“Otoño caliente” en Estados Unidos

Luego de la masiva detención, el sábado 1º, de 700 “indignados” en el puente de Brooklyn (las detenciones suman mil en dos semanas), se volvió imposible negar que el descontento social que tomó las calles españolas, griegas, israelíes y de los países árabes también llegó a Estados Unidos.

El acampe de los indignados neoyorquinos había arrancado el 17 de septiembre, impulsado desde la revista canadiense de cultura alternativa Adbusters y organizado por una asamblea semanal que plantea seguir el ejemplo de “nuestros hermanos y hermanas en Egipto, Grecia, España e Islandia, usando la táctica de la ‘Primavera Arabe’ de la ocupación masiva para restaurar la democracia en Estados Unidos” (www.nyse.com). Como ocurrió en otros lugares, en las primeras semanas sólo durmieron unas 300 personas en el parque Zuccotti (la policía acordonó la Bolsa neoyorquina y no les permitió acercarse) y la protesta -ninguneada por los medios de comunicación y aislada del resto de los movimientos sociales y sindicales- era invisible para el país. Eso ha cambiado en los últimos días: además del apoyo de algunos famosos como Michael Moore y Susan Sarandon, han empezado a votar su apoyo oficial los sindicatos como el de los empleados de correos, el de camioneros (teamsters), y los de docentes y del transporte público de Nueva York, y se disparó el número de personas que ocupan Wall Street. La policía de Nueva York estima que más de 5.000 personas están ocupando la zona. Además, centenares de manifestantes salieron a las calles en Boston, Los Angeles, Albuquerque (Nuevo México), San Francisco, Raleigh, Chicago, Portland, Washington, Massachusetts y Pittsburgh. Se prepara para esta semana una jornada nacional de lucha, la cual se incluye el abandono de clases en las universidades, marchas (a la de New York se sumaron 15 sindicatos y 20 asociaciones comunitarias. Al cierre de esta edición, cincuenta mil personas participaban de la movilización en la ciudad) y acampes en varias ciudades.

El fracaso inicial de la protesta había hecho las delicias de los escasos comentarios en la prensa: The Wall Street Journal comentó en forma ácida que “no basta con crear un hashtag en Twitter para montar una revolución”. Más ‘analítico’, The New York Times (25/10) describió a la protesta como “un progresismo de pantomima”, un “movimiento fracturado y etéreo” con una causa “virtualmente imposible de determinar”. La estrechez de miras de los comentaristas es abrumadora. Causas sobran: luego de tres años de crisis en Estados Unidos, 46 millones de pobres deben recibir ayuda estatal para alimentarse, el número de desempleados asciende a 14 millones según cifras oficiales (bls.gov, 2/9) o 34 millones según otras estimaciones (eutimes.net, 6/3) y unas 200.000 familias son desalojadas cada mes. Mientras tanto, los 400 estadounidenses más ricos han aumentado su riqueza un 12% en el último año y tienen más dinero que 180 millones de sus conciudadanos juntos (forbes.com/forbes400, 21/9; politicalfact.com, 5/3). En Nueva York, entre 2009 y 2010, 75.000 personas cayeron en la pobreza, llegando el pauperismo a 1,6 millones y elevando el porcentaje local hasta el 20,1% -el nivel más alto desde 2000. Se trata del mayor incremento en dos décadas (New York Times, 22/9). Entre los jóvenes -amplia mayoría del movimiento de los indignados-, el desempleo duplica a la media nacional y cunde el empleo precario. Como producto del arancelamiento de la educación superior, el joven que se gradúa en la universidad debe, en promedio, 27.000 dólares en el momento de terminar la carrera. No es raro que más del 85% de la promoción universitaria de 2011 se mudara de nuevo a casa de sus padres -la cifra más elevada de la que haya constancia.

Además de la crisis social y económica, el país vive una crisis del régimen político. En agosto, los republicanos lograron imponerle a Obama, luego de un largo impasse en el Congreso, que el levantamiento del límite de deuda (imprescindible para evitar la cesación de pagos) se haga de forma escalonada y de acuerdo al volumen de recortes en el gasto público y sin subir los impuestos a las mayores fortunas. La reducción del gasto ascenderá a tres billones de dólares en diez años y afectará a los programas sociales -incluidas la asistencia sanitaria y las ayudas a impedidos físicos o las familias con escasos recursos. Estas medidas han provocado una nueva caída en la popularidad de Obama, pero también ha provocado una crisis en el Partido Republicano, cuyo centro se encuentra rehén del protagonismo del extremista Tea Party. De cara a las elecciones del año que viene, con la posibilidad de que los republicanos terminen coronando a un candidato que asuste a los independientes y aterrorice a los progresistas, están puestas también las esperanzas de Obama, el mal menor -no sólo para aquellos, sino también para el establishment, por ser aún una salvaguarda ante el aumento de las tensiones sociales. Es por eso que esta ola de descontento ciudadano puede ser un elemento determinante: el activismo de los jóvenes fue clave en 2008 para lograr su elección y es el mismo sector que ahora está decepcionado por lo que empieza a movilizarse.

Ocupar Wall Street no es el único fenómeno de protesta: el mismo 1º de octubre, también en New York, otro movimiento análogo movilizó a varios miles de ciudadanos para denunciar el recorte de servicios públicos a los pobres. Tampoco es el primero, luego del estallido de la crisis: hace tres años, una gran parte del país fue paralizada por una huelga general convocada por la comunidad latina, que volvió a movilizarse el año pasado contra las leyes antiinmigratorias; también se movilizaron estudiantiles en California contra los aumentos de matrícula; en enero de este año, la clase trabajadora de Wisconsin realizó una extensa y masiva lucha contra las medidas antisindicales y de ajuste del gobernador, que provocó manifestaciones solidarias en todo el país; en mayo, veinte mil neoyorquinos se movilizaron en el distrito financiero contra la política de recortes sociales del alcalde Bloomberg.

El planteo de los indignados puede parecer amplio y genérico, pero no deja de tener una profunda agudeza en su negatividad: se consideran parte del “99% que se niega a seguir tolerando la avaricia y corrupción del 1% que se apropia las riquezas”, denuncian a las corporaciones y su rol en los desalojos inmobiliarios, los rescates a la banca, la discriminación, el sistema arancelado de educación superior, el colonialismo, la falta de derechos laborales, la industria armamentística y la monopolización del agro (www.nycga.cc/2011/09/30/declaration-of-the-occupation-of-new-york-city). Se trata del inicio de una crítica radical a las consecuencias de la crisis capitalista.

A pesar de las tendencias a la lucha que germinan en las masas, los dirigentes sindicales y sociales, excepto en Wisconsin, no se han planteado organizar un movimiento serio contra los ataques a los sectores populares debido a su confianza o compromiso con Obama. La bronca popular, en consecuencia, sólo había sido interpelada por el reaccionario Tea Party, que logró grandes avances en las elecciones de noviembre y que ahora juega un rol de primer orden en el impulso de planes de ajuste contra el pueblo.

Resultado de la misma causa última -la bancarrota capitalista internacional, incluidos los Estados y sus recursos fiscales- con el surgimiento de los “occupiers” en Estados Unidos se comienza a ver un movimiento interno de protesta similar al de Egipto y España, el que introduce nuevamente, dentro de la vida política del país, a la movilización como método de lucha. Se trata de un anticipo de los conflictos por venir. Un cartel de los indignados neoyorkinos lo resume en cuatro palabras: “This Is Just Practice” (“Esto es sólo práctica”).