llamados ‘establecimientos modelo’, donde había alimentos ‘naturales’ mezclados con harinas animales sin declarar” (La Repubblica,15/1). Una nota del Financial Times señala que “lo más preocupante de la situación actual es que ocurre tras una revisión de los mecanismos de seguridad alimentaria implementados por la Comisión Europea”, a raíz, precisamente de la primera epidemia de la “vaca loca” producida en Inglaterra hace más de diez años. Es decir que la nueva epidemia delata el fracaso completo de tales controles.


La misma ley del beneficio condujo también al ocultamiento sistemático de los informes de la ciencia sobre el mal, como lo revela un extenso documento elaborado por una comisión investigadora en Inglaterra (ver recuadro).


Caos e impotencia


En esta nueva escalada del mal, los capitalistas europeos y sus gobiernos no han revelado más que impotencia e improvisación. La decisión adoptada desde comienzos del año por la Unión Europea, de someter a pruebas a todos los vacunos mayores de 30 meses, o bien sacrificarlos, entró en crisis en apenas dos semanas cuando, en Alemania, se encontró un animal enfermo de apenas 28 meses. En consecuencia, se ha puesto en marcha en este país un “holocausto de vacunos”, en medio de graves enfrentamientos con los productores. Pero “el gobierno de la región de Baviera, pretende limitar la matanza sólo a las zonas cercanas a los animales alcanzados por la infección” (La Repubblica), a pesar de que el gobierno federal insiste en llevar adelante la anunciada “ejecución en masa”. En Italia, el hallazgo de la primera vaca infectada *y la orden del gobierno de ejecutar a todos los vacunos del productor involucrado* desató una rebelión masiva de productores del norte, que se han atrincherado para impedir las ejecuciones. En Francia, continúan produciéndose despidos masivos en los grandes frigoríficos.


Las pruebas que se realizan en los grandes mataderos también han sido impugnadas por los frigoríficos, porque incrementan los “costos” de la industria y, en el caso de hallarse vacunos infectados, precipitan la ejecución de las haciendas. A la resistencia a los exámenes, la Comisión Europea responde que “así se corre el riesgo de un exceso de oferta que deprimiría aún más los precios” (Financial Times, en Clarín, 21/1). La matanza de bovinos cumpliría también la función de “equilibrar el mercado”, en momentos en que la demanda de carne vacuna se ha derrumbado.


Crisis política


En el balance de la política de “prevención” practicada en los últimos años, dos observadores destacan la impotencia de la Unión Europea: “Su consejo fue desoído y no pudo forzar a las capitales a tomar medidas, ya que éstas conservan celosamente la soberanía sobre sus decisiones” (Financial Times, ídem). “La primera decisión de las capitales europeas frente a los brotes de BSE en otras partes *continúa este análisis* no consistió en implementar procedimientos internos de inspección, sino en lanzar campañas instando a los consumidores a boicotear la carne extranjera”.


La “vaca loca” se ha convertido así en un campo de batalla de las rivalidades capitalistas al interior de la Unión Europa. Cuando estalló la epidemia en Inglaterra, Francia y Alemania colocaron restricciones al ingreso de carne inglesa. Los productores británicos burlaron estas limitaciones exportando ganado en pie, acción a la que hoy se responsabiliza de la propagación de la epidemia al continente. Dentro de cada país, “la seguridad de alimentos está, desde hace mucho, en manos de los funcionarios de política agroganadera” (ídem). Es decir que los “controles” fueron encomendados a los “lobbies” empresarios de la industria cárnica en cada país.


Los costos y regulaciones crecientes, así como la lucha capitalista por un mercado en retroceso, conducirá a una creciente monopolización industrial y agraria en este sector. José Bové, dirigente de la protesta agraria francesa contra la “mundialización”, ha denunciado que “los grandes mataderos en Francia están presionando al gobierno para recibir ayuda superior a la de los pequeños productores, haciéndose prometer millones para instalar las estructuras de seguridad requeridas” (La Repubblica, 19/1).


Bajo este proceso, los monopolios trasladarán los costos de los nuevos controles a los consumidores a través de una carestía creciente. Naturalmente, la salida no puede consistir en la defensa de la pequeña producción *reclamada por Bové*, que carece de porvenir frente a los pulpos *tanto de la industria cárnica como de la provisión de insumos* y aún frente al avance del propio mal. La respuesta a la impotencia capitalista frente a la “vaca loca” es la nacionalización de la industria de la carne en todas sus fases, bajo control de los trabajadores y consumidores. Centralizando en sus manos toda la cadena de producción pecuaria, los trabajadores europeos podrán dar una salida a una crisis que, en manos de los explotadores, sólo puede conducir a intoxicar, a despidos en masa, mayor carestía y la completa destrucción de la calidad alimentaria.


Esta puja por el control del mercado es incompatible con la defensa de la calidad alimentaria. Un experto italiano en el mal sospecha, por eso, que “apenas se reduzca el número de personas infectadas con el mal, el interés comenzará a disminuir, cuando lo que necesitamos es un control atento y constante por años”. Pero el régimen capitalista es incapaz de semejante política de prevención, como lo ha sido para evitar la propagación del mal. La “locura” no parte de los piensos ovinos, sino de un régimen social capaz de liquidar sus fuerzas productivas para poner a salvo el beneficio privado.