Palestina: una nueva Intifada

Jerusalén

Jerusalén unificada, sólo bajo un Estado democrático y laico

 

El programa racista de Har Homa

 

Luego de la expulsión de los beduinos Jahalin de sus tierras, llegó el turno al llamado “programa de Har Homa”, de construcción de un asentamiento judío en la colina de Abu Ghnein, entre Jerusalén y Belén. De esta manera, se crea un continuo territorial entre la parte oriental de la primera y la parte norte de la segunda, asegurándose Israel el dominio directo de todo el perímetro de la capital.

 

El programa de Har Homa fue idea del anterior gobierno laborista, luego de la firma de los acuerdos de Oslo. Por lo tanto, hay que entender que la construcción de este nuevo asentamiento no constituye una violación de los acuerdos, como lo quiere hacer ver la dirección de la OLP y la izquierda sionista, sino su puesta en práctica. En efecto, en dichos acuerdos la dirección palestina le otorgó al Estado sionista la legitimidad para expropiar nuevas tierras pertenecientes a palestinos y su pasaje al dominio de los asentamientos coloniales y a las rutas que conducen a los mismos. El programa de Har Homa surgió como uno de los ítems de los acuerdos, que establecían que durante el período de transición, la construcción de nuevos asentamientos judíos está permitida en las zonas de dominio directo israelí.

 

El programa en cuestión es parte de la política racista que Israel lleva adelante en los últimos años, y que intenta expulsar palestinos de Jerusalén en forma masiva, e incluir dentro del territorio municipal una mayor superficie y un número mayor de pobladores judíos. Así se ha puesto en práctica una acelerada campaña de anulación de miles de cédulas de identidad israelíes a palestinos residentes en Jerusalén y su periferia inmediata. Esto se complementa con la destrucción de cientos de casas palestinas en Cisjordania, que habrían sido construidas sin permiso municipal, y con la expulsión de beduinos de las zonas aledañas de Jerusalén para ampliar viejos asentamientos como el de Ma’ale Adumim, con el objetivo de establecer un continuo territorial entre éste y la capital. Lo que está en marcha es un proceso de ‘limpieza étnica’ de la población no-judía de Jerusalén y alrededores, en vistas a los acuerdos finales con la OLP.

 

Al retomar la iniciativa del programa de Har Homa, el gobierno de Benjamin Netanyahu ha sentido las manos libres, por el inmenso apoyo obtenido del imperialismo americano, la dirección de la OLP,  el laborismo y la izquierda sionista, con motivo de los acuerdos sobre Hebrón. Estos acuerdos le otorgaron a Netanyahu un amplio margen de maniobra, basada en una verdadera coalición política de “unidad nacional”, que incluyó al mismísimo Yasser Arafat.

 

Arafat ha denunciado los propósitos antipalestinos de las medidas de Netanyahu. Como con los acuerdos sobre Hebrón, sus patéticas denuncias no esconden más que sus intenciones de capitular y firmar, finalmente, aquellos puntos que antes eran ‘inaceptables’. La dirección de la OLP, a diferencia de las jornadas de septiembre del año pasado, ha intentado contener hasta ahora todas las expresiones populares en Gaza y Cisjordania. Las manifestaciones de las últimas semanas fueron controladas por los miembros de seguridad palestinos, obligando a los sectores juveniles del Fatah (la propia organización de Arafat) a hacer callar sus consignas cuando éstas escapaban de lo previsto.

 

Arafat, a su vez, ha conseguido neutralizar a la oposición palestina (FDLP, FPLP, Hamas), que ha aceptado, precisamente en estos momentos, dar una tregua al presidente de la Autoridad Palestina y acudir a una ronda de conversaciones en vistas a un “diálogo nacional palestino”. Varios de los dirigentes del FPLP y del FDLP han hecho declaraciones en el último tiempo en el sentido de que hay que apoyar “críticamente” el ‘proceso de paz’, para en una etapa futura volver a la antigua consigna de una Palestina unida y democrática.

 

El imperialismo norteamericano ha criticado el programa de Har Homa, pero se ha cuidado bien de imponer el veto en el Consejo de Seguridad, ante una mayoritaria declaración de condena contra Israel por parte de la ONU. El imperialismo ha seguido una línea de presión moderada a Netanyahu, ya que es consciente de los problemas internos y la crisis galopante del gobierno derechista del Likud y sus aliados. Los aliados derechistas de Netanyahu dentro del propio partido (Sharon, Begin, etc.) como dentro de los partidos de la coalición (Partido Nacional Religioso, Israel en Alza –inmigrantes rusos–, Tzomet, etc.) critican la más mínima concesión a Arafat. En definitiva, esta situación no hace más que prolongar lo que desde las páginas de Prensa Obrera se ha afirmado hace tiempo: que el gobierno de Netanyahu surgió orgánicamente en el marco de una contradicción entre los planes que debía imponer y su base partidaria-electoral, y que más tarde o más temprano este gobierno dará paso muy probablemente a un gobierno de coalición nacional con el laborismo o a elecciones anticipadas. Si este gobierno de coalición no surgió hasta ahora, es porque en los hechos Netanyahu gobierna con el apoyo del laborismo y la izquierda sionista en las decisivas votaciones de la Kneset.

 

Para los que luchan por una salida democrática por parte de las masas palestinas y judías, la lucha contra el programa racista de Har Homa es la lucha contra todo programa de partición. Jerusalén no es una ciudad unificada como dice el sionismo, sino una ciudad donde el gobierno colonialista impuso su destino a todos sus habitantes. La partición que se lleva adelante bajo la dominación colonial es la división de los derechos y el acceso a los recursos entre la población judía y la población palestina en la ciudad. La Jerusalén unificada sólo podrá llegar a ser capital de un Estado palestino democrático y laico en todo el país, que elimine las leyes discriminatorias y racistas sobre las que se basó el Estado de Israel.

 

La tarea de la hora de los verdaderos demócratas palestinos y judíos, es la de propiciar un frente único en contra de la política puesta en práctica con los acuerdos de Oslo. Hay que buscar la confluencia con las masas que se oponen a los resultados de dichos acuerdos, pero que todavía confían en las direcciones que los apoyan. La denuncia de los verdaderos propósitos de Oslo deberá ser un instrumento de lucha política en toda actividad, discusión o movilización donde las masas se movilicen y las direcciones tradicionales pretendan sembrar la confusión.

15/3